Brasil: un gobierno sin base, una izquierda sin rumbo

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Que las relaciones entre las clases han cambiado en Brasil después de las grandes movilizaciones de junio y julio pasados lo demuestran los “rolezinhos”, en que jóvenes que habitan en la periferia de las grandes ciudades invaden los shoppings centers de los barrios “exclusivos” para hacer barullo con música funk a todo volumen. Hace no más de un año, semejante manifestación hubiese dado lugar a una violenta represión policial; hoy, se han transformado en parte del cotidiano urbano. Son, en general, manifestaciones despolitizadas. Más politizado, pero minoritario, es el movimiento Não Vai Ter Copa (contrario al Mundial de fútbol), que convoca a manifestaciones callejeras, muy reprimidas por la policía. El gobierno del PT hizo aprobar al respecto una nueva “ley antiterrorista”, comparada por juristas con los peores mamarrachos represivos de la dictadura militar.

Los “colectivos” que pululan en Brasil con esas iniciativas son “independientes”, con alguna ideología anarquista (contra la participación electoral por principio, por ejemplo). Simultáneamente, acontecen importantes huelgas (petroleros y barrenderos de Río, choferes de Porto Alegre, bancarios) en sectores con sindicatos pelegos -burócratas- (CUT o Fuerza Sindical) o casi sin organización (barrenderos). Las oposiciones sindicales (en que la izquierda juega un papel real) son las responsables por esos movimientos, que, en general, permanecen aislados del resto de la clase obrera y de los movimientos juveniles.

Frente a las elecciones generales, la izquierda va dividida, bajo el manto de un discurso “unitario”. El PSOL es una federación de tendencias y sufrió una hemorragia militante en favor de Marina Silva (ex ministra y candidata del ecoevangelismo). Ahora ha lanzado la candidatura 100% capitalista del senador Randolfe Rodrigues, una excrecencia de la política oligárquica del estado de Amapá. Con eso y a pesar de eso, y de mucho más, el PSTU le ha lanzado (continúa a haciéndolo) propuestas unitarias con el único objetivo de tallar unos votitos más para su propio candidato, el dirigente de la Conlutas (minicentral sindical de izquierda), Zé Maria. El PCB, a su vez, lanzó la candidatura aparatesca y testimonial de un profesor desconocido. Y todos, claro, hablan de “unidad de la izquierda”. No faltan, por otro lado, quienes califican a los jóvenes que manifiestan contra la Copa y sus gastos faraónicos como “instrumentos de la derecha” (sin hablar de la superexplotación de los albañiles que construyen los estadios, ya con siete muertos).

El divorcio de la izquierda con los movimientos de lucha, el mayor desde el fin de la dictadura militar, remonta a las “jornadas de junio”, que, en principio, ignoró. Cuando, tardíamente, se sumó a la juventud en lucha, no lo hizo bajo consignas antigubernamentales e inclusive lo hizo organizando columnas en común con el PT (o sea, con el gobierno). Ahora lo único que tenemos es una integración mayor a la política burguesa (PSOL y los ex PSOL que están con Marina Silva) o una insistencia en la autoconstrucción y autoproclamación sectaria (PSTU, por nombrar al único que posee una relación real con la vanguardia obrera).

Pero el desgaste del gobierno continúa. La perspectiva de un derrumbe económico está en el horizonte: el gran capital financiero “vota con los pies” (se raja cada vez más) pese a que el gobierno satisface todas sus exigencias (lucros récord para el sector financiero). Una parte de la coalición gubernamental ya abandonó el barco (el PSB, que se unió a los tránsfugas comandados por Marina Silva). La novedad, ahora, es que el PMDB, dueño del mayor bloque parlamentario (y del mayor número de gobernaciones y municipios) está amenazando salir de la base política del gobierno (ya redujo de 16 cinco sus alianzas con el PT en los estados). Y no es misterio que el planteo del PMDB, para mantener la alianza nacional con el PT, es tallarse la parte del león de un futuro gobierno de Dilma Roussef.

Osvaldo Coggiola