Cultura

6/4/2016|1405

Paranoia, ajedrez y propaganda: acerca de La jugada maestra

La jugada maestra -el ajedrez como instrumento de escenificación política- sumerge al espectador en una era, no muy diferente de la actual, donde el genio y la potencia de la creatividad fueron utilizados y estropeados en función del poder estatal


En 1972, en medio de la “Guerra Fría”, el campeón mundial en ajedrez, el soviético Boris Spassky, se enfrentó por el titulo con Bobby Fischer, estrella norteamericana de 29 años, en Reykjavik, Islandia. El extraordinario partido pasaría a la historia como “El match del siglo” y sobre él (y la retorcida mentalidad de Fischer) hace eje La jugada maestra (dirigida por Edward Zwick, Estados Unidos, 2014), recientemente estrenada.


Fischer es una figura psicológica atrapante para llevar a la pantalla y la película produce indicios de que sus amplias patologías tenían raíces históricas profundas en esa época de propaganda, persecución y paranoia en que desarrolló su carrera. A eso seguramente hace referencia el titulo original en ingles, El sacrificio del peón (Pawn sacrifice). El film muestra a un niño Fischer criándose sólo a comienzos de los ‘50 en Brooklyn, Nueva York, con una madre soltera acosada por el FBI por sus simpatías izquierdistas. Ella, una enfermera suiza, huyó de la URSS cuando empezaron las purgas estalinistas, lo que no le impidió caer bajo las sospechas del macartismo reinante. Fischer aprendería a jugar al ajedrez de forma autodidacta. Le dedicaba 14 horas por día. Se llegó a decir que fue el jugador de ajedrez que “más cerca estuvo de la perfección”.


A partir de su adolescencia, Fischer comenzó a destacarse como un genio en el juego y enfrentó a los campeones soviéticos que dominaban el terreno y la Federación Internacional de Ajedrez. El film marca las diferencias sobre cómo se desarrollaba este deporte en los dos regimenes. “Si los maestros del ajedrez estadounidenses son excéntricos, los rusos son figuras culturales respetadas: incluso se puede conseguir un título en ajedrez en la Universidad de Moscú. Sin embargo, el ajedrez no es un medio para el enriquecimiento intelectual de la masa del pueblo, sino que es usado para la gloria nacional gran rusa” (Pawns in the Cold war – The politics of chess, pubicado en el periodico de iga espartaquista de Estados Unidos en septiembre de 1972). El ajedrez, en rigor, tiene una larga tradición en Rusia, anterior a la revolución. Fue aprovechada por el sistema educacional soviético como aproximación a la matemática y al pensamiento abstracto y se utilizó a sus grandes ajedrecistas para su propaganda política. 


El film refleja como Fischer sería utilizado, como un peón, por su misterioso representante (posiblemente vinculado a la CIA), mientras que ya sus conocidos y familiares advertían que su estado mental no permitía presiones y, menos, competencias internacionales. Cuando se escapó de la segunda partida contra Spassky, el representante lo comunicó con el entonces secretario de Estado, Henry Kissinger, quien le pidió ganar una partida por el “Rey Richard” (Nixon). A ese nivel de importancia mundial (con millones de espectadores viéndolo en directo por TV) llegó el match desarrollado en Islandia. No muy diferente era la situación de Spassky, un judío ruso que nunca se afilió al PCUS “por diferencias ideológicas”, seguido en sus giras por guardias de seguridad  y que terminaría desertando.


En medio de sus obsesiones y paranoias (abandonando torneos, efectuando denuncias de conspiraciones soviéticas, exigiendo extravagancias y siempre más dinero de lo pautado a último momento) el ajedrecista se volvería poco a poco un fanático religioso anticomunista y antisemita, que denunciaría a los judíos -él mismo era judío- por controlar Wall Street, negaría el Holocausto y terminaría justificando el atentado a la Torres Gemelas. Fischer también se manifestaría a favor del pueblo palestino y denunciaría el rol de Estados Unidos e Israel en Medio Oriente. Luego de jugar un revival del match con Spassky en Serbia durante la guerra civil en aquel país, Estados Unidos -donde alguna vez fue considerado héroe nacional- le quitaría la ciudadanía y moriría sólo en Reykjavik con sus problemas mentales agravados en 2008.


Se trata de un film correcto con buenas actuaciones. Zwick logra crear un producto entretenido; el espectador llega a sentir empatía tanto en alguien no muy agradable (Fischer) como por un apparatchik (Spassky) y donde se transforma al “match del siglo” en una batalla de obsesiones, paranoias y egos donde cada sonido y gesto es decisivo. La película, sin embargo, no está exenta de un tono patriotero pro yanqui. La jugada maestra -el ajedrez como instrumento de escenificación política- sumerge al espectador en una era, no muy diferente de la actual, donde el genio y la potencia de la creatividad fueron utilizados y estropeados en función del poder estatal.