Bolivia: La dificultosa búsqueda de un “Gran acuerdo nacional”

“Hoy estamos al borde de una guerra civil”, sostiene el concejal cruceño Osvaldo “Chato” Peredo, ex comandante de la columna guerrillera de Teoponte (1970) y hermano de “Inti” y de “Coco”, combatientes en Ñancahuazu con Ernesto Guevara. “Chato” Peredo es militante del MAS en ese enclave opositor y habrá que volver a él y a las posiciones que defiende. Por ahora, resulta preciso detenerse en esa reflexión suya: “Estamos al borde de una guerra civil”.

El 23 de setiembre, cuando se levantaron los piquetes que bloqueaban en siete puntos los accesos a Santa Cruz, más de 20 mil campesinos cercaban la ciudad y otros 40 mil marchaban hacia ella desde cuatro puntos de occidente, con el propósito de ocuparla y recuperar por la fuerza los edificios públicos tomados por la derecha.

La Unión Juvenil Cruceñista, que había destituido a sus jefes después del fracaso de sus intentos por romper militarmente el cerco rutero en Boro Boro, a 51 kilómetros de Santa Cruz, y por ocupar el barrio Plan 3000 en plena ciudad, se preparaba para defender el primero de los siete anillos que forman el tejido urbano cruceño. Esto es: daban por perdidos de antemano los otros seis.

Esa Santa Cruz “blanca, alta, que habla inglés”, según la definió alguna candidata a miss universo, se atrincheraba en sus casas, cerraba negocios y tapiaba ventanas y vidrieras. Entrevistados por la televisión, varios de esos “blancos y altos” decían, no en inglés sino en un castellano tembloroso, la misma frase: “Tenemos mucho miedo”.

Un sitio de esa magnitud a una ciudadela enemiga por parte de las naciones indias -obreros y campesinos- no sucedía en el Alto Perú desde que Tupac Katari cercó La Paz durante un mes y medio en 1781. Y llegaban más.

“Los medios locales informaron del nuevo traslado de indígenas del altiplano occidental hacia los puntos de bloqueo… el objetivo era llegar a la plaza de armas de la ciudad de Santa Cruz” (Crítica, 24/9).

Esa movilización, ese grado de conflicto que en efecto se corresponde, como dice Peredo, con un estado de cosas próximo a la guerra civil (algunos piensan que ya comenzó), fue desarticulado, al menos temporalmente, por “una sugerencia del presidente, Evo Morales, y de los mediadores en el diálogo que el gobierno y los prefectos autonomistas celebran en Cochabamba desde el viernes 19” (ídem).

Ni Lincoln ni Siles

Apenas se produjo la victoria aplastante de Morales en el referendo revocatorio del 10 de agosto, Prensa Obrera escribió: “Evo Morales se encuentra ante la situación que enfrentó en su momento Abraham Lincoln y que debería resolver de la misma manera. Tiene la enorme ventaja de que el secesionismo de Santa Cruz es inviable, pues no hay lugar para ella internacionalmente y porque la burguesía arriesga una guerra agraria regional” (PO 1050, 14/8).

Lincoln no tenía aliados en el sur esclavista, pero convocó a las armas a 75 mil voluntarios y dio al general Ulises Grant orden de ataque general. Con la ventaja de que Morales sí tiene aliados en la “media luna” (buena parte de la masa campesina y todos los obreros sindicalizados), la marcha del altiplano hacia el oriente empezaba a parecerse a la orden general de batalla de Lincoln contra los confederados del sur.

Empero, es notable la diferencia en materia de decisión política. Lincoln no desarmó sus ejércitos cuando el general esclavista Robert Lee aplastó a las tropas de la Unión en la batalla de Frederickeburgh, en diciembre de 1862. En cambio, Morales levantó la movilización obrera y campesina, que había golpeado a la derecha hasta dividirla y sumirla en una crisis que la tiene ahora partida al medio.

Morales tampoco supo actuar como Hernán Siles Suazo en 1958, cuando otra sublevación “regionalista” se levantó contra una revolución todavía joven. Siles no movilizó al ejército que había reconstruido después de que fuera disuelto en 1952, sino a milicianos de Ucureña que aplastaron a los sediciosos en una sola batalla decisiva, en Toberinto, contra los fascistas de la Falange Socialista Boliviana. Hasta hoy la Falange recuerda con pánico a las que llama “hordas de Ucureña”, cuya sombra histórica aterrorizó en estos días a la derecha cruceña.

Pero “yo sigo apostando al diálogo”, dijo Morales en Nueva York.

Hacia el “gran acuerdo”

El domingo 28, entre gallos y medianoche, Evo Morales se reunió con el líder principal de la derecha, el prefecto cruceño Rubén Costas. El gobierno no informó sobre el encuentro pero Costas sí: en una conferencia de prensa, calificó la reunión de “positiva”, dijo que hubo “avances” y que se va “por el buen camino” en diversas cuestiones, entre ellas “las autonomías y la nueva Constitución Política del Estado” (Fides, 29/9).

Más allá de lo que se haya discutido allí, el solo hecho de que el presidente se reúna a solas y en secreto con el jefe derechista es en sí todo un dato político.

Al día siguiente, lunes 29, Morales se reunió con otro dirigente de la derecha, el prefecto tarijeño Mario Cossío. “Fue una reunión con avances, eso quiere decir que la voluntad está viva. En Cochabamba las comisiones siguen trabajando sin detenerse, nos hemos marcado un tiempo y vamos a poner todo el empeño para cumplirlo. Estamos en el buen camino”, dijo Cossío al salir del despacho presidencial.

Si Costas y Cossío van por el buen camino, cae de suyo que Morales va por el malo.

Después del trabajo de las comisiones, la próxima reunión plenaria de la mesa de diálogo en Cochabamba se hará el domingo 5. Allí, según indicó el ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, el gobierno espera firmar con la derecha “un acuerdo que permita destrabar este bloqueo político” (ABI, 28/9).

El asunto presenta sus dificultades, porque todo el mundo actúa bajo enorme presión. La derecha está en crisis y partida: la Falange Socialista Boliviana y parte de la Unión Juvenil Cruceñista llaman “traidor” a Costas y “vendido al MAS” a Cossío, entre otras cosas porque aceptaron negociar aunque el prefecto de Pando, el masacrador Leopoldo Fernández, sigue preso por asesino.

También se rompe el derechista Podemos. Su ex candidato presidencial, Jorge “Tuto” Quiroga, intenta aglutinar a los “duros” y rechaza el diálogo con el gobierno. Sin embargo, su jefe de bancada en el Senado, Roger Pinto, dijo: “Tengan la plena seguridad de que todos los acuerdos que se hagan en Cochabamba los vamos a respetar” (ABI, 29/9). Es más, el diputado Wilman Cardozo, también de Podemos, declaró que “el país está esperanzado en la firma de un gran acuerdo nacional” (ídem), y recordó que los prefectos de la “media luna” están discutiendo la nueva Constitución aunque hasta hace apenas unos cuantos días aseguraban que jamás lo harían. Eso decían, claro está, hasta que la movilización popular les frenó el carro.

En el gobierno y en los llamados “movimientos sociales” también se presentan inevitables fracturas. La Coordinadora Nacional para el Cambio (Conalcam) ha convocado a una marcha intrascendente en La Paz, ya no hacia Santa Cruz (Lincoln a la inversa) para el 13 de octubre, cuando muy posiblemente las cosas habrán empezado a resolverse en un sentido o en otro.

Y hay que volver a “Chato” Peredo. El ex guerrillero dice que el MAS debe autocriticarse, entre otras cosas, por “insistir hoy con el referéndum de la Constitución” y añade: “Todo esto me lleva a creer que dentro del gobierno hay un plan contra Evo. Ya son muchos errores… parece un plan urdido por algunos sectores del gobierno” (Veintitrés, 21/9). Esto es: según Peredo, el “error” del oficialismo consiste en no rendirse sin condiciones. Si hay un “plan urdido por algunos sectores del gobierno”, debería buscarse, en principio, en el propio Peredo. O en el ministro de Gobierno, Alfredo Rada, quien compara a los campesinos que piden armas para enfrentar a la derecha con los fascistas de la UJC, porque ambos, según él, quieren la guerra.

En definitiva, el gobierno y la derecha buscan, si no la paz, por lo menos una tregua más o menos durable, y ambos encuentran sus peores problemas en sus frentes internos.

Todo dependerá ahora de la acción de masas, de que los llamados “movimientos sociales” tengan suficiente autonomía respecto del gobierno para retomar la movilización. Si, aun con dificultades, el acuerdo con la derecha se logra, la fractura del movimiento de masas se volverá inevitable, algo especialmente desgraciado en un país que se encuentra, como dice Peredo, “al borde de la guerra civil”.