Balance de las elecciones en España

El voto popular fue en defensa de sus condiciones de vida. La derecha sufre un descalabro. El PSOE con el apoyo de UP utilizará este triunfo para descargar la agudización de la crisis sobre los trabajadores.

Desde España

Pedro Sánchez, del PSOE

La afluencia masiva de electores el 28 de abril dio el triunfo al PSOE con 123 escaños, mientras que el Partido Popular sufrió el descalabro más grande de su historia con solo 66 diputados, comparado con los 137 que había obtenido en 2016. España acudió a las urnas manifestando la persistencia de las ilusiones democráticas de las mayorías con una participación electoral del 75,79%.

En diciembre pasado la asistencia en las elecciones autonómicas de Andalucía fue de sólo el 58,5% del padrón electoral, una de las más bajas de la historia en esa región, con la consecuencia de que los tres partidos del arco de la derecha lograron formar gobierno sumando los votos del PP, Ciudadanos (C’s) y el protofascista Vox.


Estas elecciones han vuelto a poner sobre la mesa la crisis de régimen por la que atraviesa el país. El partido más votado de Cataluña ha sido Esquerra Republicana (ERC) con un resultado histórico: 15 diputados al Congreso. Dentro de este mapa electoral, el Partido Socialista (PSC) ha sido la segunda formación política más votada, mientras que el PP solo ha logrado un representante en la región, al igual que Vox y los cinco parlamentarios para C’s, que en las últimas elecciones autonómicas había sido el partido más votado. Es decir, la derecha pierde terreno en la región. La fuerte recuperación del PSC que pasó de 7 diputados en las pasadas elecciones a 12 en las últimas, muestra otra vez al cinturón industrial de Barcelona alineado detrás del socialismo. Junts x Catalunya pierde un escaño respecto de su antecesor, Convergencia Democrática de Catalunya, y queda en 7 diputados. En Comú Podem (Podemos) tuvo un fuerte retroceso, cayendo a 7 diputados, igualando con JxC. Los resultados electorales insinúan la posibilidad de que el Ayuntamiento de Barcelona, con Ada Colau de Barcelona en Comú como alcaldesa, quede en manos de los socialistas tras las elecciones del 26 de mayo. La derecha centralista ha sido virtualmente barrida en el escenario político catalán.


En el País Vasco el Partido Nacionalista (PNV) obtuvo seis diputados, mientras que el Partido Socialista, la coalición de Podemos y la formación nacionalista EH Bildu, quedaron cada uno con cuatro diputados. PP, C’s y Vox no obtuvieron ninguno. Hay que señalar que en las elecciones de 2016 Podemos fue la coalición más votada y obtuvo seis diputados. Está claro que a nivel nacional y en las principales autonomías Unidos Podemos ha perdido votos que se han trasladado al Partido Socialista. En Galicia se repitió el fenómeno y el PSOE obtuvo 10 diputados (6 en la anterior elección) mientras Podemos y su amplia coalición perdía 3 diputados y quedaba con dos. El PP perdía tres diputados y quedaba con 9 como la segunda fuerza más votada.


En Andalucía, en las autonómicas del pasado 2 de diciembre, el castigo fue para el PSOE y para Podemos y sus aliados, con una fuerte pérdida de votos. Es decir que ahora ha ocurrido lo contrario del 2D andaluz: la alta participación y el voto al PSOE y a los partidos nacionalistas, reflejan una polarización electoral que, dentro del marco de las ilusiones democráticas de los trabajadores, optó por frenar el avance de la derecha y en materia territorial se manifestó por el apoyo a los partidos nacionalistas, aunque tanto en Cataluña como en Euskadi el segundo partido más votado fue el socialista, que no es precisamente independentista. La caída electoral del PP ha sido un trasvase de votos en favor de C’s y de Vox. Es decir que los electores de la derecha no han aumentado. El fraccionamiento de la derecha es una expresión de la  incapacidad de la burguesía para estructurar una salida política nítida mayoritaria, lo que obligará a ésta a apoyarse en su otra variante, el PSOE, como válvula de escape e instrumento de supervivencia del capitalismo y el empresariado. Esa estrategia deberá incluir necesariamente la negociación con las fuerzas nacionalistas en un intento de postergar y subordinar las expectativas de autodeterminación en Cataluña y potencialmente en el País Vasco.


El voto popular reaccionó ante lo que estaba en juego: la posibilidad de que otra vez, y con pocos meses de diferencia, una coalición de hecho de los tres partidos de la derecha que incluye las posiciones extremas de Vox, capturara el gobierno de España y no sólo una Autonomía. Mientras tanto, ha quedado a la luz la fragilidad de la alianza de las derechas que ya ha entrado en crisis. Los barones del PP temerosos de perder hasta la camiseta en sus regiones tras el descalabro de sus resultados, han obligado a Pablo Casado a rectificar y separarse de Vox, a quien acusa ahora de “ultraderecha”, tratando de reubicarse en un “centro” que hace rato que perdieron. Las reacciones de Vox no se han hecho esperar, amenazando con quitarles el apoyo en Andalucía.


En un balance electoral es importante tomar en cuenta lo que los trabajadores creen haber votado dentro del cuadro de sus propias ilusiones democráticas, y en ese sentido el voto al PSOE refleja sin dudas un intento de defensa del salario y de las condiciones de vida y en contra de la ofensiva antiobrera que un triunfo de la derecha hubiera supuesto. Llevar a los trabajadores a la comprensión de lo que el voto al Partido Socialista realmente supone, es una tarea que cae del lado del socialismo revolucionario. La votación es continuidad de los combates contra el cierre de empresas, contra la superexplotación, la precariedad laboral, contra el deterioro de la educación y la sanidad públicas, y contra las pensiones miserables, que forman parte del programa tácito de la derecha. Los trabajadores españoles votaron para conservar lo que tienen, y desde ese punto de vista la votación es una polarización significativa. La Confederación de Asociaciones Empresariales (CEOE) ha reaccionado precisamente contra esto, primero haciendo un llamado a una coalición del PSOE con C’s, y ante la negativa de este último partido ha pedido un ejecutivo socialista en solitario que gobierne en minoría con pactos con otras organizaciones políticas.


La perspectiva de un creciente deterioro de la situación económica a escala global, y en particular en la Unión Europea, avanza en el rumbo ya transitado de descargar la inminente crisis una vez más sobre los trabajadores. El PSOE es en este sentido, el sepulturero de las expectativas de los trabajadores y ya ha dado sobradas muestras en sus escasos seis meses de gobierno, tras la moción de censura, de que a la hora de firmar la derogación de leyes represivas y reformas laborales antiobreras, la pluma se queda en el tintero. El presidente Pedro Sánchez ha tenido buen cuidado de no asumir ningún compromiso explícito en esa dirección. La ralentización de la economía española se desenvuelve en el marco de una economía mundial que no ha logrado salir de la crisis desencadenada en 2007/2008. En este contexto asistimos a una agudización del mismo ciclo de crisis, signado por la sobreproducción de mercancías y capital, con el agravante de que los bancos centrales han agotado sus instrumentos de intervención para atenuar los efectos del desmoronamiento global. El resultado de esta agudización, será en el tiempo un choque inevitable entre los trabajadores y el gobierno que surja de las negociaciones poselectorales.


Unidos Podemos, que ha pretendido jugar el papel de ala izquierda del partido socialista, afirmando que el voto a su formación era la única garantía de que el PSOE hiciera una legislatura social, contribuyó y contribuye a que los trabajadores depositen sus esperanzas en el partido de Pedro Sánchez de un lado, en Unidos Podemos del otro, y en la resolución por la vía parlamentaria de las aspiraciones de los trabajadores. En definitiva, en reforzar al régimen del 78 y servir de muleta al capitalismo agónico. La estrategia de Pablo Iglesias y Alberto Garzón es colarse en el gobierno de Sánchez, aunque sea en escalafones inferiores, no ministeriales, con la teoría de “ministerios mixtos”. La idea de que “infiltrando” los ministerios de un gobierno socialista van a garantizar la consecución de un programa favorable a los trabajadores, es otro miserable engaño. UP con o sin ministerios seguirá apoyando al gobierno de Sánchez como lo ha venido haciendo hasta ahora.


Lo único que se puede esperar de un gobierno del PSOE, con o sin coalición con Unidas Podemos, con o sin “ministerios mixtos”, es una nueva ofensiva instigada por los diversos intereses capitalistas españoles e internacionales para descargar sobre los trabajadores la crisis en ciernes.


La prensa habla de una supuesta mejoría de la economía española y de signos de recuperación de la desaceleración económica en la Unión Europea (UE). Pero mientras tanto la economía más grande de Europa (Alemania), lleva dos trimestres bordeando una recesión, mientras que Italia lleva al menos dos trimestres instalada en ella. Detrás de la euforia electoral, lo que se percibe en el horizonte es una agudización de las contradicciones capitalistas, una escalada de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, una ofensiva contra Venezuela e Irán, la sombra de un nuevo crack financiero y bursátil, un aumento del endeudamiento del estado y una desaceleración de las exportaciones españolas, en línea con lo que ocurre en Alemania y el resto de Europa. Los medios de prensa saludan día sí, día no, indicadores coyunturales que les permiten alentar esperanzas de recuperación. Pero más allá de estas oscilaciones, la tendencia general del movimiento es hacia un nuevo colapso.


Por su parte, las grandes centrales sindicales, CCOO y UGT, han salido de inmediato al terreno de juego a pedir “la unión de las izquierdas para formar un gobierno cuanto antes”, en sus discursos del 1º de mayo. Se han plegado a la teoría de la unidad entre PSOE y UP, como forma de tender un cerco por la izquierda a las luchas contra los planes antiobreros que el gobierno del PSOE deberá desarrollar, y que en algunos temas como el de las pensiones y la fiscalidad ya tiene en sus alforjas. La posición de la izquierda democratizante y no sólo de UP, también alimenta este engaño: lograr presionar al PSOE para que se haga de izquierda y progresivo, ocultando que es un partido que representa a la banca, la gran burguesía y al imperialismo europeo. Esta posición  desarma políticamente a la clase obrera y al activismo.


El PSOE aprovechará su avance electoral para arremeter contra los trabajadores y aplicar más ajustes y recortes con más represión.


La fuerte votación al PSOE es además reflejo de la ausencia absoluta de una expresión política de los trabajadores, independiente de los intereses de la burguesía. Y pone sobre la mesa la necesidad de la construcción de un partido obrero independiente fiel a los intereses históricos de los trabajadores. La presencia de una organización de esta naturaleza sería un importante progreso tras el despliegue de las ilusiones democráticas despertadas por la transición política de 1977. El hecho que el régimen manifiesta a cada paso su profunda crisis es expresión del agotamiento de esa transición y la necesidad de superar esas ilusiones que tienen su epicentro en el parlamentarismo. Un partido obrero independiente deberá participar en la lucha electoral, pero desde el punto de vista de la denuncia de las limitaciones parlamentarias, en favor de un Gobierno de los Tabajadores y de una Asamblea Constituyente Soberana por una Federación de Repúblicas Socialistas Ibéricas.