Adónde va Sudáfrica

A fines de abril tendrán lugar en Sudáfrica las primeras elecciones generales en que votará la población negra y de las que surgirá el primer gobierno de mayoría negra de la historia del país.


¿Estamos en presencia, como sostiene el Financial Times  (18/11), de “una de las más extraordinarias revoluciones de los tiempos modernos” o, del “fin del régimen del apartheid”, como afirman, coincidiendo con los banqueros londinenses, el PC argentino o el Socialist Workers Party norteamericano?


Constitución “interina”


Las elecciones, y el régimen político que surgirá de ellas, están sujetos a la Constitución “interina” aprobada en noviembre por el  Congreso Nacional Africano (CNA) y el gobierno blanco de De Klerk. Se trata, en realidad, de una verdadera Constitución “definitiva” pues sólo podrá ser modificada por el voto de los dos tercios de los legisladores.


La Constitución establece un “poder compartido” entre el CNA y la derecha blanca; un “gobierno de coalición” en el cual los partidos que obtengan por lo menos veinte diputados tendrán un ministerio y los que obtengan más de ochenta, una vicepresidencia. La Constitución ha sido específicamente diseñada para que aún cuando el CNA obtenga la mayoría del gabinete, la derecha blanca se asegure una vicepresidencia y mantenga en su poder algunos ministerios claves. Por ejemplo, “Se dice que Derek Keys, ministro de finanzas, mantendrá su cartera en el próximo gobierno del CNA”, observa con aprobación The Economist  (18/12). La derecha blanca, además, contará con un virtual derecho de veto en el gabinete, ya que las decisiones claves deberán ser tomadas —según establece la Constitución— “en la búsqueda del espíritu de consenso”.


La Constitución establece también la reincorporación a Sudáfrica de los cuatro “homelands”  (territorios segregados, de mayoría negra) y la división del país en nueve provincias. El gobierno central —la coalición CNA-De Klerk— “se reserva el derecho a intervenir  en ellas para imponer normas uniformes, para asegurar una regulación adecuada, para proteger la economía y la seguridad nacionales o cuando fuera necesario para la política económica nacional”. Las provincias, además, no podrán establecer impuestos sin la autorización del gobierno central.


Finalmente, la Constitución establece un conjunto de cláusulas de extrema importancia. Se dictará una amnistía general de todos los crímenes políticos y raciales, lo que dejará en libertad a centenares de asesinos racistas, y garantiza la intangibilidad del cuerpo de oficiales. Se establece también la “garantía de continuidad en el empleo” para los miembros de las fuerzas armadas y de seguridad  —incluídos, claro, sus servicios de inteligencia— y de la burocracia civil y judicial… a las cuales se irán incorporando, paulatinamente, oficiales, burócratas y jueces negros. La Constitución garantiza así que el conjunto del aparato estatal permanecerá sólidamente en las manos de la minoría blanca.


Otra cláusula establece la “independencia del Banco de la Reserva (banco central)”, en cuya dirección permanecerá su actual presidente, un hombre de los pulpos que monopolizan la economía sudafricana.Finalmente, y como no podía ser de otro modo, la Constitución garantiza “la mayoría de los derechos de propiedad” (The Economist, 18/12), entre los que se incluye el lock out patronal y el derecho a despedir obreros huelguistas (ver aparte).


La Constitución de Mandela y De Klerk dará lugar a un régimen  donde la minoría blanca controlará el ejército, la policía, la burocracia civil y la Justicia y contará con un virtual derecho de veto en el gabinete … amén de monopolizar las tierras, las minas, las fábricas, el comercio y las finanzas. Hasta el propio imperialismo, verdadero “autor intelectual”  del proceso político sudafricano, se ve obligado a reconocerlo: “El CNA —decía hace ya más de un año el Financial Times (20/1/93)— … acuerda compartir el poder, no sólo en un gobierno interino sino por un período indefinido bajo la primera constitución multirracial permanente… Es una solución que puede prometer estabilidad pero que difícilmente pueda ser descripta como democrática”. Es claro, entonces, que no nos hallamos frente a una “revolución” ni al “fin del apartheid”.


Los racistas están obligados a ceder una parte del poder al CNA porque el régimen del apartheid está agotado desde hace ya mucho tiempo, bajo los embates de la crisis económica y el ascenso de las luchas de los explotados negros. En este sentido, el CNA ya es mucho más que “un gobierno en espera”; el CNA cogobierna “informalmente” Sudáfrica desde hace varios años porque, como señalamos hace ya diez meses, “es el factor exclusivo que ha logrado impedir una insurrección nacional” (Prensa Obrera, 23/6/93).


Quienes han tenido una conciencia plena del agotamiento del régimen del apartheid son el alto mando del ejército blanco y el stalinismo (amén del imperialismo mundial). El stalinismo , que dirigía los “grupos de combate” del CNA y juega un papel destacado en la dirección de los sindicatos, ha jugado un papel decisivo para alumbrar el “gobierno de mayoría negra”, mediante la represión a los “extremistas” negros.


Base social


Para el imperialismo mundial, la formación de un “gobierno de coalición” de mayoría negra es la única arma capaz de impedir una revolución social en Sudáfrica, además de que le permitiría a Sudáfrica jugar un papel “influyente”, tanto político como económico y militar, en todo el continente, y en particular, en su cono sur.


Para la burguesía sudafricana —base social del régimen racista—, la “salida política”  abre la posibilidad de un boom económico. Efectivamente, desde que Mandela reclamó —y obtuvo— el cese del boicot económico contra Sudáfrica, han regresado los préstamos del FMI, las misiones comerciales del y al exterior, las inversiones externas y la apertura de “posibilidades” para los pulpos sudafricanos en el exterior.


Un primer ejemplo de estas “oportunidades” es la operación que ha montado el pulpo Oppenheimer —propietario de las mayores minas de oro y diamantes del país y de la tercera parte del total de los capitales que se mueven en la Bolsa de Johannesburgo— para extender sus operaciones a América del Sur, Asia, Australia y Europa. Un vocero del pulpo clarificó las bases políticas de sus nuevas operaciones: “los fundamentales cambios políticos que están teniendo lugar en Sudáfrica —dijo— hacen posible a las compañías sudafricanas operar más libremente en el exterior y jugar un rol más activo en el desarrollo de intereses internacionales” (International Herald Tribune, 29/9).


El capital se halla enormemente concentrado en Sudáfrica: apenas tres pulpos monopolizan el 75% de la producción industrial y no son más de seis los grupos que controlan el 50% del PBInacional. Entre los capitostes de estos grandes grupos capitalistas y la dirección del CNA se está dando un proceso que algunos califican como “luna de miel” y otros, de “seducción mutua”.  Una reciente encuesta realizada entre los directores de las grandes compañías arrojó un resultado, a primera vista, sorprendente: la gran burguesía juzga que “Mandela puede ser mejor presidente que De Klerk” y que existe la  posibilidad, real y efectiva, de establecer “una relación estable y productiva con el CNA”. Se trata de una opinión plenamente compartida por el propio imperialismo británico, para el cual “el CNA tiene todas las posibilidades de ayudar a las empresas a estar mejor en la nueva Sudáfrica que en la vieja” (The Economist, 18/12).


Finalmente, la base social de la coalición Mandela-De Klerk se amplía con la incipiente burguesía negra, que de la mano del CNA, pretende insertarse en los “grandes negocios” como contratistas, accionistas minoritarios y directores y gerentes de las grandes compañías.


La perspectiva del CNA es alimentarse de las migajas del boom económico que pueda producir la “democratización”. Como declaró Johann Rupert, dueño de uno de los grandes pulpos sudafricanos, “el CNA ahora acepta que no podrá alcanzar su agenda social a menos que la comunidad de los negocios prospere”… (The Economist, 18/12).


El CNA en el gobierno: una “salida de orden”’


Todo esto viene a confirmar que lo que viene a imponer el gobierno de mayoría negra no es la “democracia” sino el“orden” , bajo el estricto monitoreo del imperialismo. La revista Work in Progress, de Johannesburgo, constata esta perspectiva. “El apartheid —señala— ha dividido racialmente al país en dos naciones, una blanca , que controla el poder, y la negra, excluída. Este modelo sabemos que está condenado. Pero poderosas fuerzas económicas y políticas se empeñan en reproducir esta sociedad… La línea de separación entre los grupos no será exclusivamente racial. Pero los resultados no serán menos desastrosos” (reproducido por Brecha, 23/12).


La Constitución de Mandela y De Klerk establece taxativamente un conjunto de cláusulas abiertamente antiobreras (ver aparte). El programa del CNA no establece ninguna reforma social. Trevor Manuel, el hombre del CNA encargado de los temas económicos, se ufana (The Economist, 5/2) de que en el programa del CNA no figuren las palabras “salario mínimo” y “nacionalización”. Incluso, cuando los dueños de las minas pusieron el grito en el cielo por la tímida propuesta del CNA de la “intervención gubernamental en la fijación de la producción y los precios”, sus dirigentes dieron rápidamente marcha atrás.


EL CNA, sin embargo, sí ha tenido la preocupación de comprometerse —incluso ante el FMI, en un caso único de un compromiso asumido por un partido que no se encuentra en el gobierno— a llevar adelante una política de “austeridad”. El citado Trevor Manuel ha enfatizado que el CNA no caerá en “la trampa del populismo macroeconómico sudamericano”, una expresión que ha llevado a algunos grandes capitalistas a afirmar, gratamente sorprendidos, que “cada día se parece más a Derek Keys”, el actual ministro de finanzas de De Klerk (The Economist, 5/2).


Pero sin expropiar al gran capital, sin impuestos confiscatorios a las grandes fortunas, sin control obrero de la producción y sin una reorientación radical del presupuesto, no hay ninguna posibilidad de satisfacer la más pequeña de las reivindicaciones de las masas negras: sólo para generalizar a toda la población el gasto en educación, salud y vivienda que el gobierno de De Klerk destina a la población blanca… habría que casi triplicar el presupuesto nacional (The Economist, 5/2).


El Financial Times (18/11) confía a sus lectores que “parecen existir acuerdos entre el CNA y el gobierno acerca de que restaurar la estabilidad,  por medio de una represión temporaria, es la más alta prioridad postelectoral”. Como consecuencia de esta política capitalista, a la ya notable diferenciación social existente entre la base y la dirección del CNA se sumará una creciente diferenciación política. Esta “evolución” pondrá en evidencia que el CNA no representa a la “nación africana” —una pretensión común de todos los movimientos nacionalistas burgueses. “¿El Cosatu —la central sindical ligada al CNA— no formará su propio partido laborista después de las elecciones?”, se preguntaba recientemente The Economist (19/2).


Crisis


Nadie esperaba, y el imperialismo y la burguesía sudafricana menos que nadie, que semejante “salida política”  transcurriera en un lecho de rosas.


La ultraderecha racista (el Movimiento de Resistencia Afrikaner), el partido Inkhata, de mayoría zulú (gobierno del “homeland” de Kwazulu), y los gobiernos de los “homelands” reabsorbidos por Sudáfrica, rechazaron la Constitución y formaron la llamada “Alianza para la Libertad”, con el fin de boicotear las elecciones en reclamo de su “autodeterminación” … algo que no fue aceptado por De Klerk, las fuerzas armadas y Mandela, ya que plantearía la desintegración del Estado.


Tras el fracaso de las negociaciones para incorporar a la “Alianza para la Libertad” a la “salida política”, el CNA y el gobierno blanco se lanzaron a demoler a la oposición derechista, mediante una ola de violencia política.


En el “homeland” de Bhoputhatswana, una rebelión estudiantil y una huelga general de los empleados públicos, impulsadas por el CNA, desembocó en la sublevación del ejército y la policía, y en una insurrección generalizada que derrumbó al gobierno, aliado de los ultraderechistas e integrante de la “Alianza para la Libertad” . La ultraderecha envió tropas para defender a su aliado… y el gobierno sudafricano, en respuesta, envió al ejército nacional a reprimir a los ultraderechistas, que fueron masacrados. Pocos días después, Mandela entraba en triunfo en la capital de Bhoputhatswana, custodiada por las patrullas del ejército sudafricano.


La represión de los racistas blancos y de sus aliados en Bhoputhatswana,  revela el papel verdaderamente clave que está jugando el ejército para sostener la salida política que dará lugar al “gobierno de coalición de mayoría negra”. El gobierno racista de Pretoria ordenó la masacre de los racistas opuestos a la Constitución, y el ejército blanco —con miles de lazos con esos racistas — cumplió la orden a conciencia. El imperialismo apoyó, sin medias tintas, la masacre de los racistas blancos porque la derrota de la derecha fortalece al Estado y al “orden” y despeja la vía para las elecciones (ver aparte).


En la misma dirección van la masacre perpetrada por tropas gubernamentales y guardias del CNA contra una manifestación del Inkhata en Johannesburgo, que dejó un saldo de más de 50 muertos y 200 heridos, y los llamados de Mandela a una insurrección popular contra el gobierno del Inkhata en el “homeland” de Kwazulu.


La masacre de los ultraderechistas no se realiza en nombre de la democracia sino del fortalecimiento del “orden”, es decir, del Estado, que a su turno enfrentará a las masas negras que intenten imponer sus reivindicaciones postergadas por siglos.


La ultraderecha racista está condenada al fracaso en su intento de boicotear las elecciones porque la base social del régimen del apartheid —la burguesía sudafricana— está en pleno en el campo de De Klerk y Mandela. O capitula y se integra el nuevo régimen, o será pasada por las armas, incluso a costa de nuevos y más salvajes baños de sangre.


El ascenso del nuevo régimen “multirracial” abrirá una nueva etapa de lucha para los explotados negros, signada por su enfrentamiento al Estado capitalista, encabezado por el CNA, y por la imperiosa necesidad de poner en pie una herramienta propia: un partido obrero.