Cultura

8/10/2015|1384

“Tato” Pavlovsky


Eduardo “Tato” Pavlovsky falleció el domingo 4 de octubre. Tenía 81 años.


 


Con una trayectoria vastísima de más de cincuenta años ininterrumpidos de trabajo, Pavlovsky fue autor de algunas de las más importantes obras del teatro argentino. En una primera etapa fue precursor, con autores como Griselda Gambaro o Patricio Esteve, del “teatro del absurdo” en Argentina, fuertemente influidos por el irlandés Samuel Beckett y el rumano Eugène Ionesco. Esta corriente estética, hija del trauma del clima de posguerra luego de la Segunda Guerra Mundial, puso en el centro de su teatro la angustia humana de encontrarse en un mundo absurdo. Y la presentaron, en la escena, mediante el abandono sistemático de las convenciones tradicionales del razonamiento, el espacio y el tiempo: en el absurdo el lenguaje cotidiano de todos los días sirve como instrumento de la incomunicación de los personajes.


 


Fue con el estreno del clásico El señor Galíndez en 1973, que el teatro de Pavlovsky dio un vuelco permanente para abordar los dramas sociales y políticos de su época. Esta obra, protagonizada por el torturador Galíndez, inmerso en la cotidianeidad de su “trabajo”, trata la dimensión psicológica del torturador. Entre varias otras, siguió Telarañas, de 1976, donde se expone cómo operan la humillación, la violencia encubierta e inadvertida en el mito de “la familia burguesa”, que fue prohibida por “atentar contra los fundamentos de la institución familiar tradicional”. Candidato a diputado por el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), fue perseguido por la Triple A primero y por la dictadura después, por lo que estuvo largamente exiliado en España.


 


En su regreso, en 1981, Pavlovsky estrenó en 1985 Potestad, cuyo protagonista es un médico apropiador a quien también le arrebatan su hija. Según el dramaturgo, se trataba “de mostrar la subjetividad del represor; el cual no tiene que ser malo por naturaleza, sino que se maneja con una lógica distinta” (Página/12, 5/10). Por la obra, “Tato” mantuvo una polémica respetuosa con organismos de derechos humanos. En otra entrevista explicó la raíz del debate: “Por ejemplo, las Madres de Plaza de Mayo, que yo admiro y respeto, no gustan de Potestad porque no entienden cómo puedo hacer un secuestrador de forma humana, y eso fue precisamente lo que yo buscaba” (La Nación, 5/10).


 


Activo hasta el final, su última obra, Asuntos pendientes, mostraba la dramática realidad de los jóvenes desocupados y daba cuenta de las preocupaciones del dramaturgo que al final de sus días dijo: “Siempre el teatro es subversivo, subvierte, y siempre es válido su espíritu militante. Así lo pienso yo a los 80 años, todavía en los escenarios como actor y como autor”. Lo escribió en Página/12, diario en el que colaboró y donde arrimó sus afinidades críticas con las corrientes del nacionalismo burgués en Latinoamérica. Quedó pendiente un proyecto en conjunto con Norman Briski para teatralizar la vida de Stalin, en línea con sus argumentos y preocupaciones artísticas y políticas. Dijo al respecto: “¿Cómo pudo existir un hombre responsable de la muerte de 20 millones de rusos, incluso amigos personales y parientes? Me atrae el misterio de tanta crueldad en un solo hombre”.


 


El artista contó una vez que su punto de inflexión sobre lo social y lo político fueron la Revolución Cubana, los grandes movimientos estudiantiles como el francés y el Cordobazo (Revista Ñ, 10/7/10). Escribió una obra -y lo reivindicó- sobre el director y teórico teatral ruso Vsevolod Meyerhold, fusilado por el estalinismo por su oposición al realismo socialista.


 


Además de su producción teatral, desarrolló una intensa actividad como psicólogo, siendo uno de los impulsores del psicodrama en el país, con otra serie de libros y actividades de fuerte valor científico y artístico.


 


Con su paso deja una huella indeleble, expresada en sus obras y textos, que sin temor afrontaron cara a cara la realidad dramática. Pavlovsky intentó demostrar, como se desprende de su obra La espera trágica (1962), que cuando el sistema de opresión nos dice que “todo es igual”, es posible retrucar: “Todo podría ser diferente”.