Brasil: la huelga de Petrobras, una pulseada estratégica


Los trabajadores de Petrobras se encuentran en huelga por tiempo indeterminado desde hace más de diez días, en defensa de sus condiciones de trabajo y contra una venta de activos que profundizaría la privatización de la compañía. La medida, lanzada por la Federación Nacional de Petroleros (FNP) y a la que se han ido sumando sindicatos enrolados en la Federación Unica de Petroleros (FUP, ligada a la central oficialista CUT), ha provocado recortes en la producción de gas y de al menos un 13% en la producción diaria de petróleo. Por su envergadura, constituye la mayor huelga desde 1995, cuando hubo un paro de 32 días.


Se trata de una pulseada estratégica, donde los trabajadores intentan terciar en el futuro de una de las principales compañías del país. En un comunicado, una de las federaciones ha denunciado “los cortes de inversión, la venta de activos, la interrupción de las obras y la paralización de proyectos” (O Globo, 5/11). Esta venta de activos, que forma parte del Plan de Negocios y Gestión 2015-2019, sería de 57 mil millones de dólares (Clarín, 3/11). Los trabajadores reclaman también un aumento salarial por encima de la propuesta de la patronal, rechazan los despidos masivos de personal tercerizado, y denuncian las condiciones inseguras de trabajo que se han cobrado la vida de 19 obreros en lo que va del año (ídem).


Para tratar de quebrar la huelga, el gobierno ha apelado al amedrentamiento de los huelguistas con la Policía Militar y a todo tipo de presentaciones judiciales contra los piquetes de huelga. Los planes de contingencia (reemplazo de huelguistas por personal no calificado) aplicados por la empresa para acotar el impacto de la huelga son temerarios porque carecen de normas elementales de seguridad.


El gobierno de Dilma Rousseff, que presume de progresista, ha salido a defender la política privatista de venta de activos de Petrobras, señalando que es el único modo de sanearla frente a la devastación causada por las revelaciones de sobrefacturación de obras (Petrolao” o “Lava Jato”), que forma parte a su vez de la gigantesca crisis política e institucional que podría acabar con el gobierno de Dilma. El gobierno sigue con atención el desarrollo de la huelga y teme su propagación.


En un cuadro de crisis económica y de ajuste que incluye un fuerte recorte del gasto público, una devaluación monetaria y un aumento de la desocupación, el movimiento obrero brasileño ha protagonizado durísimas luchas defensivas, por ejemplo contra los despidos en las automotrices, que se han sellado en general con el freno de las dimisiones pero, al mismo tiempo, con la apertura de retiros voluntarios.