Cultura

27/8/2019

“Once upon a time… in Hollywood”: el ocaso de los ’60 a través del lente de Tarantino

El noveno film de Quentin Tarantino, "Once upon a time… in Hollywood" ("Había una vez… en Hollywood") pareciera ser a la vez canto de cisne, antología propia, carta de amor a la industria del cine, y declaración de nuevos bríos creativos de su director y guionista. El Largometraje con mayúscula (161 minutos), es protagonizado por Leonardo DiCaprio como el actor ficcional de Westerns de segunda Rick Dalton, Brad Pitt como su compinche taciturno Cliff Booth y Margot Robbie, que encarna una etérea pero muy real Sharon Tate, esposa de Roman Polanski. La trama se desenvuelve en el año 1969, año marcado por el decaimiento del Western como género fílmico exitoso (al ritmo que decaía también la carrera de Dalton), y también por la descomposición del movimiento hippie en los Estados Unidos, cuyos dos golpes fatales parecían ser el Festival de Altamont donde murieron 5 personas mientras tocaban los Rolling Stones, y más relevante a la película en cuestión, el asesinato de Sharon Tate y otros en la casa de Polanski, a manos del culto liderado por Charles Manson. Fiel al estilo de Tarantino, el film no se apoya tan fuertemente en la trama, sino en la cinematografía espectacular, una estética intachable y detallada de fines de los años 60 y actuaciones estelares por parte del reparto.



Al comienzo nos encontramos con el actor interpretado por Di Caprio, cuyo momento de gloria ya ha pasado. Había protagonizado una exitosa serie, Bounty Law, en los años '50, pero cuya cancelación había sido atribuida a su intento de incursionar en el mundo del cine. En el presente, es el villano de los Westerns que solía protagonizar, y tiene a su ex-doble de riesgo (Pitt), que hace de chofer (ya que Dalton ha perdido su registro por conducir borracho), de arreglatutti en su casa de Hollywood Hills y de amigo en momentos difíciles. El contraste entre ambos personajes es brutal: Dalton reside en las alturas de Los Ángeles, en un bungalow con pileta, rodeado de gigantografías de sus éxitos pasados, mientras que Booth vive en un trailer decrépito detrás de un autocine, comiendo lo mismo todos los días y con su perra como única acompañante. Tarantino intenta puentear esta desigualdad entre patrón y empleado poniendo el eje en la amistad que los une de forma irrevocable, lo cual es puesto en palabras de Rick Dalton como: "Más que un hermano, pero menos que una esposa". De todas maneras, también acentúa la relación asimétrica, intercalando tomas del lujo decadente del hogar de Dalton y la pobreza de Booth. De todas maneras, ambos miran más arriba en la calle Cielo Drive, hacia la casa de los vecinos Roman Polanski y su esposa Sharon Tate, que viven en el verdadero lujo, donde el director polaco se regodea en el  reciente despegue de su carrera y su esposa parece envuelta por una luz propia.


Este nuevo film de Tarantino contrasta fuertemente con sus películas anteriores: Django Unchained, Kill Bill, Pulp Fiction, Reservoir Dogs, Inglorious Basterds; ya que prescinde en Once upon a time… in Hollywood casi totalmente de un recurso el cual utilizaba de forma profusa en ellas: la violencia gráfica y extrema que colma la pantalla de sangre hasta el grotesco. Pasamos de películas donde personajes oprimidos, como los judíos en Bastardos sin gloria y los negros en Django asesinan a sus opresores al final de un film que ha demostrado durante toda su duración que esto que están haciendo es justicia, a una oda al Hollywood que se está perdiendo, donde estrellas de cine se mezclan de a ratos con las "personas de a pie". El director hace énfasis en la precisión histórica de la película, desde la estética de las botellas de Coca Cola, pasando por los autos, el maquillaje y la ropa. Homenajea un Los Ángeles que ya casi no existe, dedicando escenas enteras a los créditos iniciales de programas de la época, a mostrar cómo se encienden los carteles de neón de los cines de la ciudad y a largos viajes en auto con temas característicos sonando en la radio a todo volumen. En particular, hace una apoteosis de la figura de Sharon Tate, como epítome de todo lo que era una estrella de cine femenina de la época, es decir que en la película tiene pocos diálogos, largas escenas de ella bailando y manejando, o simplemente sonriendo de la mano con su esposo. Ha habido críticas como la del diario británico The Guardian que argumentan que todo esto que se menciona, representa un giro a la derecha en la carrera cinematográfica de Tarantino. Podría decirse que más que un giro a la derecha, ha ocurrido un giro hacia el interior, a través de personajes y hechos ficcionales e históricos, su último film se consolida como uno de los más personales. Pinta el Estados Unidos con el cual él creció, un país en pleno boom económico, con propagandas de cada producto que uno pueda imaginarse reproduciéndose en loop las 24hs en la nueva televisión a color que hace pocos años había llegado al mercado. Representa el Los Ángeles al cual él se mudó a los 3 años, lleno de fiestas, glamour, estrellas y mujeres hermosas.


Asimismo, la película encarna una oda a uno de los géneros preferidos de Tarantino: el Western. Hay largas escenas donde la acción se detiene para interiorizarse en el rodaje de estas películas y series en las que actúa el personaje de DiCaprio, confundiendo a veces la película de Tarantino con la película que se está rodando en ese momento. Allí vemos también lo que pareciera ser una burla a la producción serial de este género, donde se vuelve difícil distinguir una película de la siguiente por la similitud de las tramas, personajes estereotipados y hasta los mismos sets. Esto se condensa en particular en la escena donde Dalton se castiga a sí mismo por haber fallado repetidas veces en una escena. Pero luego, se destaca el joven personaje de Trudi Fraser (Julia Butters), que después de empujar a Dalton a mejorar, le dice: “Esa es la mejor actuación que alguna vez he visto.” Dentro de estas extensiones de la película en los estudios de Hollywood, el director hace una antología de sus propias obras, haciendo guiños a películas como Bastardos sin gloria, cuando el personaje que está encarnando Rick Dalton calcina un grupo de nazis en una película sobre la Segunda Guerra Mundial, o como Kill Bill con la aparición de un Bruce Lee un tanto caricaturesco luchando con Cliff Booth en una especie de riña de gallos en el estacionamiento del estudio de producción. No es solo una oda a un género en particular, sino también una carta de amor a algo más general: la industria del cine y lo que puede lograr. Esto se destaca en particular en lo que, personalmente, es una de las mejores escenas de la película: Sharon Tate (Robbie) va a ver en el cine la última película que rodó, rodeada de personas ignorantes de su presencia. Con pocas palabras y mucha gestualidad, refleja la satisfacción y la alegría de poder generar reacciones en el público, de que su trabajo en la película trascienda la pantalla y afecte la realidad, del mismo modo que la película de Tarantino lo está haciendo en el cine en el que uno la está viendo. Tate es menos un personaje y más un símbolo de la manera en que se veía a las estrellas femeninas de Hollywood en los '60: delicados ángeles semi-mudos que debían ser mirados con adoración y reverencia. Esto contrasta fuertemente con una actualidad donde las mujeres de la industria del cine han tomado protagonismo en el reciente movimiento #MeToo denunciando las violaciones y la violencia de género que han sufrido a manos de los hombres en Hollywood.


El homenaje al Western culmina cuando el propio Tarantino hace su incursión moderna en el género con la visita de Cliff Booth (Brad Pitt) a Spahn Ranch, ya que levanta a una hippie haciendo dedo en el centro de Los Ángeles (Margaret Qualley). Al llegar al lugar, set abandonado de Westerns donde él mismo había trabajado diez años antes, la cinematografía abandona el juego jocoso y sensual entre los personajes de Pitt y Qualley en el auto, para adquirir un matiz de enfrentamiento, conjugando tomas, banda sonora y efectos que remiten directamente al género. El enfrentamiento con el clan de Manson, y su desenlace inesperado, que no se mencionará para evitar spoilers, pareciera representar el deseo de Tarantino de un desenlace ulterior también del destino de la industria del cine tradicional de Hollywood. De todas maneras, la incursión de Booth en este espacio nos muestra un movimiento hippie agotado, empobrecido y lumpenizado, que permitiría la propagación de las ideas de Manson, es decir asesinar a los que nos han enseñado a asesinar: las estrellas de Hollywood. El insulto que les propina el personaje de Brad Pitt desencadena la retribución por parte de los adeptos de Manson y conjuga así el principal motor que mueve los Westerns: la venganza.