Cultura

5/5/2015|1362

La necesidad de una metamorfosis

A 100 años de la obra maestra de Franz Kafka


Hace cien años, un escritor checo inventa un personaje que aún vive como símbolo de la muerte del hombre en el siglo XX: “Al despertarse Gregorio Samsa una mañana, después de un sueño intranquilo, se encontró en su cama transformado en un monstruoso insecto”. La metamorfosis de Franz Kafka, escrita entre noviembre y diciembre de 1912, y publicada en 1915, esconde en sus páginas la angustiosa condición existencial y social del hombre del siglo XX.


 


A principios de 1900, la fe -que la Ilustración francesa y el posterior Positivismo habían colocado en la razón- ya no existe. El hombre, enfrentándose a la figura de Dios como eje de las explicaciones acerca de la génesis del universo, se había construido finalmente como centro mediante una ferviente creencia en el progreso de la ciencia. Sin embargo, esta fe en el hombre comienza a desvanecerse entre finales del siglo XIX y principios del XX a causa del imperialismo y el horror de las guerras mundiales. El avance científico, usurpado por quienes buscan reproducir las relaciones de producción entre opresores y oprimidos, era utilizado para perfeccionar el modo de explotar y aniquilar al ser humano.


 


Tal como plantea Trotsky en “Literatura y revolución”, “si no hubiese cambios psíquicos producidos por los cambios en el medio social, no habría movimiento en el arte”. El arte, así, espeja las condiciones materiales de la sociedad en la que se produce. El personaje creado por Kafka, Gregorio Samsa, es símbolo de la pérdida de fe, de la muerte del hombre en el siglo XX. Su metamorfosis en insecto, la imposibilidad de controlar el cuerpo, es una cifra de la fragilidad de la condición existencial del ser humano. Escribe el poeta italiano Ungaretti en 1918: “se está / como en otoño / sobre los árboles / las hojas”. Como Gregorio Samsa, el hombre del siglo XX se despierta para descubrir que, en una sociedad donde rige la explotación, él se encuentra alienado de la posibilidad de dominar el propio cuerpo.


 


Esta fragilidad de la vida se traduce, asimismo, en la relación entre el autor y su obra. Cuenta Max Brod -el amigo de Kafka que publicó su obra postmortem- que en 1921, en una memorable charla, le comentó a Kafka que había terminado de escribir su testamento, a lo que el escritor le contestó: “Mi testamento será muy sencillo. En él te pido que lo quemes todo”. En un contexto donde el hombre ha perdido la fe en sí mismo y donde la vida es repetición de la muerte, las palabras tienen un sentido fugaz. Hombre y lenguaje mueren al mismo tiempo.


 


Gracias a la “desobediencia feliz” de Brod, como la nombra Borges, Franz Kafka influenció a numerosos escritores y artistas como Albert Camus, Woody Allen, Haruki Murakami, García Márquez, Borges. A cien años del nacimiento de “La metamorfosis”, Gregor Samsa sigue definiendo en el siglo XXI la deshumanización del hombre. Aún se encuentra ausente la metamorfosis de la base material de la sociedad. Y si, como sostiene Trotsky, el arte es espejo del medio social, la angustia existencial no se modificará hasta que cambien las condiciones materiales de producción.


 


Kafka una vez dijo: “El sueño revela una realidad que es mucho más fuerte que la imaginación. Esto es lo terrible de la vida, lo trágico del arte”. La obra de Kafka continúa siendo un sueño que nos lleva a ver con total nitidez la necesidad de una metamorfosis social.