China: “Una explosión social inevitable”


En los últimos veinte años, la economía china creció a tasas sorprendentes. A una tasa todavía mayor crecen los conflictos sociales, las huelgas, las movilizaciones de desocupados y jubilados y las rebeliones campesinas.


 


Sólo en 2005, se registraron 300.000 litigios laborales, tanto en fábricas privadas como estatales, un aumento del 20% respecto del año anterior. Una parte de estos litigios tuvo lugar en los tribunales pero la proporción que termina en huelgas, bloqueos de plantas y de rutas, crece año a año. “El alto costo (de entablar acciones judiciales) profundiza el sentimiento de inutilidad de la vía legal y hace crecer el descontento social” (China Labour Bulletin, 10/11/05).


 


Las huelgas y protestas involucran a miles de trabajadores: en febrero, más de mil obreros textiles en Guangdong fueron a la huelga durante cinco días por aumento salarial; en marzo, pararon varios miles de obreros de una textil estatal en Yunnan contra los despidos provocados por la “reestructuración” de la empresa; en abril, 3.000 trabajadores de una textil en Shenzen manifestaron contra el no pago de las horas extras; en mayo, 700 maestros de jardín de infantes retirados manifestaron en Yunnan por el aumento de sus jubilaciones. “El creciente número de huelgas y demostraciones muestra que el conflicto entre el capital y el trabajo ya es un serio problema. Si la situación no cambia, producirá consecuencias más serias que pondrán en riesgo la estabilidad social” (South China Morning Post, 2/6/05).


 


Es una rebelión contra las espantosas condiciones de trabajo de una clase obrera obligada a trabajar un promedio de 12 horas diarias por un salario horario (promedio) apenas superior a los 60 centavos de dólar. Pero incluso esos salarios miserables son pagados con enorme atraso, lo que es uno de los motivos más frecuentes de conflicto. El otro es el pago de las horas extras. En las plantas estatales se suman los conflictos por despido frente a las “reestructuraciones” (que frecuentemente significan la privatización de la empresa en beneficio de sus gerentes) y el pago de las correspondientes indemnizaciones. El 80% de los trabajadores chinos no tiene cobertura social (salud y jubilación) (China Labour Bulletin, 20/2). Las condiciones de seguridad son espantosas: en las minas, el número de accidentes mortales que involucran a más de 10 obreros aumentó un 71% en 2005 (y el número de muertos en esos accidentes, un 253%).


 


Las huelgas y movilizaciones comienzan a producir un movimiento ascendente de los salarios en las ciudades costeras (las más fuertemente industrializadas). Esto llevó a algunos a afirmar que “se terminó el trabajo barato”. Se trata de un hecho decisivo para la clase obrera mundial, porque la competencia de la clase obrera china fue un factor depresivo de los salarios y las condiciones de trabajo para los obreros de todo el mundo.


 


Para asegurarse la provisión de “trabajo barato”, los capitalistas comenzaron a radicarse en el interior de China. Esto, a su turno, agrava las disputas por la tierra, ya que las burocracias locales rapiñan las tierras de los campesinos para distintos “emprendimientos”, desde fábricas y represas a hoteles y campos de golf. La norma es que las burocracias locales, además, roban los fondos destinados a indemnizar a los campesinos.


 


En los últimos años, más de 80 millones de campesinos perdieron sus tierras. Esta es la razón de la creciente rebelión en los campos: el año pasado se registraron más de 87.000 levantamientos rurales, que involucraron a millones de campesinos, contra las confiscaciones, el robo de las indemnizaciones y la polución provocada por la instalación de plantas, que derrumba la capacidad de producción de sus tierras. “Antes, dice un campesino de Panlong, una aldea que se rebeló durante toda una semana contra la confiscación de tierras, había pequeñas protestas; ahora hay levantamientos por todos lados” (The New York Times, 16/1).


 


Las rebeliones rurales han provocado violentos enfrentamientos con la policía, con campesinos muertos y sus líderes encarcelados. Como esto no frenó las protestas, las autoridades locales recurren de una manera creciente al empleo de bandas mafiosas para desalojar a los campesinos y aplastar sus protestas.


 


La perspectiva de una guerra civil rural preocupa a la burocracia central, que ordenó la suspensión de las expropiaciones de tierras para usos industriales. Pero no logró detener el proceso social de la confiscación. Por eso, lanzó un plan de subsidios a las comunas rurales, en particular para salud y educación, denominado “nuevo campo socialista”.


 


Su alcance es limitado, no sólo porque los fondos comprometidos son escasos (más del 90% de los campesinos carecen de cobertura de salud) sino, además, porque las burocracias locales —encargadas de ponerlo en práctica— se roban los fondos. Pero incluso con estas limitaciones, si el plan tuviera éxito, su resultado sería reducir el flujo de trabajadores rurales a las ciudades y sus fábricas, agudizando la “escasez” de mano de obra y la tendencia alcista de los salarios. El proceso social de la restauración capitalista, en consecuencia, se encargará de liquidar el “nuevo campo socialista”.


 


Este volcán social en erupción, que se extiende por las ciudades y el campo y que involucra a millones de explotados, debe ser puesto en perspectiva.


 


China en el mercado mundial


 


Desde el inicio de las “reformas”, el PBI chino se cuadruplicó. Las altas tasas de crecimiento, sin embargo, ocultan procesos económicos y sociales diferentes.


 


Los primeros capitalistas que llegaron a China, pretendían conquistar un mercado potencial de 1.500 millones de habitantes. Pero primero había que destruir una organización social que no tenía por eje el mercado.


 


De una manera creciente, el capital comenzó a utilizar la enorme baratura de los factores de producción en China —no sólo de la fuerza de trabajo, sino también de la tierra y de la energía— para convertir al país (o más exactamente, a su franja costera) en una base de exportaciones para el mercado mundial. La resistencia de China a la crisis asiática de 1997 y el traspaso de la soberanía de Hong Kong a manos chinas (el mismo año), fueron una bisagra. “La restauración capitalista en un ex Estado obrero se convierte en el mecanismo fundamental de una salida capitalista a la crisis mundial (…) China consigue ocupar este rol relevante por su resistencia a la crisis asiática de 1997-99, en la que no solamente evitó que esta crisis le provocara una explosión interna, sino que le dio una salida a un sector decisivo del capital mundial, el capital japonés, que se encontraba atrapado por una descomunal crisis deflacionaria de más de una década (caída de valores de mercancías y capitales, quiebras, empresas sostenidas por el dinero público)” (Indicaciones…).


 


El crecimiento chino pasó a depender cada vez más de las exportaciones (y de las inversiones para la exportación); el consumo interno es relativamente insignificante. Tiene una forzada tasa de ahorro del 50% del PBI. “La formación, desarrollo y conquista del mercado interior de China pasa por la vía de convertirla en plaza de operaciones del capital financiero internacional” (Indicaciones…).


 


China es una plataforma para la disputa del mercado mundial entre diferentes grupos capitalistas. La más brutal anarquía gobierna este proceso. La sobre-inversión es descomunal. Fracasaron numerosos “emprendimientos”, financiados por la banca estatal, que acumula créditos incobrables por el equivalente al 70% del PBI. “La restauración del capitalismo se desarrolla así de un modo anárquico doble y hasta triple: por la acción espasmódica del mercado mundial, por la disolución de las relaciones sociales que produce esta integración al mercado mundial y por el efecto disolvente que tendrá una gran crisis en China en la economía y política mundiales” (Indicaciones…).


 


Perspectiva


 


El ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC) reforzó su papel como plataforma de exportación.


 


La “apertura” a la competencia externa es un golpe demoledor para el atrasado campo chino. Será un golpe demoledor para las empresas estatales. Todos estos factores ejercen una función disolvente de la vieja economía estatizada (y del tejido social en torno a ella). Los bancos internacionales podrán comenzar a operar libremente en China a fines de 2006.


 


A estas contradicciones internas explosivas se suman las internacionales. “Estados Unidos, la UE y Japón acaban de acordar una devaluación del dólar, que sin embargo debe hacerse contra China y otras naciones subdesarrolladas importantes, de ningún modo contra el yen y el euro, que también quieren aprovechar una devaluación frente a China. Este acuerdo internacional desmorona el acople de Estados Unidos con China, que venía funcionando como la locomotora económica de la etapa 2000/02-06” (Indicaciones…). La devaluación del dólar será un golpe demoledor para China. Un estallido bancario y financiero, agravado por la competencia de los bancos extranjeros, agudizará el conjunto de las contradicciones.


 


¿Cuáles son las alternativas?


 


Retroceder de los compromisos asumidos al ingresar a la OMC, limitar la penetración de los bancos extranjeros, salvar a los bancos estatales (que insumiría recursos equivalentes al 40% del PBI) llevaría a una recesión, con millones de trabajadores desocupados en las ciudades de la costa.


 


Al mismo tiempo, “existe la posibilidad de que China se adapte al re-acople que plantea Estados Unidos, o sea a revalorizar fuertemente su moneda frente al dólar y a abrir la Bolsa, las empresas del Estado (en bancarrota) y la agricultura al mercado internacional. En este caso arriesga convertir en segura la explosión económica y social que ya está en marcha” (Indicaciones…).


 


Esta “explosión en marcha” tendrá un profundo alcance internacional. “El impacto de una crisis económica, una explosión social y una crisis política en China, replantearían los ejes y las perspectivas de nuevas guerras” (Indicaciones…).


 


Por eso, una agencia de análisis señala que el “verdadero problema” que enfrenta la burocracia “no es qué hacer con los bancos sino qué hacer con el país” (Stratfor, 23/5/05).


 


Las movilizaciones, huelgas y rebeliones en curso son el anticipo de la “explosión social inevitable” (ídem) que vendrá como consecuencia de las brutales e insolubles contradicciones planteadas por el proceso de la restauración capitalista.


 


Una nueva revolución china —la tercera— está en gestación. “La tercera revolución china (luego de la de 1926/27 y la de 1949) combinaría el levantamiento agrario contra la burocracia estatal y la burguesía internacional que están expulsando a los campesinos de la tierra y privándolos de sus medios de vida, y la insurrección obrera en las ciudades (incluso el levantamiento de nacionalidades oprimidas o discriminadas). Traduciría al terreno de la lucha de clases, los conflictos planteados por la restauración capitalista, que son naturalmente más agudos y violentos que los del propio capitalismo o de las sociedades en transición bajo un Estado obrero burocrático, porque combinan los rasgos sociales y políticos más crueles de uno y de otro” (Indicaciones…).