Brasil: un tercer mandato aún más capitalista

Con el 56% de los votos válidos emitidos, Dilma Rousseff derrotó a José Serra -las abstenciones (21,5%), los votos en blanco (2,3%) y anulados (4,4%) sumaron 28,2%, un récord histórico. La “urna electrónica” dificultó el voto en blanco o nulo, porque hacía aparecer en la pantalla, en esos casos, la indicación “voto equivocado”, o sea que inducía al voto por algún candidato. Considerada la totalidad del padrón electoral (136 millones), la votación de Dilma fue del 40,1% y la de Serra, 31,7%.

La votación del PT fue inferior a la obtenida por Lula en las dos elecciones presidenciales precedentes (2002 y 2006), cuando fue superior al 60%. En relación con el primer turno, Dilma consiguió la transferencia de menos de ocho millones de votos ajenos -Serra, de once millones. Una mayoría del electorado de Marina Silva (del pseudo ecológico PV), que totalizó el 20% de los votos válidos en el primer turno, votó por Serra. El PSDB venció en las elecciones para gobernador en ocho estados, con casi el 48% del electorado. Venció, incluso, en el pobre y conflictivo estado de Pará, cuyo gobierno (del PT) libró, en los cuatro años precedentes, una miniguerra civil contra los campesinos sin tierra, con varios activistas agrarios asesinados.

El PT progresó en diputados nacionales, con 88 escaños, consolidándose como primera minoría de la Cámara, sobre un total de 530. En el Senado, la primera minoría continuó en manos del PMDB, aliado del PT (situado políticamente a la derecha del PSDB). El PMDB buscará ahora controlar el poder legislativo, sumándolo a la vicepresidencia del país (com Michel Temer, vice de Dilma), perfilándose como eje hegemónico del régimen político, pese a no haber enfrentado la elección presidencial.

La victoria del PT no dio lugar a una movilización política callejera o a grandes manifestaciones de júbilo: sólo se juntaron algunos miles en la Avenida Paulista (San Pablo), gracias a la presencia de artistas profesionales, y unas pocas centenas de personas en las calles de Brasilia. Las manifestaciones en Bahía (Salvador) y Río de Janeiro deben ser adjudicadas al calor y a la vocación carnavalesca de esas ciudades. El pueblo no vivió la victoria de Dilma como un triunfo popular.

El Hecho Bendito del País Obrero

Las especulaciones periodísticas luego de los comicios han girado en torno a la composición del gabinete (cuyo loteo ya es objeto de una guerra entre bastidores) y, sobre todo, en torno a la capacidad real de gobierno de Dilma -si gobernará con pulso propio o será un títere de Lula (el derechista O Estado de Sao Paulo tituló “La Victoria de Lula”). La discusión pone de manifiesto el temor a un vacío político: el imaginario político que construyó Lula, en la clase obrera y entre las masas agrarias y del nordeste, se vacían ahora en el molde de un gobierno de burócratas. Como dijo alguien, a cualquier sucesor de Lula le falta el dedo que éste se cortó manejando un torno cuando era obrero metalúrgico.

La izquierda del PT tampoco podría sustituir el rol de Lula, dedicada como está a disputar cargos y sinecuras. Dilma, sin embargo, viene con un programa definido: ‘enfriar’ la economia ‘recalentada’ por la especulación financiera y utilizar aun los recursos del Banco de Desarrollo para financiar obras de infraestructura, las que están monopolizadas por la patria contratista. En este negocio pretende comprometer a los países de la Unasur. Asimismo, contempla reforzar la alianza con Estados Unidos en los proyectos energéticos, en especial los referidos a los biocombustibles. Mientras tanto, la enorme revalorización del real ha creado un déficit de pagos internacionales extraordinario, que se suma al déficit fiscal. No es casual que Rousseff reponga en el gobierno al ex ministro de Economía de Lula, quien piloteó la alianza del PT con el capital financiero.