Brasil: golpismo y proscripciones a derecha e izquierda

Foto: Ex presidente Lula y Guilherme Boulos, candidato del PSOL.

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La intervención militar en la seguridad pública de Río de Janeiro es posiblemente la manifestación más aguda de la descomposición política por la que atraviesa Brasil. La prótesis gubernamental que remplazó al gobierno de Dilma Rousseff, destituida por el Congreso, recurre a manotazos de ahogado para contener una crisis que desborda en todos los planos. El despliegue de las fuerzas armadas con el propósito de combatir el narcotráfico amenaza convertir a Brasil en otro México -en un régimen de violación de derechos humanos, que ha dejado un tendal de 200 mil muertos y asesinatos. Otras numerosas ciudades brasileñas enfrentan situaciones aún peores que las de Río. La militarización es funcional al desarrollo electoral de candidatos de derecha que propugnan un régimen político de estado de sitio.


En el plano económico, la privatización generalizada de sectores estratégicos, impulsada por las denuncias contra el llamado ‘petrolao’ (cometas de Petrobras) y las coimas de Odebrecht, no han creado ninguna onda nueva de inversiones; al contrario, las calificadoras de riesgo han rebajado la deuda brasileña, que equivale a un ciento por ciento de la producción nacional.


Impasse político


Este cuadro de conjunto ha creado un acentuado impasse en la gobernabilidad del país. Los escándalos por corrupción continúan afectando a capitalistas y al personal político. Es lo que ha vuelto a ocurrir con los dueños del frigorífico JBS, el principal productor mundial de carne, y con el mismo presidente Temer, a quien han abierto las cuentas bancarias por orden de la Justicia. La proximidad de las elecciones generales, en octubre, no ha servido como válvula de salida a la crisis, sino todo lo contrario. Esto explica que algunos observadores adviertan de la posibilidad de que sean postergadas, para posibilitar un cambio del régimen político hacia el parlamentarismo. La proscripción de Lula, a quien las encuestas dan ganador en las dos vueltas electorales, no sería suficiente para arbitrar un resultado que complazca al oficialismo y a los llamados ‘inversores’. Lula ha sido condenado en dos instancias, con una pena de 12 años y medio, y enfrenta además varios otros juicios por corrupción. Los círculos gobernantes temen una transferencia de votos de Lula hacia Fernando Haddad, ex presidente del PT y ex intendente de la ciudad de São Paulo -el plan B del lulismo. Una victoria de Haddad instalaría un gobierno Dilma Rousseff bis -una salida política, aunque inocua, inaceptable para el poder actual.


El PSOL


La izquierda de este escenario político, el PSOL, no ha escapado a la crisis, ni tampoco a los métodos golpistas ‘parlamentarios’. El PSOL fue constituido después de que varios parlamentarios del PT fueran expulsados cuando se negaron a votar la reforma previsional, en el primer año del gobierno de Lula, que atacaba derechos de los jubilados del Estado. Ha sido, desde el comienzo, un aparato controlado por políticos liberales de izquierda, donde se cobijó toda la izquierda, en especial la trotskista, que lo defendía políticamente para preservarlo como paraguas electoral y vehículo parlamentario. En las elecciones municipales fue usado también por el MRT (PTS) y hace días fue admitida una escisión del PSTU -el MAIS. Ha abrigado dirigentes de orientación clerical y emigrados tardíos del PT que ejercieron funciones de Estado. En la segunda vuelta de la última elección, en 2014, apoyó la fórmula Rousseff-Temer. Antes de que el segundo se quedara con el sillón de la primera, esa fórmula había acentuado la política de ‘ajuste’ antiobrero y llevado al gabinete a banqueros de la corriente ‘neo-liberal’. Para hacerla corta, el PSOL es una agencia de izquierda del régimen político de Brasil.


Hace un par de días, el PSOL sufrió su propio golpe institucional, pero a repetición. Primero, la ‘Fundación’ del PSOL suscribió un acuerdo político con las ‘Fundaciones’ del PDT, PT y otros, cuyo programa señala la necesidad de hacer “crecer” a Brasil, con una serie de propuestas desarrollistas, casi filo macristas. El recurso a las ‘Fundaciones’ no es caprichoso, porque así se evita la consulta a los militantes de los respectivos partidos. El Frente ya ha sido bautizado de ‘Ciudadano’, y se justifica a sí mismo, como ocurre también en Argentina, como un medio para contener la vulneración de la democracia en Brasil. No plantea, sin embargo, ninguna medida concreta de contención, lo cual es coherente, porque el ejército ya fue enviado a Río bajo el gobierno de Lula -así como fueron Lula y el PT, gobernando en alianza con partidos patronales quien reanudo el ataque a los derechos previsionales que habían iniciado sus predecesores. Lo último que le pasaría por la cabeza al Frente Ciudadano sería oponerse al alto mando militar, que ya dio a entender, por medio de militares retirados, que lo tiene en la mira, incluido un veto a la victoria electoral de un candidato del PT.


Candidato lulista


El segundo episodio golpista vino enseguida, preparado por el anterior. El dirigente del Movimiento de Trabajadores Sin Techo, Guilherme Boulos, un declarado lulista, se afilió al PSOL y fue ungido candidato a Presidente por la mayoría liberal de la dirección, no sin antes recibir un saludo de apoyo político del propio Lula. Enseguida lanzó su propio programa -del mismo corte desarrollista que presentaron las ‘Fundaciones’. La intención de Boulos es convertir al primer turno electoral en unas Paso con el candidato que designe el PT en el lugar de Lula. La maniobra es apoyada por los partidos patronales del Frente Ciudadano, y contaría con la presencia de candidatos del PC do Brasil y de los Verdes. Nada de esto significa que quedarían apartados del emprendimiento otros conocidísimos políticos patronales. Por ejemplo, Ciro Goméz, ex gobernador de Ceará, y Renato Calheiros, del PMDB y promotor del ‘impeachement’ contra Dilma, han acompañado a Lula en sus giras políticas.


Es claro que la estructura política brasileña se está reacomodando a puro golpe, pues no soporta el impacto de la crisis y la dislocación política y social de la cual es responsable. El trotskismo del PSOL ha reaccionado a estos dos tortazos seguidos con mucho enojo, pues pretendía que el PSOL fuera a los comicios con otro candidato, Plinio de Arruda Sampaio, un académico de prestigio, que denuncia la corrupción y el entreguismo de los gobiernos de Lula y Dilma, y se presenta como independiente, pero no se inscribe en una corriente organizada, ni tampoco de lucha de clases. El sábado próximo deberá resignar su vocación frente al golpismo compartido de Lula, Boulos y la dirección del PSOL.


¿Qué harán los trotskistas del PSOL, tanto los que se afilian al FIT de Argentina, como aquellos que responden a la Izquierda para el Cambio? Han llegado al final de un largo camino oportunista, enfocado en una construcción política a la sombra de la pequeña burguesía parlamentaria. No tienen espacio ni para retroceder. Lo más probable es que peleen una tajada en las listas para el Congreso y Municipios. No tienen derecho al pataleo, porque han cavado, con especial cuidado, su propia fosa. 


Conclusiones


Las elecciones de octubre están planteadas, por parte del régimen político, como un medio para legitimar, con el voto, el golpe que desplazó a Dilma -una suerte de macrismo ‘post festum’. La incertidumbre acerca de poder alcanzar este propósito anuncia tentativas de nuevos golpes. Ninguna fuerza política de izquierda en Brasil desarrolla esta posibilidad o prevé crisis políticas todavía más severas; va a las elecciones con un cálculo electoral. La crisis en el PSOL está viciada por esta ceguera -nadie advierte a las masas que el régimen político tiene su propio plan B, que es un armado electoral que le asegure la continuidad. Entre lulistas y anti-lulistas hay solamente una pelea electoralista. 


Tenemos que discutir la situación brasileña y la política de la izquierda, tanto de la democratizante, como de la que se pretende revolucionaria. Los brasileños llaman “efecto Orloff” a la resaca que sufren Brasil o Argentina después que alguno de los dos países hubo entrado, primero, en una crisis política.