Arma mortal

A propósito del atentado de Arizona y la crisis de la política norteamericana

Los testigos estaban conmocionados: “disparaba su arma indiscriminadamente mientras parecía contento, como bailando”. Jared Loughner, de 22 años, abrió fuego unas veinte veces contra un acto de la congresista demócrata de Arizona Gabrielle Giffords, dejándola gravemente herida y provocando seis muertos y una docena de heridos. En el país epicentro de la crisis capitalista, el atentado de un loco ha provocado una conmoción en el ya revuelto panorama político yanqui.

Considerada una blue dog -demócrata del ala derecha del partido-, Gabrielle Giffords es partidaria del derecho a las portación de armas, defensora del aborto y opositora a la ley antiinmigratoria votada en su estado. El atentado que sufrió no fue un rayo en un cielo sereno. La congresista ya había sufrido amenazas y agresiones tras la aprobación de la reforma sanitaria impulsada por Obama -que ella había apoyado. Y no es el único caso: la policía reveló que, durante los primeros tres meses de 2010, se registraron 42 denuncias por amenazas contra miembros del Capitolio, casi el triple de casos reportados en 2009 (Político.com).

Azar necesario

Jared Loughner está loco. Expulsado de la facultad y rechazado en el ejército, los expertos señalan que lo suyo es un delirio paranoico. Pero el hecho de que el atacante esté mentalmente alterado, no significa que su acción sea un hecho aislado y contingente. Laughner se formó en un lugar y en un momento histórico determinado.

Primero, es difícil separar el ataque de Tucson-Arizona de la propaganda republicana en la última campaña electoral. En ella, la republicana Sarah Palin, líder del movimiento derechista Tea Party, publicó un polémico mapa con candidatos demócratas a derrotar, utilizando la iconografía de blancos de rifle. En ese mapa aparecía Giffords. Arizona es uno de los estados donde el Tea Party más influencia y poder ha ganado, logrando la aprobación de una legislación contra los inmigrantes.

Segundo. A pesar de que la economía norteamericana creció un 2,9% en 2010, el mayor ritmo en los últimos años, la crisis no ha concluido. Sigue habiendo 14,5 millones de personas desocupadas (sin contar a los subempleados y a los que dejaron de buscar empleo) y 46 millones de personas dependen de la ayuda alimentaria gubernamental. El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernake, reconoció que se necesitarán hasta cinco años de crecimiento sostenido para solucionar el problema del desempleo (El País, 8/1). A esto se le suma la cuestión de la deuda, que ya superó los 14 billones de dólares. Estados Unidos podría ver cómo rebajan su calificación de solvencia si no elabora un plan de ajuste que reduzca un déficit que alcanza 1,3 billones de dólares.

La crisis económica y la impotencia de Obama para combatirla, la división en la burguesía y la pasividad de las organizaciones sindicales y sociales, explica la irrupción de un activismo derechista en el Tea Party que agitó las aguas incitando la acción de un loco. Su acción no se puede separar de la crisis más general de Estados Unidos, que llevó a la derrota oficialista en las elecciones parlamentarias de noviembre. Al fin y al cabo, como reza el viejo adagio, la necesidad se abre paso a través de la casualidad.

No te bañas dos veces en el mismo río

La derrota electoral demócrata ante los republicanos podía ser leída como el resultado de la desilusión de sus bases ante el incumplimiento de las promesas electorales de Obama (elevada abstención de los votantes demócratas), o como el repudio a una política demasiado progresista (surgimiento del Tea Party). Obama ha elegido la segunda respuesta. En lugar de enfrentar de lleno a los republicanos y a las corporaciones, en esta segunda parte de su mandato procura recomponer las relaciones, adoptando un tono conciliador. En su discurso sobre “el estado de la Unión”, Obama ha aceptado la idea de recortar el Estado y el déficit, reduciendo impuestos a las corporaciones, eliminando regulaciones y congelando el presupuesto (El País, 25/1).

Las modificaciones en su gabinete, trayendo gente que trabajó en la administración Clinton, parecen avalar la idea de que se abandonan los ideales progresistas. Pero se trata más bien de una continuación del rumbo anterior. Los nuevos miembros, cercanos como son a Wall Street (por ejemplo, el nuevo jefe de gabinete económico, William Daley, ex secretario de Comercio durante el gobierno de Bill Clinton y, más recientemente, alto ejecutivo de la financiera JP Morgan Chase), no lo son más que los funcionarios que están reemplazando, y que impulsaron la política multimillonaria de financiamiento de los bancos en quiebra. El recambio en el gabinete de Obama apunta, más que a una modificación de rumbo, a una estrategia para responder con un perfil componedor a la ofensiva de los republicanos.

Sin embargo, la conmoción provocada por la matanza de Arizona ha cambiado las perspectivas inmediatas. “Los sucesos de Arizona van a obligar probablemente -dice un analista- a moderar el espíritu beligerante republicano y a condicionar la agenda de cambios al nuevo sentimiento contra el radicalismo político que, al menos por el momento, se ha extendido por el país” (El País, 10/1). Entre los republicanos se acentuarán las tendencias centrífugas. Un primer ejemplo de eso se vio cuando Michele Bachmann, líder del Tea Party en la Cámara, dio su propia réplica al discurso de Obama. Si bien los republicanos pudieron ganarle a Obama gracias a la desilusión de los votantes demócratas y a la movilización del Tea Party, Norteamérica no está aún preparada para el extremismo derechista. El atentado representa el fin de la inocencia para el Tea Party.

Pero todo esto no significa que la crisis política y los enfrentamientos desaparezcan. Si los republicanos quieren tener posibilidades de ganar las elecciones presidenciales, no pueden romper con su base más derechista y activista (y con los 126 diputados y 15 senadores que se referencian con el movimiento). Más temprano que tarde se reiniciarán los enfrentamientos que empantanarán aún más al régimen político (los republicanos tienen mayoría en la Cámara Baja, los demócratas en la Cámara Alta).

Mientras tanto, en la medida en que el enojo de la izquierda y las organizaciones de trabajadores aflora más como frustración que como movilización, los eventos de Tucson le sirven al gobierno para recuperar el centro de la escena. Pero Obama no tiene todo el tiempo del mundo.