Asesinato en Londres

“Lo tiraron al suelo; lo inmovilizaron y le descargaron ocho balazos.” Así describe un testigo el asesinato del ciudadano brasileño Jean Charles de Menezes por la policía “antiterrorista” británica. No fue un “error” ni un “exceso”.


Menezes venía siendo vigilado desde hacía tres días; su casa estaba bajo “observación” y era sometido a seguimientos. En la mañana del sábado, lo persiguieron veinte policías de civil armados hasta los dientes. Al llegar al subte, fue inmovilizado por tres hombres; un cuarto apoyó la pistola en su cabeza y gatilló ocho veces. Menezes no había opuesto ninguna resistencia. Aun 24 horas después del asesinato, el jefe de la policía de Londres afirmaba que “el hombre abatido” estaba ligado a los atentados.


Pasadas 48 horas, el ministro del Exterior, Straw; el de Interior, Clarke; y el jefe de la policía, Ian Blair, pidieron “disculpas” pero anticiparon que la política de “tirar a matar” no será modificada. Más aún, todos ellos elogiaron la tarea de los “escuadrones de la muerte” de la policía “antiterrorista”.


Los escuadrones “antiterroristas” han sido autorizados a disparar en la cabeza a quien consideren “sospechoso”, sin intentar previamente detenerlo o inmovilizarlo. Menezes fue la primera víctima de la “nueva política antiterrorista”, pero habrá más. Por eso el jefe de la policía advirtió que “alguien más (inocente) puede ser abatido”.


No se trata sólo del gatillo fácil legalizado y hasta reivindicado. “La policía espera recibir nuevos poderes” (Financial Times, 24/7), entre los que se cuenta la posibilidad de detener “sospechosos” (Menezes era uno de ellos) durante tres meses sin obligación de presentarlos ante un juez o formularles cargos.


Los demócratas han convertido a Gran Bretaña en un estado policial donde no reina Isabel II sino los escuadrones de la muerte.


La gravedad del incidente no radica sólo en los métodos fascistizantes a los que recurren los demócratas. Pone en evidencia que los servicios británicos no tienen la menor idea de quiénes han puesto las bombas o a quiénes persiguen. Menezes no tenía nada que ver con los atentados; al parecer tampoco tenía nada que ver el químico egipcio que fue detenido en El Cairo y que poco después debió ser liberado por total falta de pruebas.


La impotencia de los servicios tiene una raíz política. A los tradicionales choques y zancadillas entre las distintas ramas de los servicios se agrega que el Estado británico es aliado de varios Estados sospechados de albergar a grupos terroristas, como Pakistán o Arabia Saudita. Poco antes de los atentados, Blair había viajado al reino saudita a cerrar un millonario contrato de venta de armas. ¿Cómo sorprenderse entonces de que la inteligencia británica, poco antes de los atentados, bajara su nivel de “alerta”?


El asesinato legalizado y la liquidación de las libertades democráticas no pretenden proteger a la población del terrorismo; son un encubrimiento y una distracción de las porquerías, negociados y masacres que Blair, Bush y sus aliados cometen cotidianamente.