Afganistán: El fracaso de la intervención imperialista

Cinco meses después de a nunciarse la “victoria completa” y tres meses después de “la liquidación del último bastión de resistencia” en Tora Bora, la aparición de una tropa de 2.000 talibanes fuertemente armados en las altura de Shakihot causó una verdadera conmoción. El ataque fue preparado durante semanas, que se emplearon para realizar un exhaustivo reconocimiento aéreo y entrenar tropas mercenarias afganas, que combatirían junto a “unidades de elite” de las “fuerzas especiales” norteamericanas.


La operación, sin embargo, comenzó con un “fracaso (debido a) la mala inteligencia y a la mala coordinación” (Financial Times, 6/3). Los norteamericanos no sabían ni quiénes eran sus enemigos (afirmaban que se enfrentaban a Al Qaeda cuando todos los comandantes afganos coincidían en que se trataba de talibanes locales) ni cuántos eran (se decía que había 200 hombres pero resultaron ser más de 2.000). En su avance, los norteamericanos fueron emboscados por los talibanes (que habían infiltrado a los mercenarios afganos) y sufrieron fuertes bajas: dos helicópteros derribados, siete inutilizados, 9 muertos, 36 heridos (The Washington Post, 9/3). Durante los dos primeros días de combates, las “unidades especiales” norteamericanas fueron obligadas a retroceder por la guerrilla (El País, 7/3).


Los norteamericanos lanzaron entonces un bombardeo demoledor, que sólo sirvió para destruir los poblados y asesinar a mujeres y niños, algo que el propio Pentágono se vio obligado a reconocer (Le Monde, 14/3). Pero no lograron quebrar la resistencia porque “la población local ayuda secretamente a reabastecer con alimentos y armas a los guerrilleros” (The Washington Post, 7/3).


La batalla, que se dijo inicialmente sólo duraría tres días, se alargó tres semanas y “fue ganada por las tropas del Ministerio de Defensa, en su mayoría tadjikos del norte, que despejaron el valle en tres días. Antes, las tropas especiales de los Estados Unidos y las tropas locales habían sido reiteradamente rechazadas por la guerrilla” (Financial Times, 13/3).


Los norteamericanos, sin embargo, anunciaron una “gran victoria” y hasta aseguraron haber matado a 700 guerrilleros. Pero “no existen evidencias físicas (ni cadáveres ni tumbas) que respalden las afirmaciones del Pentágono”; tampoco se logró capturar un número importante de combatientes (The Washington Post, 14/3). Según fuentes del Ministerio de Defensa afgano, “sólo hubo 50 ó 60 muertos; la mayoría logró escapar” (Financial Times, 20/3). En resumen, la operación resultó un fracaso. La condena más directa vino de un alto responsable militar afgano, que no dudó en afirmar que “si Estados Unidos sigue peleando así va a perder” (Financial Times, 19/3). Apenas unos días después, tropas norteamericanas fueron atacadas en la vecina provincia de Khost.


Estados Unidos está muy lejos de la “victoria”. “Los bolsones de resistencia de los talibanes están ampliamente extendidos” (Financial Times, 19/3) y se calcula que hay 10.000 guerrilleros en las montañas. Se ha convocado de urgencia a “unidades especiales” británicas, aunque sin mucha publicidad, porque “lo último que querría Rumsfeld (secretario de Defensa norteamericano) es que se viera que las tropas británicas están yendo al rescate de los norteamericanos, que es en parte lo que está ocurriendo…” (Financial Times, 21/3).


“Se están formando guerrillas en el este y probablemente en el sur de Afganistán” (Le Monde, 8/3). El odio de la población nutre la resistencia: “Existe un potencial de extensión de la guerrilla (…) la idea de que existe un ‘stock’ finito de guerrilleros que sucesivas operaciones podrían eliminar progresivamente es una ilusión (…). De una manera insensible se está pasando de una operación contra Al Qaeda a una guerra contra una parte de los afganos” (ídem).


Anarquía


El revés de la “Operación Anaconda” es una expresión concentrada del fracaso de la intervención norteamericana en Afganistán, donde según la prensa internacional reinan la “anarquía” y el “caos”. El gobierno títere de Karzai es “una ficción” (El País , 11/3) que “no controla más allá de Kabul, y aun allí su control es débil” (The Economist, 11/3). Las tropas de la “misión de paz” internacional no abandonan la capital “para impedir la implosión política del gobierno” (Le Monde, 8/3).


El país está en manos de los “señores de la guerra”, que combaten entre sí y se libran a los peores pillajes y violencias contra la población civil: en el norte del país hay “masivos asesinatos, violaciones, robos y humillaciones de la población étnica pashtún por parte de los señores de la guerra tadjikos de la Alianza del Norte” (The Washington Post, 21/3). De la mano de estos “señores de la guerra”, respaldados por los norteamericanos, Afganistán volvió a ser el primer productor mundial de opio, la materia prima de la heroína. Bajo la dominación norteamericana, “el peligro real es que todo el país vuelva a caer en la guerra civil de comienzos de los ‘90” (Financial Times, 24/3).


La situación del pueblo es de catástrofe. El hambre es tan desesperante que la venta de los propios hijos como esclavos, a cambio de alimentos, se ha convertido en “una práctica tristemente común” (Clarín, 9/3). La “ayuda humanitaria”, entregada a cuentagotas, es robada por los “señores de la guerra”. El terremoto que acaba de azotar al norte del país pondrá al rojo vivo la descomposición política y social de la Afganis tán “norteamericana”.


La crisis se ha extendido a Pakistán. Cuando los comandantes norteamericanos anunciaron que cruzarían la frontera para perseguir a los guerrilleros, recibieron “una advertencia enfática y sin ambigüedades” de los jefes tribales: “Si entran, los combatiremos” (The New York Times, 24/3). La creciente hostilidad en Pakistán obligó a los norteamericanos a evacuar al personal de su embajada.


“Estados Unidos se ha desengañado amargamente” de su intención de salir rápidamente de Afganistán (Financial Times, 5/3); al contrario, hoy se plantea “el desplazamiento indefinido de tropas norteamericanas en Afganistán” (The New York Times, 21/3). El caos creado por la intervención norteamericana es tan agudo que, según importantes analistas norteamericanos, inviabilizaría el planeado ataque a Irak. “Estados Unidos no conseguirá apoyo para remover a Saddam si antes no estabiliza Afganistán (porque) careceremos de legitimidad, credibilidad y respaldo para enfrentar a Irak”, advierte Thomas Friedman en The New York Times, (21/3). “¿Quién se unirá a Estados Unidos en una próxima guerra contra el terrorismo si se deja caer a Afganistán en una implosión de violencia étnica y en la dominación de los señores de la guerra?”, pregunta un editorialista del Washington Post (21/3). La misma opinión del otro lado del Atlántico: “Con la lucha contra Al Qaeda tan lejos de haber finalizado, es extraño que Estados Unidos todavía esté considerando abiertamente una guerra con Irak” (Financial Times, 24/3).


Los aviones supersofisticados, las bombas “inteligentes” y toda su parafernalia militar no le han evitado a Estados Unidos el fracaso en Afganistán. Esto, sumado al fracaso de Sharon en derrotar militarmente el levantamiento nacional palestino y al temor a que un ataque a Irak “provoque ríos de cólera popular” que golpeen a los regímenes árabes reaccionarios (The Economist, 21/3), pone al descubierto las insuperables limitaciones de la política “guerrerista” del imperialismo norteamericano.