A los manifestantes anti-globalización

Manifiesto del Partido Obrero

En sólo los últimos tres meses, la situación mundial “dio varias veces la vuelta”. Primero, cuando los ataques del 11 de septiembre llevaron a más de uno a sostener que el hecho había puesto al desnudo la vulnerabilidad del imperialismo mundial. En los círculos imperialistas ciertamente cundió el pánico y aún hoy se pueden encontrar “calificadoras” que siguen hablando de los efectos “del 11” en la profundización de la crisis económica internacional.


El mito, sin embargo, se desvaneció rápidamente. No serían los atentados los que podrían dar cuenta del imperialismo mundial y sustituir el trabajo de sus contradicciones históricas y de la lucha de clases. El mecanismo social capitalista es invulnerable al atentado individual. De la incertidumbre y la sorpresa, el imperialismo yanqui pasó a una respuesta militar y política sin precedentes, pues no solamente sometió a Afganistán a un inmenso bombardeo sino que, simultáneamente, transformó al Asia Central en una base norteamericana, con el apoyo del gobierno ruso; como consecuencia de lo anterior, reforzó enormemente a las fuerzas restauracionistas en Rusia y China; redujo la influencia internacional del imperialismo europeo en forma brutal; modificó el cuadro político a su favor en Pakistán y en Irán; acentuó su influencia en la India; por último, dio pie a la más sanguinaria ofensiva sionista de toda la historia. El segundo episodio del drama, provocó la impresión contraria a la que dejó el atentado *la de la invulnerabilidad del imperialismo.


Pero así como la destrucción de las Torres Gemelas no ha sido la causa de la crisis simultánea de todas las principales economías capitalistas, la ocupación militar de Afganistán y del Asia Central no ha servido para provocar su recuperación. Las economías de estos países se han convertido de nuevo en un cementerio de empleos y han dado paso a despidos gigantescos. El volumen de las quiebras ya es el más alto en más de una década. En Italia y Francia, particularmente, han comenzado de nuevo las huelgas generalizadas.


En este cuadro internacional, ingresamos, a sólo 90 días del 11 de septiembre, al levantamiento revolucionario en Argentina, el cual representa un viraje histórico en más de un sentido. De un lado porque refleja una crisis económica que, por su duración y profundidad, supera los niveles de la mayor crisis del capitalismo mundial, en 1930. De otro lado porque es una crisis típicamente internacional, ya que tiene su eje en el “default” de la deuda externa. La bancarrota argentina ya está haciendo estragos en la Bolsa de Madrid y marca, por lo tanto, un ominoso comienzo para la moneda única europea; la crisis desatada por Berlusconi con la Unión Europea es un síntoma de ello. En definitiva, porque la crisis argentina es, en uno de los polos de la economía mundial, el equivalente de la crisis japonesa, en el otro, al constituir, ambas, crisis que no se consiguen resolver, de enorme duración y que culminan con quiebras capitalistas en masa, a las que no puede remediar el Tesoro de ningún Estado capitalista. La conjugación de la debacle argentina con el hundimiento de Enron, con las crisis bursátiles, con la recesión internacional y con nuevas grandes quiebras, como la del pulpo de alimentos Kmart, o la virtual del grupo AOL-Warner, o del conglomerado de la Fiat; esta conjugación está promoviendo un proceso que tiende a transformar al conjunto de la economía mundial en una gran Argentina.


El trabajo del “viejo topo”, o sea las contradicciones del capital, pero ahora animado por una batería de fuerzas motrices poderosísimas, vuelve a revelarse como el único eficaz, el que pone al sistema de explotación y a los propios explotados ante el momento de la verdad.


Dentro de este marco, es el aspecto político, el levantamiento revolucionario de las masas, el que asume la importancia decisiva para todo el mundo. Es la tercera vuelta de rosca de los últimos tres meses. Las lecciones de Argentina se resumen en lo siguiente: la crisis del capitalismo plantea la cuestión del poder. Es Argentina quien le quita ahora el sueño a Bush y ocupa la mayor parte del tiempo al Departamento de Estado norteamericano que hasta ahora sólo pensaba en “el 11” y Asia Central. En Washington y Nueva York empiezan a preguntarse “quién perdió a América Latina”. Aquí no se puede hablar de “un choque de civilizaciones”, ni de la influencia de las “culturas orientales”, ni de la explosión de una “sociedad tribal”. Las jornadas revolucionarias en la Argentina, han irrumpido en el corazón de las “sociedades occidentales”, han tenido un gigantesco carácter popular, no se gestaron ni desarrollaron sino a la luz del día, como un estallido cósmico de las contradicciones de clase. El lugar en que fueron preparadas jamás podrá ser hallado por los servicios de seguridad, porque tuvieron lugar en forma abierta y sistemática por lo menos desde 1993, con el Santiagueñazo (el “Cordobazo” de los ’90), y más tarde con los piqueteros de la clase obrera, las huelgas generales, los cortes de ruta, las movilizaciones de clase media y el crecimiento político-electoral de la llamada “extrema izquierda”, cuyos sectores más consistentes jugaron un rol inspirador, programático y organizador de todas las fases de la lucha.


La rebelión popular argentina, importante es notarlo, no tuvo lugar contra la opresión particular de una dictadura, sino contra la explotación sistemática de la forma más general de opresión capitalista, a saber: un Estado burgués dirigido por sus partidos patronales más tradicionales y más populares; por los partidos que han intentado encarnar a la nación misma y confundirse con su propia historia; por los partidos que desarrollaron al máximo la ilusión de la confraternización entre las clases y la de que no hay crisis que no pueda ser superada por una intervención “patriótica” del Estado. Esta rebelión popular se desarrolló contra un Estado que declara constitucionalmente representar a los ciudadanos, pero que se ha mostrado (vaya descubrimiento), a la hora del derrumbe, como el aparato de coacción al servicio de banqueros confiscadores e industriales ladrones.


En sólo 90 días, los objetivos del movimiento antiglobalización han quedado definitivamente superados por la historia presente, es decir por la realidad entendida en su desarrollo. Han sido superados, por un lado, por la militarización y la guerra imperialistas. Es decir que ya no se trata de los “daños sociales” que ocasionaría la Organización Mundial del Comercio, sino de la Otan y del Pentágono, de la Unión Europea y su nonata fuerza de defensa, o sea que se trata de los Estados imperialistas. Se trata de su derrocamiento. Tampoco se trata ya de “regular” los abusos especulativos del capital, porque de esto ya se han encargado las leyes del capitalismo, que van llevando a crecientes quiebras de capitales. Las 700 entidades fantasmas creadas por Enron para disimular sus deudas, alcanzan por sí solas para demostrar la impotencia del Estado capitalista para controlar al capital. Lo mismo puede decirse de los miles de millones de dólares que la banca sacó de la Argentina, incluso después de haberse establecido el control de los depósitos y el control de cambios. En lugar de “regular” se trata de confiscar a los grandes capitales y de la planificación mundial de la economía bajo la dirección de sus productores, el proletariado.


Cuando los “gurúes” de la antiglobalización declaraban archivada la cuestión del poder, para proponer en nombre de este deceso histórico medios de acción “creativos” que pudieran soslayarla, Argentina los ha llamado al orden: la crisis de la humanidad plantea más que nunca la cuestión del poder y la transición a una sociedad sin explotación y sin Estado por intermedio de la conquista del poder por los trabajadores.


No hay que hacerse ilusiones reformistas: el proceso revolucionario argentino se encuentra en fase ascendente, porque gana nuevas clases sociales y se extiende a los pueblos de menos de cinco mil habitantes! En Tierra del Fuego, el movimiento popular está luchando contra una base de experimentos nucleares de la Otan.


Argentina refuerza definitivamente una conclusión que se veía venir: no es la hora de la “antiglobalización”, sino la hora de la preparación sistemática, o sea política, cultural, organizativa, combativa, de la revolución socialista. El levantamiento revolucionario en la Argentina es el fruto más maduro de las contradicciones históricas del capitalismo mundial. Hablar de preparación significa hablar de Partido, de Programa, de la Internacional. El agotamiento de la antiglobalización está revelado, hacia la derecha, por la acogida que el Foro de Porto Alegre le brinda a los ministros de diversos gobiernos imperialistas de Europa. Es decir que tiende a transformarse en el instrumento de burguesías particulares. Su derrota mayor es que no ha jugado ningún rol, ninguno, en la preparación del mayor movimiento de oposición al capitalismo global en la última década: el levantamiento popular en Argentina. La juventud que le ha dado a este movimiento antiglobalización el contenido de lucha que se ha visto en las demostraciones en Seattle, en Praga, en Niza y en Génova, se enfrenta a la necesidad de ir más allá. ¿Dónde queda este “más allá”? Argentina sirve de indicación: 1. Lucha de clases consecuente en cada país, para sustituir al Estado burgués por un Estado de trabajadores, un Estado*Comuna; 2. Organizar en cada país un partido obrero con este objetivo estratégico; 3. Reconstruir la Internacional Obrera, por una Federación Mundial de Estados-Comunas, sin explotadores ni explotados.