Bomberos sin manguera ni tomas de agua

Como anticipamos en estas páginas (lo mismo en el acto en Ferro), no hubo rescate para Brasil. Es cierto que al día siguiente del anuncio de un préstamo de 30.000 millones de dólares, la “euforia” se apoderó de los especuladores. La Bolsa y el real subieron, la tasa de riesgo de Brasil cayó; todas las Bolsas mundiales experimentaron alzas que fueron atribuidas al “rescate” de las quebradas finanzas brasileñas.


 


¿Rescate, qué rescate?


Pero duró menos que un suspiro, porque el “rescate” no era tal, ni siquiera lo era el mentado préstamo. Los publicitados 30.000 millones de dólares quedaron reducidos a 6.000 cuando se informó que los restantes 24 mil millones estaban condicionados a un acuerdo para el 2003. El escaso sobrante fue a su vez cortado en dos: 3 mil para septiembre y 3 mil para noviembre. Lamentablemente, “entre las amortizaciones de la deuda y la tasa de interés sobre la misma, Brasil tendrá que pagar hasta fin de año 13 mil millones de dólares” (O Estado de Sao Paulo, 9/8). Pero además de levantar este “muerto”, Brasil deberá cubrir la caída que se está verificando en los créditos para la exportación y atender la demanda de dólares que se están escapando del país. La remesa de dividendos y beneficios al exterior aumentó, en el primer bimestre del 2002, un 140% (O Estado, 5/8), lo que supone hasta fin de año una salida superior a los tres mil millones de dólares. El débito total arrojaría un resultado aproximado de 30.000 millones de dólares, o sea cinco veces más que los magros seis mil millones de dólares autorizados por el FMI. La conclusión de todo esto es obvia: el Tesoro norteamericano, que decide la política del FMI, ha votado la cesación de pagos brasileña, o sea su declaración de bancarrota. Como ocurriera con Argentina.


 


El ojo del huracán


Bien mirado, sin embargo, quien se encuentra orillando la quiebra no es Brasil. Según el corresponsal en Washington de O Estado (12/8), “la imposibilidad de los bancos internacionales para mantener las líneas de crédito para Brasil (obedece) a la situación que enfrentan especialmente en los Estados Unidos”. Para el consultor de la banca de inversión Lehman Brothers, “existe una preocupación muy grande con los bancos debido a las pérdidas que sufren con la crisis en los sectores de las telecomunicaciones y en la energía, y que amenazan arrastrarse y frustrar una recuperación de la economía norteamericana” (ídem). La cotización de la deuda de Ford, por ejemplo, contraída en gran parte con bancos, cayó en un 1% en un solo día, lo que “constituye una variación típica de la deuda de los países emergentes”. Es decir que el ojo del huracán de la crisis brasileña se encuentra en los Estados Unidos. Afectados por sus riesgos crecientes en la metrópoli, los bancos norteamericanos necesitan reducir sus créditos en Brasil. El Banco Central de Estados Unidos, dice O Estado (12/8) “está actuando con dos cabezas: por un lado, está preocupado con Brasil; por el otro y más importante, está mirando al sistema bancario y recomendando la reducción del riesgo”.


Curiosamente, la ayuda en cuentagotas del FMI apunta a dosificar la salida de capitales de los bancos internacionales en Brasil, que de otro modo se transformaría en una estampida. Esto pone al desnudo la causa que hace inviable las operaciones de rescate, que sólo servirían para financiar una fuga imparable de capitales y precipitar la declaración de bancarrota.


 


Contagio argentino


De acuerdo al presidente del BankBoston de Brasil, Geraldo Carbone, los bancos extranjeros están obligados a reducir su exposición en este país, si no quieren terminar en una convocatoria de acreedores (O Estado, 7/8). Esto se debe al crecimiento de la cartera de dudosa cobrabilidad de los bancos. Explica que “como consecuencia de la crisis argentina, el Banco Central de Estados Unidos solicitó que los bancos informasen sobre todas sus líneas de crédito” (o sea, independientemente de que el crédito comprometido haya sido efectivamente otorgado). Lo mismo hizo la banca europea: el Santander decidió reducir en un 31% su exposición crediticia en Brasil (El País, 8/8). De los 154 mil millones de dólares de deuda externa del capital privado en Brasil, la mitad se encuentra en manos de veinte bancos. La bancarrota de Brasil puede detonar el hundimiento de Wall Street; el FMI está actuando, no para salvar a Brasil, sino para que cuando caiga no arrastre a Nueva York.


La huida de la deuda empresarial por parte de los financistas, no atañe sólo a la deuda externa. Los fondos de inversiones, que colocan el dinero en deuda de empresas, tuvieron una salida de cerca de 10.000 millones de reales solamente en el mes de junio, que fueron a parar a los depósitos a plazos en los bancos, lo que provoca una continua desvalorización de los títulos y acciones en poder de los bancos, y por lo tanto una desvalorización del capital de esos bancos. “La renovación de líneas bancarias cayó de 78% en abril a 34% en julio. En el caso de los papeles comerciales la relación pasó de 136% a 11%” (Cronista, 13/8). La deuda pública y privada externa de casi 300.000 millones de dólares se ha desvalorizado en un 40%, lo cual entraña una pérdida patrimonial de capital de 120.000 millones de dólares. En poco tiempo más, de producirse una salida de depósitos de los bancos, Brasil deberá ir al control de cambios y al corralito.


 


El 2003 también


El acuerdo con el FMI autoriza a Brasil a utilizar sus rese rvas en dólares hasta un piso de 5 mil millones de dólares, lo cual libera el uso de más de 10 mil millones. Pero si se gastara esa suma, aquel piso anunciaría el derrumbe financiero. Para colmo, cualquier aumento fuerte de la tasa de interés interna, para incentivar la inversión dentro del país, incrementaría enormemente – como ya ocurre – , la deuda externa en reales, esto debido a que se encuentra indexada al dólar. Sin un giro fuerte en la situación financiera internacional, la suerte de Brasil está echada. “Algunos analistas – dice El Cronista – aconsejaron a los inversores ‘agarrar el dinero y correr hacia la salida’”. O sea que se lleven el dinero del FMI para una cuenta en Suiza, o mejor en Nueva York. Para Morris Goldstein, ex subdirector del FMI, “hay un 70% de probabilidad que en el 2003 Brasil entre en default” (ídem).


 


Lu-la


Es a la luz de esto que debe juzgarse el apoyo de Lula al acuerdo con el FMI, con el argumento de que el dentista puede ser desagradable pero a veces es el único recurso. La solución del FMI prevé la eliminación completa de la dentadura y su reemplazo por una postiza, a la que se podrá acceder sólo por medio de algún préstamo usurario.


Pero el apoyo de Lula al FMI trasciende la odontología. Cuando se examina la función real del módico “apoyo” del FMI, se observa que, si bien no rescata a la economía brasileña ni a los bancos norteamericanos, sí constituye un socorro de “último ratio” para el gobierno de Cardoso. En las vísperas del “paquete” existían fuertes indicios de que Cardoso se vería obligado a anticipar las elecciones e incluso la transmisión del mando. El paquete es el último tubo de oxígeno para aguantar hasta las elecciones. Por eso los asesores económicos de Lula habían anticipado el apoyo, y luego lo hizo el mismo Lula. Esto equivale a un acuerdo de gobernabilidad y a algo más, porque anticipa que el primer paso de un eventual gobierno de Lula será llegar a un acuerdo con el FMI. El paquete ha sido una maniobra política de alcance internacional para condicionar el proceso político brasileño, y en este sentido ha tenido un éxito estruendoso con el apoyo que recibió de parte del PT. Es lo que percibió Grondona de inmediato cuando valoró que con el acuerdo al plan del FMI, el PT había anticipado su completa integración a la banca internacional.


Naturalmente, ahora le espera el destino del Chacho Alvarez.