America Latina en el ojo de una crisis mundial

Con el derrumbe de Brasil y la devaluación uruguaya, a continuación de la catástrofe argentina, América Latina se encuentra metida de lleno en un colapso financiero, el mayor de su historia. No hay país del continente que escape a la perspectiva de la cesación de pagos, de la quiebra bancaria, del derrumbe de gobiernos y de regímenes políticos, y de irrupción de las masas trabajadoras en la escena política nacional y continental.


La discusión sobre si Argentina “contagiaría” a sus vecinos ha sido largamente superada. El “tequilazo” mexicano del ’95 y la devaluación brasileña del ’99 fueron anticipos que mostraban el camino hacia el derrumbe. Argentina fue el eslabón siguiente, pero podría haber sido cualquier otro. Lo que hunde a América Latina no es el simple “contagio” argentino sino las insuperables contradicciones del capitalismo mundial. América Latina se hunde bajo el peso de la deuda externa y la crisis de sobreproducción mundial, el vaciamiento financiero, productivo y comercial, el hundimiento de las monedas y los sistemas bancarios, la recesión y la quiebra de empresas.


El contenido social de la crisis latinoamericana es el mismo que está hundiendo al negocio capitalista de las telecomunicaciones y a la industria informática en Estados Unidos y en Europa, o a la banca japonesa. América Latina no enfrenta una “crisis regional”; la crisis latinoamericana es una de las manifestaciones de la agudeza de la crisis del capitalismo mundial, del cual nuestro continente es uno de los eslabones más débiles.


Como en 1982, cuando estalló la “crisis de la deuda” después de que México entrara en cesación de pagos, en América Latina se ha cerrado un ciclo. Esto no lo comprenden los que acusan al Tesoro norteamericano y al FMI de “no tener política” frente al hundimiento latinoamericano. El imperialismo tiene una política perfectamente definida y fue enunciada en forma clara por Paul O’Neill, secretario del Tesoro de Estados Unidos: “no hay más salvatajes”, “no hay más rescates para Argentina, ni para Brasil, ni para nadie”. La debacle agudiza la lucha intercapitalista por la centralización del capital, la consolidación, el desplazamiento de los más débiles, la lucha a muerte por la apropiación de las empresas quebradas, la captura de los mercados, la disputa por los despojos. También aquí, América Latina es apenas otra manifestación de la tendencia mundial del capitalismo: en las telecomunicaciones, la informática, la banca y la industria automotriz, las quiebras y la captura de las quebradas por las sobrevivientes están a la orden del día.


Pero, así como la crisis del ‘82 fue la carta de defunción de las dictaduras setentistas, el actual colapso latinoamericano significará el fin de los regímenes democratizantes. Se abre en el continente una etapa de furiosa lucha de clases, de caída de regímenes políticos, de golpes y contragolpes del imperialismo, de giros nacionalistas de las burguesías nacionales, y, por sobre todo, de una impetuosa irrupción del movimiento de las masas explotadas en defensa de sus condiciones de vida.


La clase obrera y los explotados deben prepararse políticamente para intervenir de una manera revolucionaria en las enormes crisis y conmociones que anticipa el derrumbe financiero y político de los regímenes burgueses del continente. El objetivo político de la intervención revolucionaria es la expulsión del imperialismo, el derrocamiento de sus regímenes “nacionales” títeres por medio de la acción directa de las masas, y la unidad política de los explotados del continente bajo la dirección política de la clase obrera en una Federación Latinoamericana de Estados Obreros.