Cultura

20/1/2011|1163

María Elena Walsh: Un homenaje sin olvidos

Probablemente no haya argentino que no pueda tararear algún verso, alguna canción de María Elena Walsh. Sin el aparato de propaganda de las disqueras ni de las grandes editoriales, sin los medios de comunicación machacando su obra, habiendo dejado de componer hace más de 30 años (1978), renuente a las entrevistas, esta mujer acompañó -y educó- de forma discreta pero perdurable a tres generaciones. La ayudó una herramienta difícil de controlar: el canto de las madres y los padres, quienes habían aprendido sus canciones de chicos. Algunos de sus personajes, como la Tortuga Manuelita, Doña Disparate o Dailan Kifki están incorporados a los libros de texto de media América Latina. Su producción comprende 22 discos, 16 libros para niños, 15 libros para adultos y una película.

¿Quién fue?

María Elena Walsh nació en Ramos Mejía el año que Uriburu daba el golpe del ’30, en una familia de clase media leída y de costumbres liberales. Su padre, ferroviario y pianista de origen inglés, entrenó a su hija única en las canciones infantiles y los juegos de palabras de la lengua de Dickens -una huella que selló el estilo de su obra. La chica cursó la secundaria en la liberal Escuela de Bellas Artes y a los 17 años publicó su primer libro, “Otoño imperdonable”, con el que obtuvo el segundo Premio Municipal de Poesía -y esto porque el jurado la consideró muy joven para adjudicarle el primero. Pero Borges, Neruda, Silvina Ocampo y Juan Ramón Jiménez la elogiaron como a una gran promesa. Deslumbrado, el autor de Platero la invitó a estudiar en Maryland, y hacia allí partió la joven.
A su regreso de Estados Unidos, María Elena Walsh -disgustada con la “asfixia cultural” y la censura impuesta por el “peronismo facho”- se autoexilió en París (1951). No fue la única razón: “París era la libertad con todo lo que esa palabra significa. Acá había dos presiones muy grandes para cualquier joven, y más para una chica: una era la familiar y la otra, la de la sociedad en que vivíamos. Estábamos en una dictadura donde la Iglesia tenía como siempre una pata metida”. Allí, se enamoró de la musicóloga y folklorista Leda Valladares y formaron un exitoso dúo hasta 1963. “Leda y María” fueron aplaudidas y grabaron varios discos en Francia y también en la Argentina, donde continuaron un extraordinario trabajo -comenzado por Leda años antes- de recopilación de ritmos y canciones de las copleras del Noroeste. Mientras Walsh se afianzaba como compositora y poeta, el dúo fue protagonista de la gran renovación del folclore de los años ’60.

Para entonces, había hecho las paces con el peronismo. Influida por el feminismo europeo, recuperó sobre todo la figura de Eva Perón y se definió entonces -y lo haría el resto de su vida-, como una figura amante de la “reconciliación”, apaciguadora de los conflictos sociales.

La única liberación que predicó Walsh fue la de la mujer, pero separada de cualquier otra lucha libertaria. En “Carta a una compatriota”, publicada en la revista “Extra” antes de las elecciones de 1973, María Elena Walsh criticó al régimen social -“fueron mujeres y niños los primeros seres humanos a los que explotó a muerte la Era Industrial, arrancándolos por la fuerza del Sacrosanto Hogar. Y es nuestro mundo Occidental y Cristiano el que no permite a la mujer trabajadora disfrutar sin angustias…” -pero asegura que los partidos, “aunque sean armados”, ofrecen poco más que servir café a las mujeres. No son las elecciones sino el Movimiento de Liberación Femenina la alternativa política para las mujeres.

“Detrás de todo lo que doy hay un enorme deseo de reconciliar, junto a la necesidad de no acomodarme a ciertas normas”, reconoció varias veces. Esta postura explica que, a pesar de sus críticas -a veces agudas, a veces más ingenuas- al formato autoritario o a la explotación capitalistas, se sintiera irritada de las luchas setentistas, las que a su juicio conspiraban contra un país “reconciliado”. En ese período, sus obras “políticas” son vulgares y simplonas (“Los ejecutivos”), cuando no ejemplo de un macartismo vulgar, como el que se aprecia en:
“Gilito del Barrio Norte que la vas de inconformista/ y te conformás con ser flor de burgués,/sacristán de la violencia/mientras vos no la ligués./

Lo pasás haciendo escombro con cambiar las estructuras/ y no arrimás un ladrillo si se cae la pared./ Por los piolas que prometen como vos, ya me avivé/que con redentores rojos nos comerían los piojos/mañana peor que ayer.”
Walsh avaló a los militares que la salvaron de los redentores rojos aunque, molesta porque la dictadura censuró alguna de sus canciones, en julio de 1978 decidió “no seguir componiendo ni cantar más en público”. Un artículo titulado “Desventuras en el País-Jardín de Infantes” suele mencionarse como prueba de su postura antidictatorial o de defensa de los derechos humanos. Ni ahí. Las posiciones de Walsh no llegan ni a los dos demonios: si bien criticó la censura, concedió total legitimidad a la masacre perpetrada por la dictadura. “Que las autoridades hayan librado una dura guerra contra la subversión y procuren mantener la paz social son hechos unánimemente reconocidos. No sería justo erigirnos a nuestra vez en censores de una tarea que sabernos intrincada y de la que somos beneficiarios. Pero eso ya no justifica que a los honrados sobrevivientes del caos se nos encierre en una escuela de monjas preconciliares, amenazados de caer en penitencia en cualquier momento y sin saber bien por qué” (Clarín, agosto de 1979).

El feminismo bobo de María Elena no distingue a derecha o izquierda. En “Sepa por qué usted es machista” (Humor, 1980), retoma un macartismo vulgar: “Porque usted ama el orden por sobre todo, y cada cosa en su lugar, las mujeres en la cocina (o en cueros en tapas de revistas), y Pinochet, Castro y García Meza en el poder”. Finalmente, “Como la cigarra”, la bellísima canción que se pretende un homenaje a los desaparecidos no es tal cosa: fue escrita en 1972. Son estas posiciones y no las contrarias las que explican que entre 1984 y 1989 fuera la única artista invitada a integrar, por decisión del presidente radical Raúl Alfonsín, el Consejo para la Consolidación de la Democracia. Una década después, volvió a causar polémica cuando pidió que los docentes levantaran “la carpa blanca”, armado en señal de protesta por aumento de salarios y contra la reforma educativa durante el gobierno de Carlos Menem.

¿Y qué fue lo excepcional?

El aspecto más herético y revulsivo de María Elena Walsh está en su obra, que cuanto más se aparta del mensaje político, más interesante y rupturista se vuelve. “En 1964, era un concepto revolucionario pensar que la versificación no tenía porqué tener un contenido didáctico”, dijo alguna vez Walsh. Y, efectivamente, su obra dejó de lado la tradición pedagógica y moralizadora típica de la literatura infantil, al estilo de Constancio Vigil, para “utilizar el verso y la palabra como partes de un juego, despojándolos, en lo posible, de todo contenido didáctico paralizante”. María Elena Walsh cuestiona el orden existente no cuando dice “capitalismo”, sino cuando escribe sinsentidos en lenguaje coloquial, desarrolla complejos juegos lingüísticos, se hunde en el más desopilante disparate (qué disparate, se mató un tomate), apela a las metáforas y a la paradoja. A lo que hay que sumarle una enorme versatilidad musical y el desparpajo de alternar, en un mismo disco, un gato o un pericón con melodías japonesas. Cuando desestructura las reglas del lenguaje, cuando desestructura el sentido común, se acerca a esa revolución que tanto repudió.
La muerte no redime de equivocaciones ni de nada. Una obra tan plena, seguramente sí.