“Bye, bye Brazil”

Nunca más oportuno el título de esta famosa película brasileña, ahora que sabemos que 11.000 millones de dólares se fueron de Brasil durante el mes de agosto, sin que importara mucho la ‘euforia’ causada por la privatización de la gran empresa telefónica, Telebras. La cotización de esta última en la Bolsa de Nueva York ya cayó un 20% desde su remate, lo que significa que, hasta el momento por lo menos, no ha sido el gran negocio que habían creído consumar sus compradores. Desde ya que las cláusulas de la privatización deberán ser necesariamente violadas, porque los privatizadores no conseguirán financiación internacional para reequipar la empresa, en las actuales condiciones internacionales. La Bolsa de Madrid, de donde son oriundos los principales grupos que se quedaron con Telebras, ha caído un 20% en agosto y las 35 principales empresas que allí cotizan han perdido en un mes 57.700 millones de dólares (El Cronista, 1/9).


Brasil no ha declarado todavía la bancarrota porque hasta ahora había sido sostenida por el capital internacional que procuraba quedarse con sus gigantescas empresas estatales. Con cifras tales como 340.000 millones de dólares de deuda pública doméstica y 250.000 millones en deuda externa (más 108.000 millones de dólares de deuda privada), nadie podría negarle al país hermano su condición ‘do mais grande do mundo’. Esto incluso no es lo peor, sino que antes de fin de año le vencen 100.000 millones de dólares que no puede pagar y que tampoco podrá renovar, por lo cual debió recurrir a préstamos de emergencia, con el aval de los gobiernos prestamistas y contra la prenda de importantes activos nacionales.


El deterioro de la situación brasileña se puede apreciar en que los aumentos de la tasa de interés dejaron de servir para retener al capital extranjero y porque amenazaban, además, con llevar a la quiebra a los bancos nacionales. En lugar de esto, se indexó la deuda pública al dólar o, alternativamente, a la variación de la tasa de interés por préstamos diarios. Si Brasil devalúa o estos intereses aumentan, la declaración de bancarrota será un hecho.


La indexación de la deuda sirvió para ganar algún tiempo, pero parece que esto se acabó, porque los grandes clientes de los bancos están ordenando la transferencia de sus inversiones hacia el extranjero (Gazeta Mercantil, 28/8). “Los inversores brasileños ya no se conforman con atar sus inversiones a la variación del dólar sino que las quieren colocar en el exterior”, informa el diario paulista. Es interesante destacar que la extranjerización de la banca en Brasil no ha servido para vacunar a sus clientes contra la fuga de depósitos sino para aceitar el mecanismo de transferencia de éstos al exterior (ídem).


La cotización de los títulos de la deuda externa brasileña a 49,5 centavos de dólar, una desvalorización de más del 50%, significa que Brasil no puede obtener crédito exterior; asimismo tiene prohibido por contrato recomprar esa deuda a ese precio con las reservas de 70 mil millones de dólares que tiene en el Banco Central, lo que le permitiría cancelar 140 mil millones de deuda externa, o sea el 60% del total.


Brasil marcha a una renegociación forzada de su deuda ‘a la rusa’, lo que necesariamente provocará una crisis bancaria e industrial, porque los acreedores deberán aceptar el alargamiento de los plazos de cobranza sin la garantía de que podrán obtener el mismo trato de sus propios acreedores o depositantes. Pero no hay que olvidar que el mismo problema se presenta en toda América Latina, en Rusia, en Europa del Este y en algunos países de Asia. Una reestructuración en tan vasta escala, capaz de hacer calzar intereses contradictorios, requeriría de un gobierno mundial que el contradictorio sistema formado por un puñado de Estados imperialistas rivales no puede brindar.


Ante el abismo cercano, el pensamiento del gobierno brasileño y de quienes lo bancan está concentrado en un punto fijo: ganar las elecciones de octubre y ver después. La oposición encabezada por Lula no puede explotar el hundimiento ideológico, político y moral del centroizquierdismo capitalista brasileño porque, al igual que el argentino, hace mucho que le concedió la paternidad (y asumió la defensa) de un régimen de estabilidad que es todo lo contrario.