Historia

4/10/2007|1012

La nota áspera y amarga del descontento

De “Diez días que conmovieron al mundo”.

“Septiembre y octubre son los dos peores meses del año, sobre todo en Petrogrado. Durante sus cortos días, bajo un cielo gris y pesado, la lluvia chorreaba interminablemente, empapándolo todo. Había que caminar sobre un lodo espeso, resbaladizo, viscoso, con huellas de pesadas botas, peor aún que el que se formaba de ordinario, por el mal estado de los servicios municipales. Del golfo de Finlandia soplaba un viento húmedo y cortante, y por las calles rodaban masas de niebla helada. De noche, por economía y por temor a los zepelines, sólo a grandes trechos se encendían los faroles públicos. En las casas particulares no había electricidad más que desde las seis a las doce de la noche. Cada bujía costaba casi un dólar, y el petróleo escaseaba mucho. La noche duraba desde las tres de la tarde a las diez de la mañana. Los robos y asaltos se multiplicaban. Los hombres, armados de fusiles, hacían guardia, por turno, en las casas, durante la noche. Así se desarrollaba la vida bajo el Gobierno Provisional.

 

Los víveres iban escaseando de semana en semana. La ración diaria de pan descendió sucesivamente de una libra y media a una libra, dspués a tres cuartos de libra, y finalmente a 250 y 125 gramos. Al final, hubo una semana entera sin pan. Se tenía derecho a dos libras de azúcar mensuales, pero era casi imposible encontrarla. Una tableta de chocolate o una libra de caramelos insípidos costaban de siete a diez rublos, más o menos un dólar. Sólo había leche para menos de la mitad de los niños de la ciudad; la mayor parte de los hoteles y de las casas particulares no la veían desde hacía meses. En plena temporada de frutas, las manzanas y las peras se vendían en las esquinas de las calles a poco menos de un rublo cada una.

 

Para conseguir leche, pan, azúcar o tabaco era preciso hacer cola durante horas bajo la lluvia glacial. Al salir de las reuniones nocturnas, yo he visto formarse estas colas, antes del alba, compuestas, sobre todo, de mujeres, algunas de las cuales llevaban a sus hijos en los brazos. Carlyle, en su French Revolution, pinta al pueblo francés como dotado de una particular aptitud para hacer cola. Rusia se había iniciado en esta práctica bajo el reinado de Nicolás el Bendito, desde 1915, y continuó entrenándose en ella, con intermitencias, hasta el estío de 1917. A partir de entonces, la cola fue uno de los actos normales de su vida. Hay que imaginarse a estas gentes mal vestidas, de pie sobre el helado suelo de las calles de Petrogrado, durante jornadas enteras y en medio del invierno ruso. Yo he escuchado en las ‘colas del pan’ la nota áspera y amarga del descontento, brotando a veces de la milagrosa dulzura de estas multitudes rusas.”