Brasil: lo que se viene

La candidata oficialista (del gobierno de Lula) Dilma Roussef ha superado, en las encuestas electorales, el 50% de las intenciones de voto, lo que anticiparía una victoria ya en el primer turno de octubre, como sucedió en 1998 (cuando el derechista Fernando Henrique Cardoso derrotó a Lula). La candidatura “opositora” de José Serra (PSDB) ha descendido a porcentajes en torno del 30%, después de haber superado el 40% en los meses precedentes. En sus últimos programas de TV, Serra prefirió mostrarse en viejas fotografías al lado de… Lula. Se anticipa también un aumento significativo de la bancada parlamentaria del PT (tanto en la Cámara como en el Senado), aunque sin mayoría propia. El panorama electoral le es tan favorable, que Lula se empeña ahora en forzar un segundo turno en las elecciones para gobernadores en los estados de San Pablo y Minas Gerais, bastiones tradicionales de la oposición, y en Rio Grande do Sul, gobernado por el PSDB en los últimos años.

El proceso electoral es el más despolitizado que se pueda concebir: una gran cantidad de ex futbolistas, artistas de variedad, cómicos de TV y hasta modelos eróticas de revistas “masculinas” (prostitutas de alto precio) se presentan en las listas de todos los partidos (los que se libraron a una verdadera caza de este tipo de especímenes), varios(as) con grandes chances de ser elegidos diputados o senadores.  El circo electoral, esta vez, precede claramente al circo parlamentario.

Las explicaciones de los analistas sobre el “fenómeno Dilma” (la transferencia de los votos de Lula a ella) apuntan básicamente a cuestiones económicas: la relativa “suavidad” de la crisis mundial en Brasil (algo con lo que los cuatro mil despedidos de la Embraer, por ejemplo, no estarían de acuerdo) y los programas sociales (“Bolsa Familia” y otros) que habrían obrado como un “colchón” para la demanda interna. Esos programas, que no consumen más que 0,4% del PBI, fueron financiados por las exportaciones primarias y las “sobras de caja” fiscales de 2002-2008.

Las causas del “fenómeno”, sin embargo, son principalmente políticas. La oposición (PSDB y aliados) no tiene un programa alternativo: el programa de la burguesía y el capital financiero fue ejecutado por Lula en sus ocho años de gobierno -que contó con más representantes directos del gran capital de toda la historia republicana del Brasil. La recaudación de fondos (empresariales) para la campaña electoral de Dilma es el doble (casi cien millones de dólares declarados) que la de Serra. La candidatura “ecológica” (PV) de Marina Silva, ex ministra de Lula, con 8-10% de las intenciones de voto, “comió” votos a la izquierda (Heloísa Helena, del PSOL, la apoya explícitamente) y también a la derecha, captando votos “ambientalistas” conservadores.

A pesar de que las políticas de Lula favorecieron al gran capital financiero, la izquierda (“a la izquierda del PT”) tampoco es una alternativa, pues se dividió en torno de cuestiones electoralistas (“densidad” o “perfil” de las candidaturas) y de aparato, no de programa ni de políticas, y en sus tres expresiones tomadas mínimamente en cuenta (PSOL, PSTU y PCB) ni siquiera critica al gobierno de Lula en su propaganda electoral televisada. Se limita a proponer algunas reivindicaciones generales (a veces secundarias) y el “socialismo”, como si estuviera en otro país. En los debates de la TV, sólo Plinio de Arruda Sampaio (candidato presidencial del PSOL) criticó a Lula, una actitud más personal que de su propio partido.

Ninguna de las tres expresiones de esa izquierda llega al 1% de las intenciones de voto.

No es una cuestión coyuntural, que sería rápidamente superable. Es la culminación de tres décadas (desde la fundación del PT) de culto a la maniobra de corto alcance y de privilegio a la construcción del aparato (o, mejor, del aparatito) propio. Importa a esas corrientes sobre todo la manutención, por vía sindical o institucional, del flujo de dinero que financia a algunas centenas de “profesionales de la revolución (democrática)”, deformación grotesca del concepto leninista, que sirve de ideología al diletantismo lumpen “de izquierda”. La “extrema izquierda” brasileña, que llegó a presentarse como punto de reagrupamiento internacional, está reducida a la insignificancia política. Lula no tiene competidores a su izquierda.

No pocos analistas hablan de “mexicanización” del país, con el PT haciendo el papel de un PRI, como un títere de Lula. Este, a su vez, está totalmente alejado del PT (del que Dilma jamás participó). El gobierno de una camarilla bonapartista; sin embargo, sumado al retroceso de la oposición, amenaza transformar al PT y a la coalición lulista en un campo de batalla por el control del presupuesto estatal, que se encuentra menguado debido a la crisis mundial (esa que, según la “izquierda”, todavía “no llegó” al Brasil). El déficit en la cuenta corriente del país tendrá un récord histórico este año, la deuda externa ha crecido casi 14% en el primer semestre, durante el cual la fuga (oficial) de capitales ha superado los 15 mil millones de dólares. El PSTU, sin embargo, comienza su programa afirmando que… ¡“la crisis económica acabará alcanzando al Brasil”! (sic).

Frente a la perspectiva de una debacle económica, el programa (mejor, el expediente) de la burguesía brasileña es el mismo que el del gobierno (por eso prefiere no cambiarlo): la entrega sin precedentes de los recursos energéticos, a través de la “capitalización” de Petrobras, “argentinizando” más que “mexicanizando” al país; o sea, transformándolo en una semicolonia de exportaciones primarias. El movimiento de masas (con sus organizaciones hiper-burocratizadas) no consigue superar su largo retroceso (el Conclat de la izquierda sindical sumó un nuevo fracaso en ese sentido): la reconstitución de una izquierda revolucionaria es esencial para dotarlo de una perspectiva de lucha independiente.