Cultura

9/8/2007|1004

Ingmar Bergman y Michelangelo Antonioni

La existencia como experiencia fílmica

El lunes pasado murieron dos grandes cineastas, Ingmar Bergman y Michelangelo Antonioni. Sus obras marcaron las vidas de quienes pudieron admirarlas. Sus películas fueron santo y seña de quienes se acercaron a ellas durante la década del sesenta y del setenta, y también dejaron profundas huellas en las generaciones posteriores que lograron conocerlas a través de ciclos de cine y del videoclub.


¿Debe un periódico obrero realizar la necrológica de dos realizadores fílmicos que jamás expresaron una adhesión completa a la causa del proletariado? La respuesta es afirmativa. Cada trazo cinematográfico de estos directores -cada cual a su manera, con su propio estilo- ahondó sobre las complejidades de la existencia misma. Sobre la sociedad. Sobre la vida. La angustia dramática de estos problemas devino, mediante el arte, en películas de la mano de estos realizadores; la angustia existencial y el ansia por cambiar la vida deviene, en la mano de los trabajadores conscientes, en el ímpetu y la acción para la revolución. Ahí un punto necesario de conjunción.


Ingmar Bergman nació en Suecia y filmó una serie de películas que lo catapultaron como uno de los más grandes cineastas de la historia. Mostró como ninguno la intimidad de las personas, la angustia de las relaciones, la sombra de la muerte. ¿Cómo olvidar las escenas de El séptimo sello en las que un soldado medieval juega una partida de ajedrez frente al mar contra la Muerte, un juego con final inevitable? ¿Es posible que quien haya visto el rostro de Liv Ullman en Persona pueda hacerlo a un lado cada vez que se reflexiona sobre la identidad, sobre Auschwitz, sobre las huellas de la memoria? ¿No se regresará a El huevo de la serpiente si se desea aprender sobre el ascenso del nazismo? ¿La antigua historia de La fuente de la doncella no sigue siendo actual en un tiempo en el que el sexo sigue regimentado por la Iglesia? Su visión de las cosas nunca fue complaciente, aún más, el pesimismo y el dolor atraviesan toda su filmografía. Pudo, como los grandes artistas, aprehender el espíritu de su tiempo y mostrar la barbarie en profecía. Una de las posibilidades de la historia. En 1983 anunció su retiro del cine después de filmar Fanny y Alexander, su película más autobiográfica, pero Bergman siempre estuvo volviendo -refugiado siempre en la isla del Faro: hace un par de años nos otorgó Saraband, en la que retrató el amor en el ocaso de la vida.


Michelangelo Antonioni fue el mejor retratista sobre la alienación de nuestra era. Burgueses en yates que no encuentran, pese al lujo, lugar para entablar relaciones. Personajes que claman por los otros sin llegar jamás a alcanzarlos. Mujeres que dicen que una vez que intentaron comunicarse perdieron el amor. Sus creaciones dan cuenta de la hostilidad en las relaciones que el mundo capitalista impone. Señalan las mediaciones sociales que hacen imposible la comunicación. Antonioni trazó estos retratos del mundo sin dejar de lado un intenso erotismo ni la virtuosidad de la luz y de la imagen. Zabriskie point narró el ocaso del hippismo, La aventura mostró a esos seres desvalidos intentando amar y ser amados, en todas convocó a la profunda soledad del hombre en la época del declive de una sociedad agotada. Blow up, su film más popular -una intriga existencial sobre un fotógrafo que cree descubrir en una foto suya las marcas de un crimen- estuvo basada en el cuento Las babas del diablo, de Julio Cortázar. Enfermo, casi ciego y con dificultades para movilizarse, siguió filmando hasta hace dos años -aún a riesgo de hacer películas olvidables- porque para Antonioni el cine era una pasión vital. Falleció a los 94 años de edad.


(Una digresión personal. Durante los agitados días de 2002, recuerdo una reunión de militancia que contó con la presencia de Rafael Santos, dirigente del PO. Para señalar la necesidad de audacia en la planificación militante contó el argumento de La fuente de la doncella, en la que el padre quiere evitar que su hija descubra los placeres del sexo, cuando tal momento de un modo u otro iría a llegar. El audaz plan de trabajo de ese período estuvo signado también por Bergman. En ese momento amé mucho al Partido Obrero.)


Cuando Frida Kahlo le consultó a León Trotsky si debía cambiar su estilo para comprometer su obra con el retrato de las luchas del proletariado, éste acertadamente le dijo que no lo hiciera, porque la hondura psicológica de la humanidad -de la mujer, del hombre- que Frida plasmaba en cada cuadro era también parte de las tareas que les correspondía mostrar a los artistas. Así, su obra formaba parte del bagaje cultural y artístico de los pueblos. Lo mismo puede decirse de las películas de estos dos grandes cineastas. Marcaron signos de una época. Su obra forma parte del legado que los museos de la revolución exhibirán.