Cultura

3/8/2017|1469

“Las maldiciones”, un thriller político de Claudia Piñeiro

Alfonsinismo y macrismo, en el centro de una narración efectiva

@zonarojas


La novela Las maldiciones, de reciente aparición, se constituye como la obra más “política” de la escritora Claudia Piñeiro, que retrata el mundo del poder desde su más plena actualidad, en la que conviven un candidato político surgido de las usinas del marketing, asesorado por expertos comunicacionales que basan sus acciones en focus group, y un entorno que no excluye al crimen para garantizar su ascenso y una investigación periodística no queda ausente de la trama.


 


La escena inicial muestra a Román Sabaté esperando un ómnibus para viajar hacia algún lugar en compañía de un niño, al tiempo que quita la batería del celular para no dejar rastros. Luego se sabrá -en un relato que combina voces y tiempos- que Román cumple un rol central como secretario privado en la vida de Fernando Rovira, un político con aspiraciones a ser primero gobernador y luego presidente, cuyo principal proyecto es la partición de la provincia de Buenos Aires en dos. Una de las razones del proyecto sería evitar “La maldición de Alsina”, el supuesto conjuro que impide que los gobernadores de la provincia de Buenos Aires lleguen a la presidencia del país. Sobre este punto, la periodista Valentina Sureda escribe una investigación que la lleva a tender lazos con Román. La trama avanza hacia el thriller político, que incluye la misteriosa muerte, acribillada por un sicario, de la ex mujer de Rovira y la secreta partida de Román.


 


La novela tiene un ritmo incesante y posee un in crescendo a medida que avanza el thriller, que incluye persecuciones, pactos espurios y muestra los vericuetos de la corrupción, el pago de retornos y la financiación de los partidos tradicionales (y los de reciente aparición) mediante aportes empresariales, que cobran formas oscuras e ilegales. Parte de una cotidianeidad de los partidos burgueses que se trasluce muy bien en el texto -y que revela mecanismos que están bien a la vista, pero que parecen legítimos en una primera mirada. Un personaje central en el armado de las políticas supuestamente “desideologizadas” que propugna Rovira (cuyo partido no por nada se llama Pragma) es su asesor comunicacional, un Durán Barba que sustituye el programa y los principios por las encuestas y estudios de mercado.


 


En oposición a este orden de cosas, el texto rescata la figura de Adolfo Sabaté, tío de Román, que alguna vez fuera concejal por el radicalismo en una localidad del interior y que gusta repetir de memoria los discursos de su ídolo Raúl Alfonsín. Así, en la novela, la política se transforma en una contraposición de discursos; se rescata la oratoria de Alfonsín, sin señalar que su gobierno se caracterizó por el rescate del aparato represivo y judicial de la dictadura militar y en la aplicación de una “economía de guerra” contra el pueblo, bajo el mandato del FMI, que sumió a grandes masas en la penuria económica y acabó en una hiperinflación galopante. De este modo, la nostalgia por un discurso democratizante es contrapuesto a la baja politiquería -deliberadamente asemejable a la del PRO- del presente. Entre una remembranza apologista del ayer y el derrumbe de hoy, en lo que respecta a la trama política de Las maldiciones, no se vislumbra futuro.


 


La novela de Piñeiro atrapa al lector, mientras que la conjugación de voces y tiempos que van del presente al pasado y regresan, los apuntes de la investigación de la periodista Sureda, los giros de tuerca del argumento y un final apoteósico muestran que Piñeiro puede pasar del relato íntimo de su anterior libro, Una suerte pequeña, a un thriller político trepidante con efectividad.