Cultura

23/11/2015

Retrato de la “guerra al terror”


El mayor Thomas Egan (encarnado por Ethan Hawke), piloto de la Fuerza Aérea norteamericana con experiencia de guerra en Afganistán, dejó de volar pero sigue trabajando para el ejército. Ahora se encierra en una pequeña cabina en el desierto de Nevada, doce horas al día, junto a oficiales jóvenes, para vigilar y bombardear la frontera entre Pakistán y Afganistán por medio de drones, aviones no tripulados que desde 10 mil metros de altitud asesinan sin ser vistos ni alcanzados a la población de esos lugares. Después de contar el número de cadáveres, termina su “trabajo” y regresa a un hogar prefabricado junto a su esposa y niños.


La barbarie de su labor se agudiza cuando empieza a recibir instrucciones de la CIA. Las objetivos ya no son más “personality strike” (personas identificadas, supuestamente, como “terroristas”), sino “signature strike” (cualquier sospechoso, vecino, familiar o sujeto que pase por ahí). Las tareas incluyen bombardear el hogar de un sospechoso y disparar nuevamente cuando la gente se acerca a rescatar a las víctimas (“double tap”) o atacar la casa de un dirigente talibán para después bombardear su entierro y el de su familia. En resumen: no estamos hablando de una guerra, sino de fríos asesinatos lejos de cualquier frente de batalla, desarrollados con una fuerza asimétrica donde los “daños colaterales” son previstos y buscados.


“Hasta la fecha, los Estados Unidos usaron drones para ejecutar sin juicio a 4.700 personas en Pakistán, Yemen y Somalia, todos países contra los cuales no se declaró la guerra”, informó la organización de derechos humanos británica Reprive (citado en Worls Socialist Web Site, 13/5). Vale aclarar que la inmensa mayoría de estos crímenes transcurrieron bajo la presidencia de Obama. “¿Así que están entregando Premios Nobel de la Paz por esto ahora?”, ironiza una colega de Egan y habla sobre los “crímenes de guerra” que están cometiendo. Esta colega, Zoe, se pregunta también si no están multiplicando el número de terroristas con sus acciones.


Máxima precisión (dirigida por Andrew Nicol, Estados Unidos, 2014) es un retrato brutal de cómo se está llevando a cabo actualmente la “guerra al terror” iniciada en 2001. Vemos, así, las consecuencias devastadoras sobre la población árabe. Pero la película también refleja la psicología de los soldados norteamericanos. Egan, a pesar de que está seguro a 11 mil kilómetros de sus víctimas, se siente totalmente alienado de su familia y entorno y su único deseo es volver a volar jets militares. Se observa, de este modo, una “idealización” de las operaciones militares yanquis de antaño.


El protagonista se da cuenta de que no hace exactamente una guerra, no corre peligro alguno y se siente un cobarde matando gente a distancia y observando las consecuencias de sus actos a través de un pequeño monitor, como si fuese un videojuego. No es casual que la base militar se ubique en las afueras de Las Vegas, paraíso de la artificialidad capitalista. La guerra asume un carácter “virtual”, “higiénico” (para el ejército estadounidense), pero se hace imposible escapar de la responsabilidad moral de los propios actos.


La conclusión de Máxima precisión (su título en inglés es Good Kill, algo así como “buena matanza”, la frase que repiten cada vez que la bomba alcanza su objetivo) es equívoco, intentando rescatar a su protagonista y al “buen uso” de los drones. El film de Niccol (quien escribió el guión de The Truman Show y dirigió las interesantes Gatacca, El señor de la guerra y El precio de la mañana) no cuestiona la incursión imperialista sino el método con la cual se lleva a cabo. Lo hace de forma contundente, lo que no es poco para el cine hollywoodense contemporáneo. Máxima precisión, estrenada antes de la masacre fascista de Isis en París, adquiere fuerte actualidad al poner en evidencia los mecanismos de la barbarie imperialista.