Brasil, la gran burbuja

La petrolera brasileña, Petrobras, acaba de realizar una emisión de acciones por 67 mil millones de dólares, lo cual lleva el valor de su capital a 220 mil millones, apenas por debajo del que ocupa el primer lugar en el ranking internacional, la norteamericana Exxon. Esta suscripción de capital ha convertido a la Bolsa de San Pablo en la segunda más transada del mundo, detrás de la Hong Kong. Lula, que se hizo presente en la subasta de las acciones, se felicitó delante de los inversores por haberse convertido de un cuco del capitalismo en “el honrado partícipe del momento más auspicioso del capitalismo mundial” (La Nación, 25/9). Los valores morales del presidente brasileño han ido retrocediendo a medida que el valor bursátil de las empresas ha ido subiendo.

¿Significa esta operación de Petrobras que Brasil marcha a velocidad de crucero a integrarse a las llamadas economías desarrolladas? Es lo que cree la candidata de Lula, Dilma Roussef, que acaba de decirle al Financial Times (6/9) que “el petróleo es el ‘pasaporte’ de su país para alcanzar un status mundial”. Aunque la operación refuerza, en realidad, la condición de Brasil como exportador de materias primas, el gobierno brasileño ha prometido que las inversiones físicas que deberá realizar la petrolera serán encargadas a la industria nacional, o sea que es presentada como un aspecto de la industrialización. El contraste, al menos, con lo ocurrido con la argentina YPF, que había logrado el autoabastecimiento energético cuando Petrobras debía importar el 90% del combustible es absolutamente abismal.

Bien mirada, sin embargo, la capitalización de Petrobras representa, antes que nada, una renuncia de Brasil al ejercicio soberano de sus nuevos descubrimientos petroleros, más allá de una barrera de sal que se encuentra a partir de los dos mil metros de profundidad. Hace dos años, Lula había asegurado que las nuevas reservas iban a dar lugar a la creación de una empresa exclusivamente estatal, que se haría cargo de licitar los permisos de explotación a cambio de una regalía. La semana pasada, en cambio, Brasil entregó esas reservas a Petrobras a cambio de nuevas acciones en la compañía. El resultado es que el Estado brasileño aumentó su participación en Petrobras al 48% -el 52% restante está en manos privadas, fundamentalmente fondos de inversión de los Estados Unidos. El Estado ha cedido la certificación de las reservas a un grupo con mayoría privada y el cobro de regalías es suplantado por los dividendos que decida Petrobras sobre las ganancias declaradas. Petrobras queda a cargo de la operación de los yacimientos descubiertos, aunque con una participación exterior de capital que puede llegar al 70%. Petrobras no solamente deberá compartir las ganancias con sus socios, sino que éstos harán valer esta condición para asegurarse la provisión de los servicios tecnológicos -que son los más rentables del negocio petrolero. Hay que hacer la salvedad, sin embargo, de que los servicios tecnológicos de Petrobras se encuentran entre los más reputados del mundo.

Conclusión: el Estado ha cedido soberanía a los pulpos privados internacionales y se ha convertido en un cobrador de los dividendos que se dispongan.

Como las reservas petroleras cedidas por Brasil fueron valuadas en 42 mil millones de dólares, una valuación incierta, realizada por auditores de Petrobras, que está basada en cálculos de extracción similares a los que provocaron el catastrófico derrame del Golfo de México; la ampliación de capital en dinero quedó reducida así a 25 mil millones de dólares. Muchos inversores con acciones de Petrobras han suscripto la ampliación para evitar que se desvaloricen sus tenencias. El plan de inversión requerido para la extracción submarina, en cinco años, es de 224 mil millones de dólares. Esta exigencia de endeudamiento explica la baja cotización de la acción, que “ha caído un cuarto este año, la peor actuación de una petrolera integrada de petróleo y gas globalmente. Se vende a descuento respecto a sus pares”. Petrobras está pagando a sus accionistas mayoritarios un precio alto por un acceso a los yacimientos de aguas profundos técnicamente muy difícil (Financial Times, 24/9). El “socio mayoritario” es el Estado, que ha recibido por las reservas un precio que, se juzga, es un 25% mayor al que corresponde.

El atractivo principal de la operación reposa en las ultra bajas tasas de interés que deben pagar los inversores para suscribir esta ampliación de capital, debido a la emisión de moneda de los bancos centrales para rescatar a bancos y empresas. En el caso de los capitales locales, fueron generosamente subsidiados por el Banco de Desarrollo de Brasil; o sea que no hay capital nuevo, estrictamente, sino un desvío de los capitales públicos o financieros internacionales. Los inversores apuestan a una suba de la cotización de las acciones y, por sobre todo, a la certeza de que el Banco de Desarrollo tiene el dinero suficiente para salir a comprarlas en caso de una caída. Se trata de una inversión subsidiada y con seguro contra default. Es un capital volátil. Se trata de una apuesta especulativa a la suba del precio del petróleo, con mayores garantías que las que ofrece un contrato de compra futura del combustible.

El costo de extracción de los nuevos pozos se ha estimado en unos 35 dólares el barril, siete veces por encima de un pozo saudita. La rentabilidad de la explotación dependerá de un precio estable del barril por encima de los 100 dólares. La inversión financiera en Petrobras es, sin embargo, muy lucrativa, porque la ampliación de capital reduce el peso de sus deudas con relación al patrimonio y porque da margen para contraer deudas en forma masiva, lo cual eleva el rendimiento de la acción (que es el capital). Es atractiva también porque supone una tendencia firme a la devaluación del dólar y al consiguiente aumento de los precios de las materias primas. Sin embargo, una suba de tasas de interés (provocada por la devaluación del dólar), o una caída del precio del petróleo (que sería consecuencia de una mayor recesión industrial) pondría a todo este negocio en una situación de bancarrota. La Bolsa de San Pablo ha pasado a ser una super-timba. Una fuga de capitales de aquí arrastraría a la economía brasileña al abismo.

La consecuencia inmediata de la entrada de dinero extranjero para participar de la ampliación del capital de Petrobras ha sido una mayor valorización de la moneda brasileña, el real. El perjuicio que esto ocasiona al comercio exterior de Brasil es manifiesto, en especial en el relacionado con la industria. La valorización del real produce asimismo una valorización de los valores bancarios e inmobiliarios y una acentuación, por lo tanto, de la especulación en estos rubros. El afán de privilegiar a Petrobras frente a sus competidoras extranjeras ha provocado una acentuación del endeudamiento extranjero de Brasil y de la especulación financiera. Es así que el ministro de Economía de Brasil salió a denunciar “una guerra monetaria” contra el país, que su propio gobierno ha promovido con esta operación adornada como industrial, pero esencialmente financiera. Sin la devaluación del dólar no habría “guerra monetaria”, pero en tal caso tampoco hubieran reunido el dinero para financiar la ampliación de la petrolera.

Lula les ha dejado a los brasileños una bomba de tiempo. No es casual que su pollita electoral haya comenzado a hablar de ‘austeridad’ en plena campaña.