Cultura

17/9/2020

No es un río, la nueva novela de Selva Almada

En esta conclusión de su "trilogía de varones", de vidas atadas al río y “tripas llenas de vino”, la autora brinda imágenes que aturden por su realismo.

La autora de Chicas Muertas, ese exhaustivo trabajo de investigación que de manera novelada reconstruye las vidas de jóvenes asesinadas por femicidas que tuvieron cierta relevancia mediática, completa con la recientemente publicada No es un río su “trilogía de varones” que comenzó con El viento que arrasa y continuó con la reconocida Ladrilleros.

Selva Almada expone de manera brutal, rememorándonos la asfixiante prosa de Sara Gallardo en Enero, el imaginario regional y rural, que lejos de expresar el denominado “interior” de nuestro país, refleja costumbres sociales extendidas globalmente, explicando en gran medida la trascendencia internacional de la autora.

Esta novela, que según Almada “tiene un tono más cercano a la poesía que a la narrativa” para mejor imitar “la cadencia del río”, transcurre en el delta del Paraná, en una isla, “la misma isla o la de al lado o la de más allá” porque “en el recuerdo la isla es una sola, sin nombre propio ni coordenadas precisas”. Con “ríos más negros que la noche”, “espesos como la brea” donde los pescados retozan como mariposas, rodeados de montes donde “no se ve ni lo que se habla ahí dentro”, donde “las mujeres se curten antes que en el pueblo” y donde la gente siempre tiene algo para decir  “y si no tiene, lo inventa”.

Alejados de lo urbano, Almada nos sumerge en un mundo donde lo natural se impone, abrumadoramente, para intentar “desnaturalizar” ciertas prácticas sociales. Por eso, esas pequeñas y simples historias que se entrecruzan nos generan tanto identificación como extrañamiento.

La autora nos presenta una nueva tragedia, inevitable, reiterada, donde los protagonistas son arrastrados por valores y tradiciones que se les imponen. Destinos marcados por la resignación, los rituales, la religión, los “curanderos con clientelas de pobres, que curan empachos, desparasitan gurises y sacan criaturas no deseadas del vientre”, el patriarcado. Desgracias compartidas, porque “acá nos conocemos todos”.

La muerte como una presencia, algo cotidiano, no cuestionado. Incluso las sin sentido, particularmente la de jóvenes, con sus consecuentes duelos y fantasmas. No como algo aterrador, “sino como una experiencia reveladora y hasta maravillosa”. Y quizás en estas formas aparezca cierta reminiscencia de Horacio Quiroga.

En este escenario, de vidas atadas al río y “tripas llenas de vino”, Almada brinda imágenes que aturden por su realismo. Escenario donde se yerguen la traición y la violencia como valores masculinos, también la generosidad y la amistad como lazo indisoluble de personajes agrestes y solitarios, parte del ecosistema descripto.

Una vez más, como en su premiada Ladrilleros, la violencia y el amor resultan indisolubles como las caras de una misma moneda, plasmándose en “una suerte de homoerotismo que se arma en las peleas cuerpo a cuerpo”.

La exploración de las prácticas y costumbres masculinas tendrán su contraparte, inevitable, en la opresión femenina, la violencia doméstica, el avasallamiento de las mujeres, donde lo mejor es no quedar “preñada” para evitar que “la mami te pegue una patada en el ojete”. Razón que lleva a las jóvenes, por las dudas, a “regar el perejil bien regado”.

Este trabajo se suma a una notable lista, poniendo una vez más de manifiesto el peso abrumador de las escritoras en la denominada “nueva literatura argentina”. Junto, entre otras, a Gabriela Cabezón Cámara y su reciente resignificación del Martín Fierro en Las Aventuras de la China Iron, tan provocativa como su previa La virgen cabeza; a las ficciones de Samanta Schweblin y su recientemente premiada Kentukis; y al terror gótico de Mariana Enriquez plasmado definitivamente en Nuestra parte de noche.

Las jóvenes escritoras argentinas están narrando magistralmente un estado de época. A través de diferentes géneros, estilos, formas, aflora el inconformismo, la protesta, la indignación, la denuncia, como si el extendido movimiento de lucha de las mujeres también encontrara aquí su lenguaje, sus temas, sus historias, sus miradas. Sin embargo, no se trata solo de una cuestión de género, sino de literatura.