Cultura

28/10/2010|1152

“Lula, el hijo de Brasil”

La historia, a su medida

N. L.

La trama del film de Fabio Barreto, “Lula, el hijo de Brasil” (2009), gira alrededor del fuerte lazo que unía a Lula con su madre y al amor que sintió por su primera mujer, pero lo que pretende es indagar al personaje político.

Llama la atención que en una película sobre uno de los principales líderes sindicales latinoamericanos no aparezca la patronal. Sí los obreros, los sindicatos, la dictadura militar de la época, pero no la patronal. ¿Será porque “Lula, el hijo de Brasil” fue financiada por múltiples empresas? El film luce un orgulloso cartel que indica que no recibió ningún aporte estatal, luego de lo cual desfilan durante dos minutos los nombres de los grandes grupos económicos, nacionales y extranjeros, que la produjeron.

La película es una reivindicación de Lula desde la derecha neoliberal, pero no por eso menos verdadera. El film ajusta el pasado de Lula a su presente. Cuando los obreros protestan, nunca sabemos bien por qué. El futuro mandatario parece ganar el apoyo de las masas por su llamado a la concordia general, por poner la otra mejilla y por contener a los extremistas de siempre (“nadie acá, de ninguna manera, es enemigo del patrón, porque después de todo, ¿quién nos paga el sueldo a fin de mes?”, dice un improbable Lula en el cierre de una campaña electoral sindical).

En la historia de Barreto, el primer acercamiento de Lula a una huelga se produce en una toma de una fábrica, en la que un grupo de trabajadores pertenecientes al Partido Comunista asesina al gerente. Según la película, este tipo de huelga salvaje, descripta al mejor estilo C5N, alejó durante varios años a Lula del sindicalismo, además de haber sido ‘funcional’ al golpe de 1964. Luego comenzaría a colaborar en el gremio metalúrgico, preocupándose por las cuestiones relacionadas a la asistencia social de los afiliados y convirtiéndose en mano derecha de un burócrata “amigo de los milicos”. Las divergencias de Lula con el burócrata nunca quedan claras, pero finalmente lo desplaza de la dirección por medio de un acuerdo. Pero es cierto que Lula se formó como burócrata sindical bajo el alero de la dictadura.

“Lula, el hijo de Brasil” puede ser descrita como la perfecta contracara de aquella maravillosa película clasista “Ellos no usan smoking” (Leon Hirszman, 1981), pero no menos real: el ascenso de un dirigente obrero para cumplir una función antiobrera. Pero no estamos ante una película contestataria, sino complaciente. El film es antiobrero, especialmente en el sentido más profundo: la negación de la capacidad de la clase obrera para actuar y resistir colectivamente.

El Lula creado por Barreto no quiere saber nada con las ideas políticas. Suena muy raro que alguien que fue dirigente de un partido que nucleó al 98% de la izquierda brasileña no tuviera inquietudes ideológicas, que le hubieran venido por encanto con la Presidencia. La inspiración del mandatario parece no ser otra que el amor infinito que recibió de su madre. Esta sería la base de su partido -el amor hacia las masas. Lula acogió con orgullo esta reescritura de su historia y de la historia; no sólo Stalin falsificaba el pasado. Para los defensores del orden existente, el pasado es reciclable.

La falsificación de Lula por parte de la derecha es el retrato más próximo a la verdad.