Cultura

22/2/2021

Trotsky y Breton por la costa argentina

Con novedosos aportes al cine local, "Manifiesto", la nueva película de Alejandro Rath, recrea en clave onírica el encuentro del revolucionario y el poeta.

Parado, el Trotsky de Pompeyo Audivert. De brazos cruzados, el Breton de Iván Moschner.

“Bello como el encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas”. La sentencia, del poeta franco uruguayo que firmaba como el Conde de Lautréamont, era una de las de cabecera del grupo surrealista, que veía allí sintetizada la potencia explosiva que tiene para las nuevas creaciones la unión de realidades aparentemente lejanas.

Aunque bastante menos fortuito, y con una larga historia detrás, el encuentro que tuvieran el surrealista André Breton y León Trotsky a fines de la década del ’30 parece proyectar hoy una belleza de esta índole. En México, entre la calma de los paseos naturales y los tormentos de la mente, la vanguardia artística y la vanguardia revolucionaria hacían mucho más que crear una postal histórica: parían el Manifiesto por un arte revolucionario independiente. El documento plantaba bandera, en las vísperas de la Segunda Guerra Mundial, contra el stalinismo y el fascismo; desarrollaba un alegato en pos de la más irrestricta libertad artística y mostraba los vínculos directos e indirectos entre tales creaciones y la lucha revolucionaria.

¿Qué mejor forma para dar cuenta de la belleza de este encuentro y de la vigencia de estas ideas que una obra marcada por la libertad creadora y por el espíritu de lucha? Tal es el caso de Manifiesto, la nueva película de Alejandro Rath que, en un cruce entre documental, ficción y experimento, pone en escena esos días de debates y traza vínculos con el arte contemporáneo argentino.

El film, que podrá verse gratuitamente desde el 23 de febrero en la plataforma Cine.AR (a través de este link) y en el Canal Encuentro los días 26 de febrero (22 h) y 6 de abril (22 h), es protagonizado por Iván Moschner, que encarna a Breton, y Pompeyo Audivert en el papel de Trotsky. Cuenta asimismo con la participación del cineasta César González, las escritoras Gabriela Cabezón Cámara y María Negro y la música Adriana de los Santos, quienes interpretan una serie de escenas de corte surrealista que parecen salir del inconsciente de Breton, fascinado por Trotsky y atormentado por sus presiones, tematizando en clave onírica los vínculos entre trabajo y arte, violencia y revolución, sueño y vigilia.

En otra de sus docuficciones, Quién mató a Mariano Ferreyra, los codirectores Rath y Julián Morcillo habían explotado de manera impactante las posibilidades de este género híbrido, recreando ficcionalmente una masacre con la actuación de sus víctimas. Una experiencia pocas veces vista en el cine argentino, que para encontrarle un equivalente quizá debamos remontarnos a El último malón, de 1917. Ahora, en Manifiesto, Rath y equipo vuelven con otro atrevimiento para el séptimo arte de nuestros pagos, que es construir con actores argentinos y en un ambiente local (la costa argentina) una historia transcurrida en México y protagonizada por un francés y un ruso, arrebatándole a Hollywood (acostumbrado a poner romanos, griegos y lo que sea a hablar en inglés) el monopolio de esos verosímiles, y ensanchando valientemente el terreno de nuestra ficción.

El film se inscribe en una corriente jugosa y creciente del cine documental, al explicitar desde el primer momento las condiciones en que fue producida la película, pero sin el narcisismo directorial que muchas veces viene aparejado con tal decisión. Aquí, conocemos los entretelones del armado a través del diario del actor Iván Moschner, que aparece por momentos tan turbado con el proceso como lo estuviera Breton en la redacción del Manifiesto. Esta analogía entre el actor y el personaje que interpreta nutre buena parte del metraje, explotando así los nexos entre la experiencia de Breton-Trotsky y algunos de los temas que debaten en pantalla: las condiciones de la creación artística, los límites entre la cordura y la locura.

La película, se sospechará a esta altura, toca la cuestión freudiana y del peso del inconsciente en más de una ocasión, que fue objeto de polémicas entre Trotsky y Breton para luego quedar plasmada en el Manifiesto. Y si el sueño es uno de los sabidos puentes hacia el inconsciente, también lo es el humor, que recorre buena parte del metraje e inspira en particular memorables momentos. Para crear una de ellos, Rath se apoya en la conocida pasión de Trotsky por los animales y en su vínculo con la perra Maya, a quien pone a reflexionar en clave comunista (en un espíritu de desacralización de la lucha revolucionaria y de pelea contra la solemnidad que ya aparecía en otras películas del autor, como con el hilarante Marx de Alicia). La secuencia completa su comedia con el recurso a una voz en off en francés, en homenaje-parodia a ese cine galo de los ’60 que también tuvo al vínculo entre arte y lucha como una de sus preocupaciones centrales.

Con Manifiesto, en suma, sucede algo parecido que con el encuentro al que refiere. Como el texto de Breton-Trotsky, no solo está plagada de belleza e inteligencia: tiene esa rara virtud de ampliar el campo de lo posible.