Cultura

7/10/2020

Lugones, de César Aira: la figura social del escritor, en una “novelita” delirante

Escrita en 1990, se publicó en septiembre de este año por Blatt y Ríos.

Whisky y cianuro eligió Leopoldo Lugones, el escritor canónico, para quitarse la vida en el 18 de febrero de 1938 en un recreo del San Fernando llamado El Tropezón. Consecuencia de un declive depresivo, luego de verse obligado por su hijo comisario a abandonar a una joven María Alicia Domínguez, a quien había conocido en una conferencia en la facultad de Filosofía y Letras.

En cambio, el Lugones del libro que César Aira acaba de publicar por editorial Blatt y Ríos llega en lancha a la isla y, en un rapto de torpeza donde intenta sacar del bolsillo un reloj con tapa, saca un revólver negro que gatilla e impacta contra la pierna de doña Luisa González, la dueña del recreo. Inmediatamente, Lugones se hace pasar por el Doctor Ferraguto (nombre de uno de los personajes de la Rayuela de Cortázar) y decide hacer una intervención quirúrgica, motivada por el grito increpador de Luisa González: “¡perdí la pierna por este sorete!”. Aira continúa: “Lugones se sentía tan pero tan aludido por la última parte que no atinó a darle sentido a la primera (…) Caer en medio de una pesadilla de vez en cuando no es tan grave, además de ser inevitable. Pero una pesadilla es un hecho privado. Cuando se pronuncian las palabras que la comunican con la realidad, el honor se ve afectado”

Esta escena de honor afectado recuerda lo que Piglia llama la ficción del nombre, en relación a Borges. Más precisamente, en el cuento El sur, cuando Dahlmann sale a la pelea con los cuchilleros de una pulpería, pese a no saber usar el puñal, porque lo llaman por su nombre, “porque lo nombran”. En el caso del Lugones de Aira, el honor se ve afectado con “las palabras que comunican con la realidad” cuando le dicen “sorete”. En la obra de Aira el humor funciona tendiendo puentes en el marco de una idea o reflexión general sobre literatura, arte plástico, conceptual, música, cine, filosofía.

En un clima de histeria, griterío, exageración se descubre que la bala no había hecho más que producir un raspón en la pierna de Luisa. Elvira, la criada, acompaña a Lugones a la habitación y lo acosa sexualmente y lo define “marchatrás”. Luego Luisa, sube a la habitación para preparar un baño a Leopoldo (como lo empieza a llamar) y, en el medio de una pregunta extrañísima, se da cuenta que es Lugones por haberlo visto en la revista Caras y Caretas. De fondo la bañadera llenándose. La hotelera se ofrece a ayudarlo con el baño, Lugones se niega y advierte que no puede tocarse porque “para eso están las mujeres”. En tanto Lugones se percanta que perdió el revólver. Una vez en la bañadera, deseando tener un patito de goma para entretenerse, reflexiona sobre la plasticidad de la inteligencia.

La ciudadana González había dicho Luisa, la dueña y gerenta del hotel; la más alta autoridad en esa pequeña isla, que es un universo. “Tenerla adelante –por Luisa- era como enfrentarse a una velocidad pero una velocidad no lineal, una irradiación de pura velocidad que aniquilaba su cerebro. Para un hombre de letras como él la experiencia era para replantearse todo. ¿Pero cuál era el modo de replantearlo?” Y continúa más adelante: “Las ensoñaciones de pensamiento siempre tendían al comienzo del mundo. A fuerza de complicaciones y reversiones se dirigían al comienzo del mundo”.

Sobre este punto, más adelante en conversación con un Yacaré parlante tamaño bolsillo (a quien conoció siendo paleta de colores de un japonés fantasma), Lugones relata que al escribir un libro por encargo sobre Roca descubrió a que su propia obra “le faltó Vacío”.

Detrás de la reflexión permanente de Lugones se desatan las más extravagantes escenas con la fauna de personajes que componen la novela: policial, sainete, costumbrismo. Pero también hay un tono melancólico que subyace detrás del humor y el delirio.

La “novelita” (como llama Aira a sus escritos), escrita en un único párrafo, es entre muchas cosas una cabal deliberación sobre la figura pública del escritor y sobre el prestigio social del escritor. Lejos de ser un derrotero ideológico del Lugones que impulsó al Martín Fierro de José Hernández como poema nacional, que comenzó su carrera escribiendo en un periódico anarquista y terminó reivindicando en la famosa conferencia La hora de la espada el primer golpe de Estado de la historia argentina, el Lugones airiano es una indagación sobre su vida de escritor como figura pública y autorizada. No parece accidental que se haya elegido al más prestigioso hombre de las letras nacionales –hasta la llegada de Borges. En definitiva, es la pregunta sobre qué habilita a un escritor, en tanto persona culta, a ser un referente social. “La gente muy culta provee los modelos del perfecto esclavo”, dice el narrador en Lugones.

En este sentido, Lugones se podría ubicar (en un canon imaginario) junto a Vivir afuera de Fogwill, una novela que tiene un gesto en clave de sorna para con Ricardo Piglia. Es sabido que tanto en Aira como Fogwill (que eran amigos) no existe ninguna simpatía por la literatura (y la figura) de Ricardo Piglia. Y si Aira se pregunta por la figura de escritor, Fogwill se burla de quien escribió “la novela de los ’80” (Respiración artificial) y su porte de escritor: habla, se viste, camina como escritor. Para echar más leña al fuego, el propio Aira en su momento escribió una crítica demoledora contra esa novela.

El escritor que escribe

Con más de cien novelas publicadas (escritas no sabemos, ya que a Lugones la creó en 1990 y vio la luz ahora), y una cantidad de ensayos exquisitos, la literatura de Aira se propone hacer algo nuevo. En alguna entrevista dijo que no alcanza la vida para leer toda la literatura buena que hay publicada, de lo que se trata es de hacer algo nuevo. Un gesto vanguardista inconfundible (hoy incorporado al mercado publicitario).

Criticado en su momento por jactarse de no corregir, los textos de Aira tienen como marca la reflexión filosófica, el ensayo y una prosa que por momentos lo acerca a la poesía.

Una forma posible de lectura de la obra de Aira es tomarla como una gran intervención conceptual, en donde cada “novelita” es un capítulo. Pero ¿por dónde empezar?

Para quien escribe, el flechazo estuvo en los Relatos reunidos. Pero se pueden seguir “recomendaciones”. Luis Chitarroni, escritor y editor, posiblemente una de la personas que más sabe de literatura actualmente vivas, editó en La bestia equilátera El mármol. Fogwill decía que hubiera querido escribir La luz argentina. La crítica más clásica recomienda sus novelas “normales” como La liebre o El embalse. Algún periodista cultural dice que las novelas “no son siempre buenas” pero los ensayos sí. Y ya que estamos en el terreno ensayístico podemos usar una cita de Aira sobre Copi que pinta de cuerpo entero al propio Aira: “Atentar contra la perfección lingüística es atentar contra la madre, pero el premio es enorme. Copi alcanzó la cima, la imperfección, que es la llave para hacerlo todo (…) Quien domina la imperfección nada le está vedado”. Así como, en esta última novela, un evento en la vida de Roca echa luz sobre la propia obra de Lugones al encontrar “el Vacío”, Aira pinta a Copi para pintarse a sí mismo.

En definitiva, como reza algunas de las cientos de contratapas, sin la literatura de Aira nos aburriríamos mortalmente.