Brutal represión contra el pueblo palestino

Al gobierno sionista no le importó que los comandos que ejecutaron los atentados ‘suicidas’ en las últimas semanas hubieran partido de localidades de Cisjordania que aún están bajo control de su ejército: igualmente emprendió una represión brutal contra la franja de Gaza, con la colaboración de la policía de Arafat, allanando mezquitas, escuelas, centros de salud y deteniendo a más de 500 palestinos. Asimismo, cerró el paso de los palestinos hacia territorio israelí y entre Gaza y las poblaciones de Cisjordania, confinando en un gigantesco ghetto a millones de personas. Esta represión ha creado una situación de hambre en Gaza, al punto que la ONU dice que “las reservas de alimentos se están agotando y que está considerando una distribución de emergencia” (La Nación, 12/3).


A pesar de la disposición de Arafat de secundar ciegamente la persecución sionista contra su propio pueblo, el gobierno de Peres (y, al parecer, el de Clinton) no está satisfecho: quiere el desmantelamiento de todas las organizaciones sociales o de beneficiencia que pudieran estar dirigidas por el grupo Hamas, proscribir a la organización, encarcelar a sus líderes, es decir, convertir a los territorios ‘autónomos’ en una gigantesca cárcel. El planteamiento descarado de esta política criminal tiene lugar cuando los analistas políticos del Medio Oriente coinciden, por unanimidad, sean sionistas o palestinos, en que la inmensa mayoría del movimiento Hamas es partidaria de integrarse al ‘proceso de paz’ y que la “tregua más prolongada de la historia del conflicto árabe-israelí” (Jerusalem Post, dixit) fue rota por el gobierno de Peres al asesinar al líder de Hamas, apodado el Ingeniero, el 5 de enero pasado.


La crisis actual y la guerra sin cuartel desatada por el sionismo no tiene nada que ver con los atentados, sino con una escisión interior del ‘establishment’ sionista respecto al ‘proceso de paz’ —una escisión a la que el asesinato de Rabin de ningún modo puso fin. De un lado, está la derecha sionista que quiere ‘congelar’ el ‘proceso de paz’ y que no está dispuesta a levantar los asentamientos de colonos en los llamados territorios ocupados. Pero lo más importante es la actitud del ejército, cuyos principales jefes están obstaculizando un acuerdo general con Siria, a pesar de que el gobierno sirio ya declaró su disposición a establecer embajadas y relaciones económicas en un futuro acuerdo de paz.  La dirigencia militar reclama concesiones territoriales de Siria en los altos del Golán y no acepta que la seguridad en la frontera sirio-israelí sea garantizada por Estados Unidos. La posición del ejército tiene paralizado al gabinete de Peres.


Es por todo esto que Clinton se ha visto obligado a montar una conferencia internacional que, convocada ‘contra el terror’, está dirigida a salvar al gobierno de Peres y a neutralizar la presión de sus militares. No es necesario reunir a una veintena de jefes de Estado contra Hamas; sí es necesario para que el ejército sionista acepte un tratado de paz con Siria con garantías internacionales. Clinton ha tomado esta iniciativa para salvar su política exterior de los embates del alto mando israelí.


El precio de la operación de rescate del moribundo gobierno de Peres, lo habrán de pagar los palestinos, a quienes se les pretende imponer mayores restricciones a su ‘autonomía’ en nombre de la lucha ‘contra el terror’ o de la ‘salvación de la paz’.


La creciente descomposición del sionismo se ha transformado en el factor más importante de la crisis en el Medio Oriente.