Chávez: del cruce de guantes y la cháchara… al ajuste

No habían pasado 10 días de la multitudinaria conmemoración del décimo aniversario del “Caracazo”, en la cual según algunas versiones el régimen chavista movilizó cerca de 2 millones de personas, cuando Chávez descargó sobre el pueblo venezolano un “plan de ajuste” que el FMI y el Tesoro norteamericano no dudaron en caracterizar como “en la dirección correcta”. Se recortó brutalmente el presupuesto de gastos y se desató un impuestazo al consumo popular (incluida una copia del “cavalliano” impuesto a las transacciones bancarias). También se declaró la libre flotación del bolívar para enfrentar la persistente caída de las reservas y la fuga de capitales, que había superado los 2 mil millones de dólares desde principios de año. La moneda se devaluó, en 24 horas, más de un 30%, anunciándose una espiral inflacionaria en los productos de primera necesidad. Chávez explicó que los coletazos de la crisis argentina habían afectado sus planes.


En noviembre pasado, como caracterizaron la mayoría de los análisis, el chavismo insinuó por primera vez ciertas medidas nacionalistas, más allá de la retórica que caracterizó casi 3 años de gobierno sin ninguna reforma sustancial. Bajo Chávez, la subordinación del balance de pagos del país y del erario público a los resultados de las exportaciones petroleras, en particular a los EE.UU., alcanzaron su cénit. Los anuncios de una reforma agraria y de nuevas reglas para la explotación petrolera dieron lugar, el 10 de diciembre pasado, al “nacimiento de la contra-revolución” (The Economist, 14/12/01) tras la exitosa huelga general convocada por Fedecámaras, la confederación patronal.


Frente a los primeros “cacerolazos” de la reacción, Chávez había amenazado con “desenvainar” la espada. Como Perón en 1955, tuvo que hacer frente a la columna vertebral de la reacción ideológica del país: la Iglesia Católica. La ley agraria, que fue atacada por “el 1% de la población que controla el 60% de los campos y ranchos del país” (The Wall Street Journal, 6/12/01) salía al cruce de un proceso de lucha agraria ascendente: “niega la adjudicación de parcelas del Estado a los grupos de desarrapados que invadieron fincas a partir del 1º de octubre de 2001”. La ley trataba como latifundios y gravaba con impuestos extraordinarios sólo los predios inexplotados de más de 5 mil hectáreas (El País, 9/12/01).


Tras el paro oligárquico-imperialista, el gobierno se allanó a negociaciones parlamentarias, y la amenaza chavista de movilizar a los campesinos en defensa de los decretos-leyes nunca pasó de las palabras. Según in forma ahora elFinancial Times (13/2), “la precipitada reforma inmobiliaria de noviembre del año pasado y la nueva ley petrolera nacionalista fueron aplastadas por la Legislatura”.


Por todo esto, no es casual que el paquetazo antiobrero de Chávez viniera de la mano de una oferta a los “opositores” para “envainar la espada”, en particular, dirigida a sus pares del frente interno militar.


Pero quizá porque “Chávez agotó su revolución”, como dice el diario inglés, el imperialismo está lejos de aminorar sus presiones. Los yanquis han tomado directamente la batuta de la oposición: “Todos los movimientos efectuados desde la huelga patronal del 10 de diciembre son consultados con la embajada norteamericana en Caracas”, dice Franklin González, director de estudios internacionales de la Universidad Central de Venezuela (El País, 15/2). Los yanquis necesitan encolumnar a Venezuela en particular detrás del Plan Colombia; para esto han montado toda una serie de provocaciones sobre supuestas complicidades del chavismo con las Farc, que el primero ha negado. Colombia, además de tener una vasta frontera con Venezuela, es también su principal socio comercial, después de EE.UU.


La política de pinzas de los yankis tiene en cuenta que la oposición “carece de liderazgo político y representa a una coalición aún poco firme de intereses sectoriales sin un programa” (The Economist, 14/12/01). Los viejos partidos “mayoritarios” (Acción Democrática y el Copei) están descartados como elenco de recambio. Por otro lado, a pesar de los crecientes pronunciamientos militares contra Chávez, aún “es poco sino ninguno el respaldo dentro del ejército para dar un golpe militar” (Financial Times, 13/2).


Con el “paquetazo”, Chávez ve esfumarse la única conquista que podía esgrimir frente a los explotados que aún confían en él: la baja tasa inflacionaria. En el propio elenco gubernamental se reconoce que será muy difícil contener el dólar, frente a crecientes descensos del precio internacional del petróleo. “En dos meses vamos a estar estudiando otro programa”, le dijo al FT “un econonomista en jefe de la Asamblea Nacional” (ídem).


La oligarquía le ha dado un tibio apoyo a estas medidas. “Dos veteranos políticos izquierdistas han actuado como constructores de puentes entre Chávez y la oposición”, destacó en diciembre The Economist, refiriéndose al canciller Rangel y al ministro de Interior, Luis Miquilena.


Hemos pasado claramente del cruce de guantes y la cháchara…