Cultura

13/8/2018

Peaky “Fucking” Blinders

Acerca de la serie británica que marca el pulso de las mafias de los gangsters y del Estado.

En 1916, el poeta Giuseppe Ungaretti publicó el libro El puerto sepulto. Eran poemas que escribió durante la Primera Guerra Mundial, donde combatió como voluntario para el ejército italiano. La guerra, la barbarie, le reveló en sus poemas un lenguaje breve, decisivo. Un lenguaje de trincheras: tras la Gran Guerra, todo era fugaz, trágico, final.


En 1919, un año después de aquella guerra, desde los bajos fondos de Birmingham, Inglaterra, ciudad motor de la revolución industrial, entre el whisky irlandés, el creciente proletariado obrero, el fuego de los hornos y el contrabando en barcazas, surge el ascenso de los gangsters Peaky Blinders.


Los Peaky Blinders -así es el nombre de la serie producida por la BBC, emitida por Netflix y creada por Steven Knight- es como se hace llamar el clan Shelby, una peligrosa familia encabezada por Thomas Shelby, el segundo de tres hermanos varones, y la matriarca ‘Aunt’ Polly, quien se hizo cargo del negocio hípico de apuestas de la familia mientras los hermanos batallaban por Gran Bretaña en las trincheras de Francia.


Thomas Shelby (Cillian Murphy), joven veterano de guerra con medalla del rey, es el eje central: Tommy volvió de la histórica batalla de Somme (Francia) adusto, inexpresivo, seductoramente sombrío, una voz serena que sólo pronuncia para dar las órdenes y convertirse, ya desde la primera temporada -hay cuatro editadas hasta el momento-, en el líder natural de los Peaky ‘Fucking’ Blinders, tal como se presentan. Como en esos poemas de Ungaretti, Tommy es breve, decisivo en cada expresión, una reacción del lenguaje ante la posibilidad permanente de la muerte que dejó la guerra. Tensionan en él rasgos de humanidad en medio de su sangre roja y fría.


Thomas volvió asediado por los fantasmas de la guerra, por el sonido en la cabeza de los muertos y la metralla, al igual que sus hermanos. Esa tragedia sobrevolará la mente de ellos en forma permanente -la serie marca esa situación en las conciencias quebradas de esa generación- que se hundirán en el alcohol, el opio, la cocaína, el crimen organizado.


La Gran Guerra fue un quiebre total en la historia. Tommy, antes de partir a la guerra, se había afiliado al Partido Comunista británico. A su regreso –“nadie regresó”, dirá él- comenzará su transformación y ascenso de poder, que también serán de la familia: de gangster del suburbio, corridas de caballos, policía comprada y cuchillas en las boinas -que usaba la pandilla en la cual se basa la serie- pasará a su integración con los modos de la mafia en la alta burguesía británica, amparado y extorsionado por los hilos del Estado, centralizado en la figura de Churchill.


La causa comunista orbitará en las temporadas: en los encendidos discursos de fábricas; en las negociaciones de los Shelby con los contrarrevolucionarios rusos; en la hermana Shelby y su amor clandestino con un dirigente bolchevique (las mujeres cumplen roles de poder en la serie, sean mafiosas o dirigentes del PC, en medio de los códigos varoniles de las gangsters y la época); en el intento del gobierno británico de estrangular el comunismo y a los fenianos del IRA usando a la mafia; en el ascenso de la lucha obrera local y sus huelgas.


La estética de la serie es brillante, delicada: el vestuario, la fotografía y, sobre todo, la música, una elección que va de Nick Cave & The Bad Seed y Radiohead a Jack White (The White Stripes, The Raconters), para contrastar así los sonidos modernos del post punk, el indie y el rock alternativo con las calles de los años 20 en Birmingham y Londres. El personaje de Thomas Shelby es el vértice de esa estética, con su glamour cool y oscuro.


Como en Mad Men, otra extraordinaria serie (que trabaja la idea proustiana de En Busca del Tiempo Perdido), en Peaky Blinders también el protagonista es el tiempo, la pesada historia que avanza.