Historia

5/4/2007|986

El retorno de Lenin y el rearme del Partido Bolchevique


La batalla de Lenin a favor de una “segunda revolución”, que debía conducir a los obreros y campesinos al poder, toma una forma muy concreta desde que pisa el suelo ruso en la estación ferroviaria de Finlandia, en Petrogrado. Lenin fue recibido por una delegación de los partidos soviéticos. El dirigente menchevique Cheidze hizo el saludo oficial, invitando al jefe bolchevique a sumarse a la tarea de consolidar la democracia, lo cual implicaba sostener al Gobierno Provisional. En un ambiente no exento de tensión, Lenin homenajeó a los trabajadores rusos y planteó que la gesta revolucionaria representaba una “nueva era (…) la de la revolución socialista mundial”. En un primer discurso, a metros del tren que lo había traído en un largo viaje desde el destierro, Lenin señalaba así, en forma brutal, su delimitación estratégica con los colaboracionistas.


 


Desde la estación ferroviaria Lenin fue conducido al edificio que albergaba a la dirección del partido bolchevique. Allí durante dos horas volvió a acometer contra la línea oficial de los soviets y de buena parte de su propio partido. Planteó preparar el derrocamiento no ya del zar sino del gobierno capitalista. Gobierno de los obreros y campesinos, por un lado, o dictadura contrarrevolucionaria del capital, por el otro; esa era la única alternativa. Para sus detractores, todo esto era una aventura. Consideraban que, una vez derrotada la aristocracia feudal, la “nueva era” consistía en la consolidación de la democracia, o sea del poder de la burguesía.


 


Los testimonios de la época dan cuenta del impacto enorme que tuvieron las palabras de Lenin entre propios y extraños. “No olvidaré nunca aquel discurso parecido a un trueno que me conmovió y asombró; y no sólo a mí, hereje que había entrado allí sin derecho a entrar, sino a todos los correligionarios. Puedo afirmar que nadie esperaba nada parecido. Diríase que habían salido de sus madrigueras todas las fuerzas elementales, y que el espíritu de la destrucción, arrollando sin miramientos las barreras, las dudas, las dificultades, los cálculos, se cernía sobre la sala (…) por encima de las cabezas de los discípulos hechizados. Escuchaban entonces a un Lenin inequívoco, contundente: ‘¡No nos interesa nada la república parlamentaria, la democracia burguesa! ¡No nos interesa ningún gobierno que no sea el de los soviets de diputados obreros, soldados y campesinos!’…”, escribe en sus memorias el socialista sin partido Nicolai Sujanov. 1


 


Lenin no improvisaba. Al partir del exilio, en su carta de despedida a los obreros suizos, recordó la declaración aparecida en el otoño de 1915 en el periódico de los bolcheviques: “Si la revolución lleva al poder a un gobierno republicano que se obstina en proseguir la guerra imperialista, los bolcheviques estarán contra la defensa de la patria republicana. Esta situación se ha producido. Y nuestro lema es: nada con un gobierno Guchkov-Miliukov (líderes del Gobierno Provisional)”. 2 Pero, además, en esa misma carta, hizo otro señalamiento fundamental: “las proporciones inmensas de la revolución democrática burguesa en Rusia harán de nuestra revolución el prólogo de la revolución socialista mundial”. 3 Por primera vez en esta carta, dice Trotsky al citarla, Lenin dice que el proletariado ruso comenzará la revolución socialista; Trotsky concluye: “he ahí el eslabón que unía la antigua posición del bolchevismo, en que la revolución se reducía a objetivos democráticos, a la nueva posición que Lenin definió por primera vez ante el partido (al regresar a Rusia)”. 4


 


Lo viejo…


 


La consigna de la “dictadura democrática-revolucionaria de obreros y campesinos” tenía la particularidad de plantear de un modo paradójico la lucha revolucionaria de principios de siglo XX en Rusia. Se trataba de una revolución burguesa sin la burguesía e inclusive contra ella. Su tarea era terminar tanto con la autocracia como con las relaciones feudales y precapitalistas que dominaban el atrasado medio económico y social del país. Para avanzar decisivamente en las tareas democráticas que planteaba la revolución —la destrucción del Estado zarista y la resolución de la cuestión agraria— el poder debía pasar a manos de una alianza de obreros y campesinos, en frontal oposición a la burguesía liberal. La consigna recogía el peso social del campesinado como clase social portadora de relaciones sociales capitalistas.


 


El gobierno revolucionario de los obreros y campesinos, al desarrollar la revolución democrática —es decir, al liquidar los resabios feudales, reforzar socialmente al proletariado y permitir su educación socialista— preparaba las condiciones para la propia dictadura proletaria. Así, la revolución democrática llevada adelante por una dictadura obrero-campesino asume, para Lenin, el carácter de una revolución “ininterrumpida” que abarcará todo un período histórico.


 


Los mencheviques calificaban de absurda semejante fórmula, sin tener presente que ya desde 1850, Marx y la Liga de los Comunistas habían señalado la conducta contrarrevolucionaria de la burguesía en la revolución democrática; es decir, que prefería aliarse al “viejo régimen” temerosa de ser desplazada por la ya entonces ascendente clase obrera. La divergencia entre mencheviques y bolcheviques no versaba sobre la naturaleza de las tareas que implicaba la revolución, sino sobre su mecánica de clase.


 


… y lo nuevo


 


En 1917, todo el eje polémico de Lenin con sus propios camaradas apunta a que se entienda en qué consiste la “nueva situación” creada por la revolución, en qué consiste su “originalidad” y en qué obliga esta nueva situación a revisar o entender de una nueva manera las “viejas consignas” que no deben ser adaptadas como recetas. Planteó entonces en qué sentido la consigna de la dictadura democrática había “envejecido” (ver recuadro). Trotsky hace la misma caracterización: “el giro que en la práctica tomó la Revolución de Febrero rompió el esquema tradicional del bolchevismo. La revolución se hizo gracias a la alianza de obreros y campesinos (pero) llevó al poder, en realidad, a un gobierno burgués, (así) la baraja se revolvió (…) en vez de una dictadura revolucionaria, es decir, de una concentración de poder, se instauró un régimen incoherente de poder dual, en el que las menguadas energías de los elementos dirigentes se malgastaban estérilmente en superar los conflictos internos. Nadie había previsto este régimen”.


 


Lenin “no sustituyó (la antigua consigna) por ninguna otra, ni siquiera condicional o hipotéticamente”, continúa Trotsky 5 . Luego de 1905, Trotsky había señalado que las limitaciones de la fórmula leninista de la dictadura democrática revolucionaria de obreros y campesinos se concentraban en dos cuestiones. Primero: que planteaba la posibilidad de que el campesinado tuviera un papel dirigente que no podría desempeñar debido a su falta de cohesión social y de perspectiva histórica propia (el campesinado seguiría a la burguesía o al proletariado). Segundo: que la consigna no admitía que la revolución pudiera incluir desde un inicio medidas anticapitalistas derivadas precisamente de su mecánica política o como respuesta a la hostilidad contrarrevolucionaria de la burguesía. Por eso, Trotsky planteó desde 1905 que la lucha por la democracia conduciría a la dictadura del proletariado, apoyada en los campesinos, sin que hubiera otra alternativa. Para Trotsky, el proletariado ruso debería jugar el papel de caudillo urbano del campesinado que en las revoluciones democráticas (burguesas) clásicas había jugado la burguesía. Esto era la consecuencia necesaria de la diferente estructura social de la Rusia de comienzos del siglo XX con respecto a los países europeos de los siglos XVII y XVII: a diferencia de Inglaterra y Francia, donde existía en esos años un proletariado incipiente, en Rusia se había desarrollado, sobre la base de relaciones sociales feudales y semifeudales, una poderosa industria moderna y, con ella, un proletariado concentrado y vigoroso. Con el planteo de Trotsky de la revolución permanente, la “paradoja” de Lenin era llevada a su formulación más acabada.


 


En 1917, Lenin plantea que para que la revolución triunfara, era imprescindible que el poder pasara enteramente a manos del proletariado apoyado en los campesinos. Para sus críticos, Lenin se había pasado al “trotskismo”.


 


Dos años después, en marzo de 1919, en ocasión del Congreso fundacional de la Internacional Comunista, Lenin generalizó las conclusiones que ya había señalado en marzo de 1917, en la estación Finlandia. En sus “Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado”, Lenin señalaba que con la llegada del proletariado al poder en Rusia se había abierto la época histórica de la revolución socialista internacional, que se caracteriza por la lucha mortal entre la dictadura de la burguesía (democracia parlamentaria) y la dictadura del proletariado (los soviets). Para Lenin, el contenido del internacionalismo es la lucha por la dictadura del proletariado en cada país (y el apoyo a los que luchan por esa dictadura en todos los países).


 


Un debate clave


 


Los planteos de Lenin desde su llegada a Petrogrado desatan una viva polémica al interior del partido. El propio líder bolchevique lo hace explícito en una carta del momento cuando afirma que sus planteos “dieron lugar a discrepancias entre los mismos bolcheviques y en la propia redacción de Pravda… (por lo cual) llegamos a la conclusión de que los más conveniente sería discutir abiertamente estas discrepancias”. Será apenas 24 horas después de su arribo que Lenin redactará rápidamente un texto para dejar en claro su “nueva posición”. Son diez puntos, bajo la forma de tesis, que constituyen uno de los documentos fundamentales de la revolución y que fijarán el programa de la toma del poder por los obreros y campesinos. Han pasado a la historia como las “Tesis de Abril”.