Cultura

29/10/2009|1106

Los escritores y la Feria de Frankfurt

Acaba de finalizar en octubre la 61ª Feria del Libro de Frankfurt, la más importante en su género en todo el mundo. Todos los años la Feria tiene un país invitado a presentar sus libros, ediciones y cultura: este año fue para la China; en 2010 será el turno de la Argentina.

La Feria de Frankfurt es la referente de negocios más importante para el mercado editorial. Dura cinco días aunque sólo los dos últimos cuentan con presencia de público; en los restantes, miles de editores, representantes, libreros y otros capitalistas del ramo se reúnen a concertar negocios y discutir sobre ellos. Las cifras son contundentes: hubo en esta edición más de 7.300 expositores de 100 países, unos 300.000 visitantes y 10.000 periodistas.

En Frankfurt, los asistentes –editores, escritores, representantes, etc.– tienen un único objetivo: vender los derechos de autor entre las editoriales de diversos países. Esta Feria es, por tanto, el paradigma del evento capitalista en el rubro. El best seller francés Frédéric Beigbeder fue lapidario: “¡No hay escritores en Frankfurt! Es la mayor manifestación consagrada a los libros, pero no se habla más que de dinero”.

¿La democracia llega a los libros?

Este año las discusiones en la Feria tuvieron un tema excluyente, el impacto que sobre los negocios editoriales tienen las nuevas tecnologías del libro: dispositivos de lectura electrónica, bibliotecas digitales, cómics y recetas de cocina para hojear en el iPhone, librerías virtuales, redes sociales, audiobooks, clubes de lectores online y hasta textos en Braille impresos bajo demanda, es decir, el libro electrónico en sus infinitas variantes.
El desarrollo de la red ha creado las condiciones para acceder gratuitamente a los libros.

Este hecho, que debería ser celebrado, abre, sin embargo, el debate sobre la propiedad de estos medios. Uno de los participantes más asediados de la delegación china fue fue Zhou Hongli, director de Shanda Literature Limited, la editorial online líder en su país. Shanda recibe cerca de 50 millones de caracteres por día, enviados por unos 400.000 autores. Sus lectores virtuales –unos 4 millones– pagan sumas de 2 a 5 centavos de dólar para leer cada texto, lo que implica una suma total astronómica.

El afán monopólico llegó a Frankfurt de la mano de Google, Amazon y Barnes & Noble, los pulpos que se disputan el mercado. En la primera mitad del año próximo se lanzará Google Editions, que en un principio ofrecerá unos 500.000 e-books en sociedad con editoriales con las cuales ya coopera y en las cuales tiene derechos digitales.

Las grandes editoriales negocian ya con los pulpos de la virtualidad –muy reales, por otra parte– el monto que le corresponderá a cada uno sobre los derechos de autor. De este modo, el libro virtual se convierte en un negocio fabuloso, y los escritores no cuentan con ningún método de control para saber qué libros se comercializarán ni en qué cantidades.

El lector, que ahora dispone de posibilidades para leer una cantidad considerable de libros virtuales gratuitamente, sin duda, con el crecimiento del negocio, verá reducidas sus posibilidades; los capitalistas están desarrollando la manera técnica y legal de cobrar esas lecturas. Ya hay una acusación contra Google, porque habría publicado online 18.000 libros de autores chinos sin permiso.

Dos delegaciones argentinas

La Feria de Frankfurt presentó una curiosidad: no hubo una delegación argentina sino dos. La más numerosa se alineó detrás de Magdalena Faillace, presidenta de la Comisión Organizadora de la delegación nacional en la Feria, es decir, representaba al gobierno nacional. La segunda, encabezada por Hernán Lombardi, ministro de Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, representaba al gobierno de Macri. En el primer grupo, acompañaban a Faillace Horacio García (presidente de la Fundación El Libro), y los escritores Mempo Giardinelli, Claudia Piñeiro, Guillermo Martínez, Vlady Kociancich, José Pablo Feinmann, María Rosa Lojo, Mario Goloboff y Osvaldo Bayer, entre otros. Entre los porteños estaban la subsecretaria de Cultura, Josefina Delgado; el escritor Juan José Sebreli, Natu Poblet, dueña de la librería Clásica y Moderna, y Graciela Aráoz, presidenta de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA).

En el caso de la delegación nacional, tras una fachada de discurso progresista se esconde el gobierno que militariza Kraft-Terrabusi, reprime a los petroleros de Santa Cruz y pacta con el FMI. En el de la delegación porteña, tras el discurso pluralista de Lombardi, el gobierno que privatiza la cultura, despide a los trabajadores del Colón y utiliza los fondos públicos para crear una policía destinada a reprimir la protesta social y a los sin techo. El libro Palabra viva, una recopilación de textos de escritores desaparecidos realizada por la SEA, fue exhibido en el stand de la delegación porteña. No hace falta explicar la contradicción que existe entre esos textos y un gobierno en cuyo seno militan los verdugos de esos escritores.

Los escritores que participan de estas delegaciones pueden avalar con su presencia el discurso oficial, y lavarle la cara al gobierno de turno, o pueden expresarse de manera independiente, haciendo las críticas que consideren necesarias al discurso oficial. Osvaldo Bayer, por ejemplo, criticó al gobierno kirchnerista denunciando el agravamiento de la pobreza en el país. Nada de esto sucedió en el seno de la delegación del Gobierno de la Ciudad, en la que no hubo voces en disidencia.

Lamentablemente, la SEA no tomó el mismo camino, y apareció avalando al gobierno de las escuchas ilegales, al gobierno en el cual militan los principales socios de la dictadura.

Llamamos a todos los escritores a crear una corriente política independiente del Estado y de sus gobiernos, orientada a la solidaridad con la lucha de los trabajadores, hacia una sociedad asentada sobre bases socialistas.