Cultura

30/9/2010|1148

El Rati Horror Show

Un documental desmonta la red criminal del Estado

-Exclusivo de internet

Una hora y media es suficiente para que la película El rati horror show dé por tierra con una causa armada por la policía, en la que se condenó a un inocente a 30 años de prisión con la complicidad de la institución judicial, los abogados, cierto sector de la prensa e incluso los testigos. Se muestra al Estado mismo puesto a disposición de la salvaguarda del funcionamiento criminal de la policía. Aunque el film muestra la desmesurada e increíble operación, en realidad no debería sorprender: el aparato represivo es la base misma del Estado -y debe ser cuidado, aún a costa de los inocentes.

En 2005 se produjo “La masacre de Pompeya”. El relato oficial señala que unos delincuentes, huyendo de la policía, tomaron en contramano una populosa avenida, atropellaron y dieron muerte a tres personas e hirieron a seis más, chocaron, se tirotearon con los oficiales de civil, uno se dio a la fuga y el otro, herido, sobrevivió, fue juzgado y condenado a 30 años de prisión por un crimen aberrante. Su nombre es Fernando Carrera. Y es inocente.

Apelando a archivos televisivos y a una investigación profunda, Piñeyro -que había dirigido Whisky Romeo Zulu, film sobre el accidente de Lapa que denunció las responsabilidades empresariales en la cuestión, y Fuerza Aérea Sociedad Anónima, sobre el mismo tema- desmonta la red criminal que fraguó el crimen de Carrera con el objetivo de proteger a unos policías que, sin identificarse, habían disparado contra un auto blanco que, en pánico, aceleró y produjo un desastre como consecuencia de la inoperancia policial. Para cubrir su error, los policías destruyeron a balazos el auto de Carrera y lo hirieron ocho veces. Pero sobrevivió.

En el lugar de los hechos, no se encontró ninguna prueba física que demostrara la culpabilidad de Carrera. No se hicieron dermotest (que miden la pólvora en las manos de quien dispara) ni se tomaron huellas digitales. No se encontró el arma que portaban los delincuentes perseguidos. Ningún testigo vio a Carrera disparar. Y el testigo que dijo haberlo visto era, casualmente, presidente de la asociación de amigos de la comisaría 34, a la que pertenecían los policías acusantes que, a la vez, iban en un auto no registrado, acondicionado para operaciones turbias. Esa misma comisaría protagonizó el triste caso de Ezequiel Demonty, obligado a tirarse al Riachuelo y muerto debido al sádico juego policial.

El abogado de Carrera fue puesto por la misma comisaría y era un conocido defensor de policías (defendió a un comisario condenado por el caso Cromañón). Los jueces tergiversaron los testimonios e hicieron caso omiso a la falta de pruebas. Hasta el fiscal Esteban Righi acaba de recomendar a la Corte Suprema que avale la condena a Carrera. Righi, hombre de la tendencia peronista en los setenta, hoy desconoce el principio republicano de la presunción de inocencia.

El documental (en el que la locución, la producción y la investigación no se ocultan sino que se exhiben y dan cuenta del filmar como un acto de trabajo, también propone a sus realizadores como unos detectives que cumplen el rol que la justicia se negó a llevar a cabo y dan una clase magistral de periodismo de investigación) es un documento de denuncia muy potente que demuestra que no sólo la Bonaerense, sino que toda la policía -todo el aparato represivo- está constituido por la podredumbre del crimen y que el Estado y sus instituciones no dudan a la hora de defender ese status quo. No por nada las primeras imágenes del film muestran la masacre del puente Pueyrredón. Sus ejecutores son los mismos criminales que se mantienen en sus puestos debido al aval del poder político.