Chávez, los insalvables límites del nacionalismo burgués

El presidente Hugo Chávez fue muy elocuente en sus diversas intervenciones durante su última visita a la Argentina. Lamentablemente, en todas ellas estuvo acompañado de un coro de aliancistas que el próximo domingo vota a un entregador profesional, Aníbal Ibarra. Chávez, por ejemplo, plantea un referéndum sobre las condiciones de pago de la deuda externa, pero los políticos que le hicieron de claque en Buenos Aires apoyan el pago de la deuda externa de la Ciudad a la tasa usuraria del 7% promedio y el pago de 12 millones de dólares al intermediario de la operación, el J. P. Morgan. El más izquierdista de la claque, Bonasso, hace campaña para él y para Ibarra con un afiche que proclama su “esperanza” en Kirchner, quien paga religiosamente la deuda externa. Kirchner también está buscando un acuerdo con el FMI, ha entregado la minería de Santa Cruz, impulsa el operativo Aguila con el Pentágono y ha enviado un proyecto de patentes redactado por los monopolios farmacéuticos de Estados Unidos. Una alianza con los aliancistas no será, obviamente, el camino que permita concretar planteos como la disolución del FMI, insinuada por Chávez.


Cuando existe semejante contradicción entre el planteo y las herramientas políticas para concretarlo, las diatribas antiimperialistas no son más que demagogia. Los ibarristas aplaudieron al venezolano siguiendo con fidelidad la táctica del doble discurso que los caracteriza. Estos “progres” postulan sin avergonzarse una “redistribución progresiva de los ingresos”, pero apoyan a un gobierno que llevó la disparidad de esos ingresos en la ciudad de 60 a 190 veces, entre el 10% que más gana y el 10% que está en la última escala de la miseria.


No menos contradictorio es el planteo de Chávez de contraponer al FMI, a la deuda externa y al Alca un eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires. Todo el mundo conoce los extremos a los que ha llegado el gobierno capitalista que encabeza Lula en el sometimiento al capital financiero (nacional e internacional). El gobierno brasileño no se enfrenta al FMI sino a los sindicatos y a los campesinos, o sea que es un engaño ubicarlo, incluso potencialmente, en un frente antiimperialista. Estas contradicciones flagrantes no obedecen a una ignorancia de los hechos y de las circunstancias de parte de Chávez, sino a una limitación insalvable del planteo “bolivariano”, que postula la unidad de América Latina bajo la dirección histórica de la burguesía nacional, o sea con un contenido capitalista. Dentro de estos límites, los Lula y los Kirchner son lo “mejorcito” del nacionalismo o democratismo burgueses de las últimas décadas. En realidad, nada demostró más claramente que el gobierno de Venezuela está solo en su enfrentamiento con Bush, que la iniciativa de Lula que creó el “grupo de amigos” de ese país con los gobiernos que participaron del golpe gorila de abril del 2002. Chávez incluye a veces en su alianza antiimperialista al chileno Lagos y al ecuatoriano Gutiérrez (éste, un ex chavista), los cuales son agentes directos del imperialismo yanqui.


La unidad latinoamericana bajo la dirección de estas fuerzas es una impostura; lo mismo, que éstas puedan oponer una Alternativa Bolivariana (Alba) al Alca que todos los gobiernos del continente se comprometieron a firmar con Estados Unidos. La unidad (burguesa) de América Latina no es una precondición para el socialismo, sino al revés: la conquista del poder por los trabajadores es el pre-requisito para la unidad real de América Latina. En estas condiciones, el contenido histórico de esa unidad no puede ser sino socialista.


Chávez no propuso repudiar la deuda externa sino postergar su pago por cinco años, lo cual supone que los intereses de esa deuda son capitalizados durante este período y que pasan a engrosar el monto total de la deuda. El planteo supone – algo que Kirchner reitera toda vez que puede – , que esto permitiría “crecer” y no obligaría a “pagar la deuda con el hambre del pueblo”. Pero el “crecimiento” de la mayor parte de los países débiles se encuentra condicionado por las contradicciones de la acumulación capitalista a nivel internacional, de la cual la imposibilidad de pagar la deuda externa es una manifestación, pero de ningún modo la causa. No podría serlo, por otra parte, de ninguna manera, toda vez que el “crecimiento”, bajo el capitalismo, es inconcebible sin el crédito y, por lo tanto, sin deuda. Crecer sin deuda es, capitalísticamente, una contradicción sin salida. Desde un ángulo más general, “crecer para poder pagar” es un planteamiento confiscatorio del trabajo del pueblo.


La crítica de Chávez a la deuda “externa” tiene una pizca de ambigüedad, toda vez que su gobierno está mayormente endeudado con la banca local, o sea que su deuda con los acreedores extranjeros que dominan la banca, es “interna”. Esto configura un cuadro potencial de bancarrota al estilo Argentina diciembre de 2001.


Chávez y Kirchner tienen en común una dosis extremadamente limitada de “nacionalismo fiscal”. El venezolano tuvo que embestir contra la burocracia gorila de la empresa petrolera estatal debido a que ésta fugaba los ingresos petroleros al exterior, hundiendo de este modo al Tesoro. El argentino le “pelea” al FMI un punto del superávit fiscal. Ambos tienen que hacer frente a una enorme crisis social y necesitan algo de plata para contener “la pobreza”, o sea que procuran salvar al capitalismo. El antiimperialismo de ambos no pasa de estos límites.


Los dos tienen otra cosa en común que es todavía más importante: subsidian a Techint. El grupo de los Rocca no solamente acaba de ver condonada su deuda con el Estado venezolano, que la capitalizó en la siderúrgica Sidor, sino que también éste le ha entregado áreas de explotación petrolera a su subsidiaria Tecpetrol. En Argentina, el “gobierno-que-no-se-entrevista-con-empresarios” viajó a Corrientes en un avión de Techint para reunirse con la tropa en la UIA, para reafirmar la política de “dólar alto” de la “patria exportadora”. Como el “dólar alto” aumenta el valor de la deuda externa medida en pesos, es obvio que la “pelea” por el punto de superávit es para beneficiar comercialmente a monopolios como Techint, o las automotrices que exportan, o la agroindustria. El nacionalismo de los Chávez y de los Kirchner se emparenta con el de la gran burguesía.


La contradicción más profunda de Chávez con el imperialismo norteamericano no pasa, sin embargo, por la “economía”, como lo demuestran las concesiones petroleras que hace Venezuela a los pulpos internacionales, y especialmente de Estados Unidos. La verdadera contradicción, eminentemente objetiva, tiene que ver con la intervención yanqui en Colombia, la cual amenaza, por un lado, extenderse a los países limítrofes como ya ocurre con la base de Manta en Ecuador. Mientras los yanquis reclaman a los gobiernos de esos países el apoyo al “plan Colombia”, una victoria de este “plan” sería un golpe mortal para la restringida autonomía política de Venezuela. Pero, como lo demostró la reunión de la OEA en Cuzco, a fines de mayo pasado, los gobiernos latinoamericanos que Chávez busca en su apoyo votaron el pedido del colombiano Uribe para que la ONU intervenga en Colombia. ¿Se olvidó Hugo Chávez, que él fue el único que votó en contra?


La demagogia nacionalista es, en América Latina, una peculiaridad insoslayable, que ha servido históricamente para llevar a las masas explotadas a la derrota, y no a cualquier derrota sino a derrotas que necesitaron décadas para ser superadas. Recojamos la advertencia. La estrategia socialista se transforma en cáscara vacía si la clase obrera no señala claramente las limitaciones insalvables del nacionalismo burgués latinoamericano.