Clinton: como turco en la neblina

A despecho de sus promesas electorales, las consignas del nuevo presidente norteamericano son: “Austeridad”, “aumento de los impuestos”, “recorte de gastos”, “sacrificio compartido”. “El mensaje a Wall Street —subrayó un asesor de Clinton citado por “The Militant” (29/1)— (es) firme: nada diferente o innovador para inquietarla”. No se equivocaba “The Wall Street Journal” cuando en noviembre del año pasado aseguraba que los tenedores de los títulos de la deuda pública habían ganado un “derecho de veto” sobre la política económica norteamericana.


Clinton tiene que hacer frente a un déficit fiscal completamente descontrolado: el semanario del “The Washington Post” (18/1) señala que “las últimas cifras computadas por el Comité de presupuesto del Senado calculan el déficit fiscal de 1997 en 333.000 millones, comparados con una proyección del año pasado del gobierno de Bush de 205.000 millones”. Semejante “agujero negro” amenaza con un derrumbe de los valores, de las Bolsas y de los bancos y con desatar una espiral inflacionaria.


¿Qué “ofrece” Clinton ante esta situación?


En primer lugar, una reducción del gasto militar de 60.000 millones en cinco años, un 5% del total, “apenas un bocadito” frente a los “mucho más profundos recortes… necesarios para una reestructuración fundamental del sistema militar” (Newsweek, 30/11). Pero aún esta insignificancia ha despertado una enorme resistencia del “‘triángulo de acero’, la íntima alianza del Pentágono, sus contratistas y sus amigos en el Congreso” (ídem). El jefe de las FF.AA., el general Powell, rechazó este recorte, oponiéndole un plan de reducción de gastos todavía “más modesto”, elaborado conjuntamente con el senador San Numm, uno de los colaboradores más directos de Clinton en el Congreso. La plana mayor de las FF.AA. rechazó de plano tanto uno como otro plan, lo que ha llevado a “The Christian Science Monitor” (19/2) a decir que “los jefes de las FF.AA. no parecen  comprender quién ganó las elecciones”. La presión del Pentágono, los congresistas —incluidos algunos de los más firmes defensores de Clinton— y los gobernadores de los Estados donde se asientan las bases e industrias militares ya han comenzado a “agujerear” el plan de Clinton: el secretario de Defensa, Les Aspin, “dijo a un grupo de defensa de la industria que se harán algunos agregados al presupuesto para hacer entrar el avión experimental V-22” (ídem).


Otro “caballito de batalla” de Clinton es la reducción de los gastos de salud, al punto que colocó a su esposa, la promocionada Hillary, a la cabeza de una comisión para reformular el sistema de la salud pública. Estos gastos han crecido enormemente en los últimos años como consecuencia, no del aumento de las prestaciones, sino de las fenomenales superganancias que han embolsado las corporaciones médicas, los sanatorios, los laboratorios y las aseguradoras de salud, y del fenomenal despilfarro de recursos que implica la “competencia” de centenares de aseguradoras y sanatorios privados subsidiados por el Estado. El crecimiento del poder económico del lobby de la medicina ha sido verdaderamente espectacular: los costos del sistema de salud duplican los del Pentágono, lo que lo convierte en “el grupo de interés más poderoso” (“Newsweek”, 30/11). ¿Alcanzará entonces con “cortes en los pagos a los proveedores —médicos, hospitales y laboratorios— como medio para controlar los costos de la salud”, como anunció Clinton en el Congreso cuando, según Newsweek (30/11), “no se puede arreglar el sistema de salud sin suprimir a una parte de las aseguradoras”  “¿La ‘microcirugía’  pondrá la economía en movimiento?”se pregunta “Business Week” (25/1).


Clinton también adoptó “represalias comerciales” contra casi todos los países del mundo, en primer lugar Japón y Europa, pero también Canadá y México, sus socios del “Merconorte”  y hasta la Argentina. Pero una “guerra comercial” con Japón y Europa plantearía el retiro masivo de los inversores externos que han venido financiando la deuda pública estadounidense. Clinton plantea la cuadratura del círculo: que sus competidores reduzcan su superávit comercial con EE.UU. pero sigan invirtiendo allí sus excedentes financieros…


Saltan a la vista las enormes limitaciones del plan de Clinton. El déficit fiscal es la expresión más acabada del parasitismo del capitalismo norteamericano: su monto aumentó al ritmo de los salvatajes de compañías financieras en quiebra, de los subsidios al gran capital y a una agricultura desfalleciente, y del gasto armamentista. No existe posibilidad de superarlo sin atacar a fondo estos intereses capitalistas. Clinton choca con las mismas contradicciones con que han chocado Bush y el Congreso: el déficit fiscal tapona todas las “salidas” a la crisis económica, pero su reducción radical plantea la quiebra de sectores enteros del capital norteamericano.


Ciertamente, Clinton no chocará con la burguesía allí donde su plan golpea a las masas: despido de 100.000 trabajadores estatales y congelamiento salarial, aumento de los impuestos a la llamada “clase media” (la aristocracia obrera, trabajadores especializados), aumento del impuesto al consumo de energía —que será pagado por los trabajadores, incluidos los desocupados— y cortes en los servicios sociales. Como se demostró bajo el gobierno de Bush, que redujo sistemáticamente los “gastos sociales” y los salarios de los empleados públicos, nada de esto servirá para reducir el déficit fiscal.


El triunfo electoral no le ha dado a Clinton las herramientas necesarias para superar la enorme crisis que atraviesa el capitalismo norteamericano. El inevitable fracaso de su plan económico planteará un ataque directo y sin precedentes a las condiciones de vida de las masas norteamericanas.