Cultura

17/7/2008|1046

Favio, el cineasta más grande de Argentina

Es cierto que una mirada obtusa configura cierta visión unívoca de las cosas y, en este punto, la necedad es un problema personal de quien la padezca. Pero cuando se intenta contagiar a la Prensa Obrera de esta obtusidad, todo se puede volver peligroso -además de aburrido, paranoico y sin sentido. Tal es el caso del articulo con el que Julián, del Ojo Obrero, responde a un texto que escribí para el periódico del partido.

Entre otras cosas, ese texto afirma que Leonardo Favio es el más grande cineasta argentino de todos los tiempos y celebra el estreno de su última película, Aniceto. Da cuenta, además, de la filiación peronista del realizador e intenta explicar el mecanismo político con que su cine funciona. La obra de Favio es inobjetable. Su filiación política merece otro tipo de análisis que el estético. Para Julián, el elogio de una obra de arte producida por un peronista no debería tener lugar en la Prensa Obrera.

Esa peligrosa posición fue, por fortuna, saldada hace mucho tiempo: el ocultamiento de una obra artística que no responda a determinados parámetros estéticos y políticos prefijados por el partido es una mera continuidad del “realismo socialista” stalinista. El peligro radica en que se quiera imbuir a la prensa de estos ocultamientos. Sin embargo, como sé que el partido rechaza el stalinismo, me quedo tranquilo, aunque señalé los antecedentes de la posición que defiende Julián.

Julián, además, intenta pelearse con fantasmas. Se sabe que algunas personas piensan que el uso de algunas palabras eleva, de por sí, la calidad de un texto. Julián tal vez piense esto acerca de la palabra “fustigar”; sin embargo, sería recomendable que conozca su significado antes de utilizarla. Su artículo me acusa de “reforzar el halago al cine de Leonardo Favio fustigando al cine militante”.

Nada más alejado de la realidad: simplemente, el texto intenta mostrar los diferentes mecanismos de acción política de un cine y otro, sin menoscabo ni ensalzamiento de uno por encima de otro. Luego me acusa de desconocer las intervenciones del cine piquetero y otras sandeces por el estilo. Cierto vicio, totalizante y paranoico, intenta exigir que, al hablar de un tema, se hable de todos los temas relacionados con él. De otro modo, esa omisión revelaría una defección política. La Prensa Obrera tiene, entre otras, esa virtud: no necesita que sus artículos se disculpen sino que, por el contrario, intenta ofrecer un producto periodístico, con un sentido político de clase y calidad. Si se siguiera el método paranoico de Julián, su lectura sería insoportable.

Favio, otra vez, es el más grande cineasta argentino. Y peronista. Para ciertas mentes pequeñitas, esa característica condenaría su obra. No así para Marx, cuando hablaba del monárquico Balzac, ni para Lunarchaski, llorando al ritmo de los bombardeos bolcheviques contra el Kremlin donde se habían refugiado los junkers -hecho que determinó la destrucción de una gran cantidad de obras de arte del periodo zarista- ni de Trotsky al fustigar, y ahí sí está bien usado el término, a los defensores de una “cultura proletaria”. Por mi parte, espero que cuando la clase obrera tome el poder, sus responsables programen ciclos de Favio para regocijo de las mayorías que hoy lo tienen relegado en el olvido.