Cultura

29/10/2009|1106

Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina: las razones de una crisis

Horacio López y Eduardo Mileo, escritores y militantes del PO, han renunciado a la Comisión Directiva de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA). Su decisión culmina una larga crisis en la SEA, cuyas bases políticas es necesario explicar.

La trayectoria de la SEA

La SEA surgió en plena etapa del Argentinazo, como alternativa a la Sociedad Argentina de Escritores (Sade), mutualista y paraoficial. En ese período, la SEA protagonizó movilizaciones frente al despido de trabajadores de varias editoriales.

El gran desafío de la nueva sociedad de escritores pasaba por involucrarse en la lucha política y social, y realizar un trabajo de preparación para desarrollar una política socialista. De lo contrario, el nuevo sindicato asumiría el carácter mutualista de la Sade.
Lamentablemente, la SEA se fue orientando hacia un desarrollo puramente gremial. Si los límites de esa orientación son claros en cualquier sindicato, en el caso de los escritores son aún mayores, puesto que su trabajo los encuentra sometidos y aliados simultáneamente a la industria editorial. La diferenciación social y política de los escritores es inevitable; pretender lo contrario conduce al sindicalismo mutualista. La SEA organizó algunas mesas redondas sobre la crisis mundial, la izquierda o la cuestión de la mujer, que tuvieron repercusión. Pero rechazó pronunciarse ante los grandes acontecimientos políticos del período. Atravesó la crisis del campo sin abrir la boca; peor aún fue su silencio frente a la lucha universitaria contra la Asamblea reaccionaria.

La crisis de Gaza

La crisis de esta política estalló en una ocasión donde la SEA sí tomó partido. Fue en enero de este año, cuando un comunicado de su Comisión Directiva repudió el genocidio sionista en Gaza. El comunicado produjo una violenta reacción por parte de un conjunto de escritores sionistas, que formaban parte del elenco estable de columnistas de la prensa oficial. Este lobby literario se negaba a condenar la masacre sionista, a la que incluso justificaba en nombre de un “conflicto ancestral”. Acabaron publicando sus ataques en Ñ y Página/12, apañados por sus direcciones editoriales.

Las réplicas de los dirigentes de la SEA Víctor Redondo y Graciela Aráoz, en esas mismas publicaciones, derribaron los planteos de los escritores sionistas. Pero, al interior de la Comisión Directiva de la SEA, los mismos dirigentes que firmaron esos textos comenzaron a lamentar la posición adoptada sobre Gaza. Pasaron a considerarla un “tremendo error político”, del que hicieron responsable al compañero de la Comisión Directiva y del PO que redactó el comunicado inicial: Horacio López. Públicamente, y bajo la presión de los ataques políticos a la SEA, sus dirigentes aparecían enfrentados a los sionistas. Pero interiormente habían sido doblegados por ellos. El quiebre de las convicciones se manifestó, finalmente, cuando el Partido Obrero se pronunció sobre la controversia planteada en la SEA, a través del texto de Altamira “La cobardía de los escritores”, publicado en Prensa Obrera. Redondo y Aráoz, los dos principales dirigentes de la SEA, nos reprocharon la pretensión de enfrentar desde el partido a los encubridores de las masacres sionistas, aun cuando éstos no se privaban de atribuir el comunicado de la SEA a la acción de grupos “mesiánicos o autoritarios”.

Para colmo, otro lobby, en este caso stalinista, el Centro Cultural de la Cooperación, se había largado abiertamente a atacar a la SEA y al PO, en defensa de los escritores sionistas (!!). Sin embargo, los dirigentes de la SEA consideraron que la carta de Altamira en defensa del PO era una “intromisión”. Aunque el sionismo perdió la batalla de Gaza frente a la opinión pública, la ganó en la SEA, puesto que logró quebrar a su Comisión Directiva.

El rumbo posterior

La defección interior ante la masacre de Gaza abrió un rumbo posterior de adaptación al Estado. La sanción de la ley de pensión del escritor en la Legislatura podría haber reforzado a la SEA como sindicato. En cambio, fue el punto de partida para un derrotero de contemporización y arreglos con el gobierno de Macri. En el Festival Internacional de Poesía, la presidenta de la SEA compartió un acto con Hernán Lombardi, ministro de Cultura de Macri, donde le prodigó todo tipo de elogios. Mientras tanto, la mayoría de la Comisión Directiva de la SEA se oponía a que la sociedad participara de la campaña contra el desguace del Colón; o por el derecho de los trabajadores de Radio Nacional a constituir su sindicato (¡la misma reivindicación que había levantado la SEA, años atrás, en relación con la Sade!) y, más recientemente –y lo más grave–, en la campaña por la destitución del represor “Fino” Palacios. En más de una oportunidad, la oposición a tomar partido se justificó en nombre de “evitar el declaracionismo”. Pero como señalan López y Mileo en su carta de renuncia: “Una organización de los que trabajan con la palabra, ¿a qué queda reducida si no actúa y se pronuncia contra el crimen y la represión de Estado, contra la opresión nacional o la miseria social? Termina como una organización mutual, que debe convivir y negociar, sin agresiones, con el poder de turno. A esto ha sido llevada la SEA”.

Finalmente, Horacio López fue separado de la propia directiva. La mayoría de la Comisión quiso justificar esa sanción en “faltas reiteradas”, aunque sin señalar cuáles son. La “falta” no es otra que haber sido el redactor original del comunicado de repudio al genocidio en Gaza.
En su carta de renuncia, López y Mileo concluyen señalando: “No hay posibilidad de desarrollo progresista de una sociedad de escritores si no es en el compromiso contra la degradación de la cultura y su entrega al gran capital, y en la lucha por una transformación social. Esa es la perspectiva que queremos para el movimiento de escritores que asomó en las luchas de 2001. Por ella, seguiremos trabajando al interior de la SEA”.

La crisis de la SEA deja enseñanzas invalorables para el trabajo revolucionario en el campo intelectual y, de un modo general, en los sindicatos.