Bush está lanzado a la guerra

Declaremos la guerra al imperialismo

Los contingentes de tropas norteamericanas, británicas y australianas, y el dispositivo militar necesario para atacar a Irak estarán listos –según la prensa–, a mediados de febrero o, más probablemente, en la última semana del mes.


La necesidad de completar el desplazamiento militar, que se sumaría a los miles de soldados y toneladas de equipos y armas que ya se encuentran en la región, explica la resolución de Bush de alargar “por unas semanas” el trabajo de los inspectores de la ONU en Irak y el operativo diplomático para respaldar la invasión con una nueva resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.


Ya ha comenzado una frenética campaña de “presión diplomática” –es decir, de chantaje– para lograr que, en apenas una quincena, el Consejo de Seguridad vote una resolución que apruebe la invasión. En esta carrera, Estados Unidos ya aprobó “donaciones” de varios millones de dólares a favor de Guinea y de Angola, miembros del Consejo de Seguridad. En el mismo camino, para ganarse el voto ruso, Estados Unidos incluyó, por pedido de Moscú, tres grupos chechenos en la “lista negra” de “organizaciones terroristas internacionales”. Un diplomático norteamericano aseguró que “en dos semanas”, Estados Unidos tendría los votos necesarios para aprobar una resolución de guerra (Página/12, 1/2). Fuentes británicas aseguran que a la hora de la votación, sólo Siria y Alemania se abstendrían.


“Los países más pobres –reconoció–, son los más vulnerables”. Rusia, Francia y China son los que obtendrán mayores “compensaciones” para no ejercer su derecho a veto en el Consejo de Seguridad, entre las cuales se cuentan jugosas concesiones petroleras en el Irak ocupado por los norteamericanos.


En esta dirección, el imperialismo norteamericano obtuvo una victoria importante al lograr que ocho países de la Unión Europea –algunos, miembros plenos como Gran Bretaña, España, Portugal, Italia y Dinamarca, así también como algunos “candidatos” como Polonia, Hungría y la República Checa– votasen una resolución conjunta de apoyo a una invasión de Irak por parte de Estados Unidos. Otros dos “candidatos” a la UE, Lituania y Letonia, han hecho saber que respaldan plenamente la declaración. La redacción y la publicación de esta declaración fue hecha de manera tal de causar el mayor daño político a la Unión Europea: ni Francia, ni Alemania, ni la presidencia griega de la UE fueron consultados y sólo se enteraron de su existencia por los diarios. Estados Unidos y Gran Bretaña están desafiando a Francia y Alemania en su propio terreno.


Estas dos semanas le servirán también a la diplomacia norteamericana para reforzar la presión sobre Turquía –cuyo concurso es vital para la invasión del norte iraquí– para forzarla a ampliar el “cupo” de tropas de la infantería norteamericana que está dispuesta a aceptar en su territorio. Los norteamericanos querían desplazar alrededor de 80.000 soldados y los turcos aceptaron “solamente” 15.000 (además del uso irrestricto de su espacio aéreo y sus aeropuertos). Pero fue precisamente Turquía la que esta semana dio señales de que la guerra es “inevitable” al desplazar gruesos contingentes de tropas hacia la frontera con Irak. Del otro lado de la frontera, según reconoció el propio Pentágono, ya se encuentran operando “unidades especiales” del Ejército norteamericano.


El diseño diplomático y militar de la invasión pone en evidencia que en la lucha interna de las camarillas de la Casa Blanca, la fracción democratizante encabezada por el canciller Powell y el alto mando militar del Ejército y la Marina han logrado prevalecer sobre los “halcones” Rumsfeld y la burocracia política del Pentágono. Estos últimos sostenían un plan de guerra “rápido y ligero”, basado en los bombardeos masivos y el uso de unidades de élite aerotransportadas, altamente tecnificadas pero numéricamente reducidas. Esta orientación fue rechazada por el alto mando militar por los obvios peligros que implicaba e impusieron un plan de guerra que plantea un masivo desplazamiento de tropas y equipos militares pesados. Para este desplazamiento era necesario tiempo, algo que según el especialista norteamericano Edward Luttwak (El País, 8/1), Powell logró gracias a las negociaciones en la ONU y al envío de los inspectores de armas.


Retrospectivamente está claro –como dijimos en Prensa Obrera en ocasión de la votación de la resolución de la ONU sobre los inspectores que, se decía “alejaba la guerra”– que “la perspectiva de una guerra en Medio Oriente no depende del tenor de una resolución sino de la crisis explosiva de la región, que refleja una agudización de la crisis económica y política internacionales. La resolución de la ONU no altera los objetivos políticos del imperialismo norteamericano en la región: la monopolización de la riqueza petrolera iraquí y la completa reorganización política de la región en función de sus propios intereses (…). Esta crisis de conjunto, en la que se enfrentan además los intereses contradictorios de Estados Unidos, Francia, Rusia y, crecientemente, China, plantea la perspectiva de un estallido bélico en Medio Oriente como vía para resolver una impasse que se ha revelado intratable e insoluble por la vía ‘diplomática’ (Prensa Obrera, 14/11/02).


 


Una salida bárbara


Aunque la resolución de la invasión ya está tomada, una parte del ‘establishment’ norteamericano –que se expresa a través de la prensa–, manifiesta abiertas preocupaciones.


Sostiene que Estados Unidos va a la guerra con una economía en recesión y al borde de la deflación, con una grave crisis fiscal y las finanzas de los Estados de la Unión en ruinas, en el cuadro de un derrumbe bursátil que está lejos de haber terminado, de grandes quiebras, con el dólar “al borde de un precipicio”, con una deuda externa y un déficit comercial en un aumento imparable, con fugas de capitales europeos, japoneses y árabes de los Estados Unidos, con una creciente pauperización interna (el número de personas, incluso ocupadas, que dependen de la asistencia social, estatal o de las ONG para comer se ha triplicado en los últimos dos años) y en el cuadro de un estancamiento económico mundial que agrava las tensiones monetarias, comerciales y financieras mundiales.


Pero es precisamente el sistemático fracaso del gran capital en encontrar una salida “económica” a la crisis capitalista mundial –por medio de la recolonización de los países atrasados, la especulación financiera, las privatizaciones y las fusiones, la restauración capitalista en Rusia y China, y la liquidación masiva de conquistas sociales de las clases obreras de todo el mundo– lo que empuja al capitalismo por el camino de la guerra, para buscar en ella la “salida” que los medios “normales” de opresión se han demostrado incapaces de encontrar.


Esa es la experiencia histórica: la guerra es, a la vez, la consecuencia de la crisis capitalista que empuja a la humanidad por el camino de la barbarie y el intento de encontrarle una salida, también bárbara, a la crisis.


La dominación del petróleo iraquí, la reorganización política y económica del Medio Oriente en función de los intereses norteamericanos, la dominación de estas vastas regiones y del Asia Central, con sus riquísimos recursos energéticos, encerrar con un círculo de acero a Rusia y China para completar el proceso de la restauración del capital, doblegar a sus rivales capitalistas en Europa y Asia, reforzar los aparatos represivos y de espionaje contra las propias masas norteamericanas: ésta es la “salida” que el imperialismo espera montar a través de la guerra contra Irak.


 


Abajo la guerra. Abajo el imperialismo


En la misma medida en que se acerca la guerra, crecen las movilizaciones contra ella. El pasado 18 de enero, millones de jóvenes y trabajadores se movilizaron en todo el mundo –y en los propios Estados Unidos– contra la guerra. En el movimiento sindical norteamericano, un grupo de sindicatos ha formado USLAW (Movimiento sindical norteamericano contra la guerra), denunciando que la guerra contra Irak sirve de pantalla a la guerra que lleva adelante el gobierno de Bush contra las conquistas sociales de los trabajadores norteamericanos y que una victoria militar reforzará esos ataques. En numerosas ciudades, los consejos municipales votan resoluciones contra la guerra.


La raíz de la guerra es la crisis mortal del capitalismo. Para derrotarlo hay que convertir esta guerra de opresión en una lucha de liberación de los pueblos del mundo, utilizando las violentas crisis políticas y económicas que provocará –en Medio Oriente, en América Latina, en Europa y en los propios Estados Unidos– para hacer avanzar la causa de la revolución social dirigida por la clase obrera. Sólo el derrocamiento del imperialismo y de la dominación social históricamente agotada de la burguesía podrá acabar con la guerra; con ésta y con todas.


Una victoria imperialista en Irak significará más hambre, más opresión y más represión. Fortalecerá a los enemigos de los trabajadores. Le dará más armas a Duhalde para enfrentar a los piqueteros, a los obreros que luchan contra los despidos, a la juventud y al pueblo explotado. Nuestra lucha es contra el imperialismo internacional: luchamos por el desconocimiento de la deuda externa, por la expropiación de los bancos, por expulsar del poder a sus títeres. La movilización por derrotar la invasión imperialista a Irak es parte indisoluble de esta lucha.


Fuera el imperialismo de Irak, de Medio Oriente, de América Latina y de Argentina. Es la hora de movilizarse.