Cultura

30/4/2015|1361

GÜNTER GRASS (1927-2015) “Cuando uno abandona su tradición, se entrega a la nada”


En la obra cumbre del novelista alemán Günter Grass, El tambor de hojalata (1959), el protagonista -Oskar Matzerath- nos cuenta su historia desde un hospital para enfermos mentales en el minuto previo antes de salir. Ha venido al mundo con el cerebro completamente desarrollado y, al recibir un tambor de regalo, a los tres años, ha decidido dejar de crecer y permanecer así durante muchos años. La trama transcurre en el III Reich. Los redobles del tambor juegan un papel doble: denuncian lo ominoso y satirizan el orden marcial del régimen nazi. Oskar tiene otro atributo: su grito puede romper cristales, una remembranza de la Noche de los Cristales Rotos (1938) en la que se organizó la primera masacre y devastación de la comunidad judía. El enano Oskar es, a la vez, un loco, un perturbador del “orden”, un obseso sexual, hasta un asesino. Una figura que concentra todas las contradicciones en una narración en la que cuando se supone que se ha llegado a un punto de certeza, aparece la negación: Oskar se interroga y comienza a tener culpa sobre una serie de muertes en las que parece estar incriminado, en un momento se detiene a mirar las cicatrices de un amigo, pero éstas son jeroglíficos.


 


El Tambor… se convierte así en una parábola sobre la conciencia, no del Tercer Reich, sino de las víctimas del régimen.


 


Günther participó del debate sobre la culpabilidad del pueblo alemán. Se interrogó sobre si el origen del nazismo no estaba oculto por una cortina de humo que velaba los intereses sociales que llevaron a ella y si esta historia debía estar cargada con un juicio moral al pueblo alemán. Su madre fue violada por los soldados del Ejército Rojo en Danzig, el territorio disputado entre Polonia y Alemania, del que miles de alemanes fueron expulsados al finalizar la guerra. Todos los hechos, de los que sólo se podía hablar con jeroglíficos, están expuestos aquí. Los soldados rusos, instruidos por la burocracia estaliniana para aplastar sin misericordia al ejército y al pueblo alemán, como expresión de un todo indivisible con el nazismo. Su madre violada -la violación en masa fue uno de los hechos más aberrantes y silenciados de la posguerra- como parte de una inmensa cantidad de refugiados alemanes de países del Este. 


 


Grass, tras el levantamiento obrero de Berlín (1953) contra la burocracia del Kremlin, respondió críticamente a la actitud pasiva de Brecht (y de toda la izquierda) con su obra Los plebeyos ensayan la rebelión. Más tarde, denunció la unidad de Alemania como una operación de anexión, que colocaría a los obreros del Este como una clase discriminada, habiendo sido un crítico implacable de la República Democrática Alemana. Denunció la invasión imperialista a Irak y Afganistán y se atrevió, con su conocido poema “Lo que debe ser dicho” a denunciar el intento de convertir al Estado sionista en potencia nuclear.


 


 “Los mismos partidos socialistas o socialdemócratas se han creído la tesis de que con la caída del comunismo no queda ya lugar para el socialismo en este mundo: y perdieron toda confianza en el movimiento obrero, que por cierto existe desde mucho antes que el comunismo. Cuando uno abandona su tradición, se entrega a la nada”, dijo.


 


Es bueno recordarlo en la despedida.