Bush sabía

Bush reconoció que fue informado a principios de agosto de que Al Qaeda tenía planes para secuestrar aviones comerciales norteamericanos; agencias locales del FBI informaron a sus superiores acerca de sus sospechas sobre “elementos ligados al Medio Oriente” que tomaban cursos en academias de vuelo norteamericanas, pero sus investigaciones fueron bloqueadas por Washington; la inteligencia egipcia alertó a la norteamericana sobre la inminencia de un ataque en suelo estadounidense; la CIA y el FBI se ocultaron mutuamente información relevante. En este rosario de revelaciones, la última es que, desde enero del año 2000, la CIA ocultó a los restantes servicios de inteligencia que dos secuestradores aéreos, participantes en una reunión de la organización de Bin Laden en Malasia, habían entrado a los Estados Unidos (El País, 3/6). La investigación parlamentaria en curso, se anticipa, “sacara a la superficie más información dañina” para los servicios de inteligencia (Financial Times, 18/5). Pero la que se ha reunido hasta el momento es tan escandalosa que alcanza para que un vocero tan prominente del “establishment” como The Wall Street Journal reclame el descabezamiento del FBI y la CIA. La crisis debuta golpeando a dos de los pilares represivos del super-represivo Estado norteamericano.


“Bombarderos: Bush sabía” titula en primera página The New York Times en su edición del 4 de junio. Esto plantea la hipótesis de que el gobierno dejó correr el atentado en preparación porque servía a sus objetivos de política exterior, es decir porque le daba una justificación para lanzar la “guerra contra el terrorismo”.


A esto parece apuntar el reconocido historiador Paul Kennedy cuando habla de “el Pearl Harbor de Bush” (Clarín, 3/6). Kennedy recuerda que hay pruebas de que tanto Roosevelt como Churchill estaban al tanto del inminente ataque japonés pero dejaron que pasara para justificar el ingreso de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. En este cuadro, cobran relevancia las informaciones que indican que “la guerra de Afganistán fue decidida mucho antes del 11 de septiembre” (ver aparte).


El escándalo pone en entredicho el conjunto de la política exterior norteamericana y la capacidad del Ejecutivo para sostenerla. El gobierno norteamericano se debilita precisamente en momentos en que el agravamiento de la crisis mundial le plantea al imperialismo la necesidad de un presidente “fuerte”.


“El 11 de septiembre sólo precipitó los acontecimientos”


“Los planes para derrocar a los talibanes fueron objeto de discusión internacional durante varios meses antes del 11 de septiembre. El 11 de septiembre sólo precipitó los acontecimientos. Hubo una reunión crucial en Ginebra en mayo de 2001, entre funcionarios de las cancillerías de Estados Unidos, Irán, Alemania e Italia, donde el principal tema de discusión fue la estrategia para el derrocamiento de los talibanes y su reemplazo por un ‘gobierno de amplia base’. La cuestión fue discutida nuevamente en la cumbre del G-8 en Génova en julio de 2001, en la que la India, que participó como observador de la cumbre, contribuyó con sus propios planes. (…) En un hotel de Berlín, a pocos días de la cumbre del G-8 en Génova, se realizó una reunión entre funcionarios norteamericanos, rusos, alemanes y pakistaníes. Altos jefes pakistaníes, a condición de mantener en reserva su identidad, han descripto extensivamente un plan delineado por asesores norteamericanos a fines de julio de 2001, que consistía en el lanzamiento de ataques militares contra los talibanes desde bases en Tadjikistán, a lanzarse antes de la mitad de octubre” (Asia Times, marzo de 2002)