Chávez busca el arbitraje norteamericano

Los acontecimientos se precipitan en Venezuela. La huelga general de la oposición derechista, convocada inicialmente por 24 horas y que se inició, como los últimos paros, sin pena ni gloria, se fue transformando en una huelga general por tiempo indeterminado, con un apoyo creciente, y que paraliza casi por completo la industria petrolera, el abastecimiento interno de combustibles y las exportaciones de crudo. El núcleo de la huelga, a la que se sumaron a partir del tercer día, son los sectores gerenciales y técnicos de la empresa estatal venezolana de petróleo; la participación obrera es sustancialmente menor.


El objetivo inicial de la oposición – la realización de un plebiscito no vinculante en febrero próximo, que ya había sido rechazado por la Corte Constitucional – apenas encubría su verdadero propósito político: mantener la agitación opositora con vistas al plebiscito sobre la continuidad de Chávez que establece la propia Constitución “bolivariana” para octubre del 2003. Con el crecimiento de la huelga, varió también su objetivo: la oposición se olvidó del plebiscito para reclamar, directamente, el acortamiento del mandato de Chávez y el adelantamiento de las elecciones generales.


Según algunos informes, el propio Chávez habría “dejado venir” la huelga del 2 de diciembre, con la idea de que una nueva paralización débil como las anteriores (algo que efectivamente ocurrió en sus comienzos) le permitiría derrotar a la oposición por un largo tiempo. Es evidente que la extensión de la huelga, y sobre todo su crecimiento en la industria petrolera, estaba fuera de los cálculos tanto del oficialismo como de la oposición. Chávez fue tomado por sorpresa y puesto a la defensiva; ni la denuncia de que el objetivo de la oposición es la privatización de la empresa petrolera estatal ni la militarización de las plantas y yacimientos petrolíferos lograron detener la extensión de la huelga. Notoriamente, frente al desafío de los derechistas, el movimiento chavista no logró producir una movilización de masas capaz de superar a la oposición.


También el imperialismo alteró su posición frente al desborde de los acontecimientos. Con el respaldo expreso de la diplomacia norteamericana, César Gaviria, secretario general de la OEA, se encontraba en Venezuela desde hace un mes tratando de establecer un acuerdo político entre el gobierno de Chávez y la oposición para encarrilar la crisis política en el cauce constitucional, es decir llevar a la oposición al plebiscito de octubre del 2003. Pero con el crecimiento de la huelga opositora, se registró un cambio significativo: Gaviria dejó de hablar de la Constitución para referirse a una “salida democrática”, es decir al adelantamiento de las elecciones. El mismo planteo repiten las cancillerías latinoamericanas.


La polarización política y la incapacidad de los dos bandos de imponer una victoria decisiva, han puesto al Ejército – que hasta el momento respaldó a Chávez – como árbitro de la situación. Si ese respaldo se mantiene, Chávez podrá sortear la huelga; si no, se verá obligado a capitular. De todos modos, la concesión de elecciones anticipadas no sería el final de la crisis ya que plantearía la cuestión de la salida de Chávez del gobierno.


Pero el árbitro supremo está fuera de Venezuela. Desde el retorno de Chávez al poder después del golpe de abril, los norteamericanos lograron arrancarle concesiones fundamentales: un acuerdo de provisión petrolera durante 20 años (con la garantía de que el suministro no se vería reducido en caso de guerra contra Irak), el corte de las exportaciones petroleras a Cuba, la autorización para el sobrevuelo del espacio aéreo venezolano por parte de los aviones militares norteamericanos que operan contra la guerrilla colombiana, y el anuncio de la privatización de las riquísimas reservas gasíferas venezolanas. A cambio de estas concesiones, la diplomacia norteamericana comenzó a hablar del “respeto de la Constitución” y reorientó a la oposición hacia el reclamo de una salida de Chávez por la vía electoral. ¿Los norteamericanos continuarán valiéndose del espantajo de la oposición para arrancarle nuevas concesiones a Chávez o, directamente, aprovecharán el impulso de la huelga para imponer el adelantamiento de las elecciones? Cualquiera sea el resultado, es claro que la política chavista de establecer acuerdos políticos y económicos con Estados Unidos como vía para “desarmar” a la oposición ha fracasado.


Al cierre de esta edición de Prensa Obrera, los acontecimientos venezolanos están en pleno desarrollo. Pero lo sucedido hasta aquí alcanza para señalar el agotamiento político del chavismo, que – incapaz de darle una salida a las necesidades más elementales de las masas venezolanas – ha terminado poniendo su sobrevivencia en las manos del Ejército y de la diplomacia norteamericana.