Cultura

11/9/2016

Gilda, veinte años después


El 7 de septiembre de 1996, un accidente automovilístico en Entre Ríos se llevó la vida de Miriam Alejandra Bianchi, más conocida como Gilda. Con su muerte, nació el mito, que alcanzaría niveles de popularidad que no alcanzó a disfrutar en vida. 


 


Antes de Gilda, Miriam Alejandra era una maestra jardinera de Villa Devoto. Contra todas las condiciones del mundo de la cumbia, triunfó como cantante sin ser ni muy joven ni exuberante. Al momento de su muerte tenía 35 años. Fue la compositora de buena parte de su repertorio –incluidos clásicos como “Corazón valiente”, “No me arrepiento de este amor” y “Fuiste”-, en el que dominaba la temática amorosa desde un enfoque femenino. Esto la distinguía de la picarezca de los Ricky Maravilla, de la voluptuosidad sensual de Los Palmeras o del “romanticismo a lo macho” del tipo Leo Mattioli. Este carácter influyó decisivamente para convertirla la cantante de cumbia más “familiar” de la década de los '90. 


 


Sus canciones trascendieron el ambiente cumbiero y son reivindicadas como verdaderas gemas de la música pop, reversionadas por artistas de otras vertientes y estilos, como Leo García, Ataque 77 y Vicentico, entre otros. 


 


La cumbia en los '90


 


Como también ocurriría con Rodrigo Bueno, muerto en otro accidente de auto en el año 2000, las circunstancias del accidente que se cobró la vida de Gilda es inseparable de las condiciones de explotación de la movida cumbiera –y de sus mafias- que marcaron los años 90. 


La década de Gilda fue también la del grupo Magenta, productor de ella y de gran parte de los artistas que encabezaban la movida tropical de aquellos años. 


 


Sus titulares, los hermanos Kirovsky, eran también dueños de los boliches bailables más reconocidos de Buenos Aires y de grandes salas de grabación y programas de TV. Ambos hermanos fueron denunciados reiteradamente por sus vínculos con la “mafia de la bailanta”, que administraban los shows e impedían el trabajo “independiente” de los músicos. En el año 2000, por caso, el cantante Sebastián impulsó la formación de un sindicato de músicos de la bailanta y denunció los malos pagos, las pésimas condiciones de trabajo de los músicos y el abuso por parte de los empresarios (“Te ponen como excusa que hubo menos gente que la esperada y encima, algunas veces, te dan cheques voladores”, declaraba en La Nación del 20/8/2000). En 2006, Norberto Kirovsky fue llevado a juicio oral por la familia de Rodrigo Bueno, que lo acusó de robar pertenencias del departamento del cantante luego de fallecido para venderlas en sus programas de televisión.


 


En esas condiciones de explotación laboral hasta en la utratumba, los músicos tenían contratos por varios shows en la misma noche que los obligaban a traslados extenuantes. Gilda elegía asistir a sus actuaciones con su familia completa, como una forma de recuperar el tiempo con sus hijos. Por eso, en aquel accidente de 1996 murieron también su madre y su hija. “No se puede hacer todo, esta es una carrera muy tirana respecto a los tiempos y a la dedicación" (Infobae, 07/9/2016) había dicho la cantante en su última entrevista periodística.


 


La “santa” del pueblo


 


A veinte años de la muerte de Gilda, la industria de la música se prepara para explotar la imagen de la “santa del pueblo”, pero no dice una palabra sobre las condiciones que le costaron la vida a la cantante y a sus familiares y a tantos otros músicos. Adrián Rodríguez, bajista de una banda de rock, falleció electrocutado por un micrófono, en Rosario, en octubre de 2015.


  


Nuestro recuerdo de Gilda, en cambio, se entrelaza con la denuncia de los empresarios que lucran con el arte y exponen a los artistas a condiciones extremas de trabajo y contratación sin cuidados elementales de seguridad.