Clinton se prepara para ocupar Haití

Mientras intenta “salir” de Somalia, el imperialismo norteamericano se encuentra empantanado en una nueva y grave crisis. Bandas paramilitares en Haití —con el apoyo del Ejército y la policía— impidieron el desembarco de un contingente de “marines” norteamericanos. Los soldados yanquis constituían la columna vertebral de la “fuerza de paz” que la ONU se aprestaba a desplegar para garantizar la reinstalación en su puesto del derrocado presidente Aristide.


El acuerdo que establecía la restitución en la presidencia de Aristide, derrocado en 1991, preveía la amnistía de los golpistas y la renuncia de los jefes del Ejército y la policía, y su reemplazo “según las leyes y reglamentos vigentes”, es decir, la continuidad del cuerpo de oficiales golpistas. El cargo de primer ministro recayó en Robert Malval, un “miembro de la élite empresaria haitiana y, en muchos aspectos, la versión contraria de Aristide”(La Nación, 12/10). Para garantizar el cumplimiento del acuerdo se estableció el despliegue de una “fuerza de paz” de la ONU, con una presencia predominante de las tropas norteamericanas. Aristide —que había subido a la presidencia con el voto de los sectores más oprimidos— retornaría a la presidencia como un virtual “funcionario de la ONU” y bajo la directa “auditoría” del imperialismo.


 


Fracaso


El acuerdo constituía una victoria política del imperialismo … a condición de que fuera llevado a la práctica. Pero hubo “muy pocas señales de que los militares (estuvieran) dispuestos a dejar el poder”(La Nación, 11/10). Desde hace ya un mes, lanzaron una violenta campaña de secuestros y asesinatos de partidarios de Aristide, que dejó más de cien muertos. En la última semana de setiembre, los paramilitares decretaron una “huelga general” que obligaron a “cumplir” a punta de metralleta. Finalmente, bloquearon el puerto y coparon sus accesos para impedir el desembarco de los “marines”.


Frente al desafío, Clinton —garante del acuerdo— primero suspendió la operación, y horas después, la canceló definitivamente bajo la directa presión del Pentágono. Clinton adujo “razones de seguridad“, pero dos días después el corresponsal de “La Nación” (13/10) en Haití no dudó en afirmar que “(en los medios diplomáticos) hoy muchos ponen en duda” que hubiera un  problema de “seguridad” para las tropas norteamericanas.  La suspensión del desembarco obedeció a “razones de política interna de los Estados Unidos”(La Nación, 12/10). Según el “New York Times” (9/10) “… con la creciente violencia en Haití y después de la atribulada misión en Somalia, los funcionarios superiores del Pentágono comenzaron a cuestionar la prudencia de poner más tropas norteamericanas en un medio potencialmente peligroso, imprevisible y hostil”.  “En la misión internacional —agrega el corresponsal de “La Nación”— se conocía bien la resistencia del Pentágono a una operación militar de esa naturaleza, con soldados prácticamente desarmados a los cuales ni siquiera podía comandar, porque esta tarea —al ser una fuerza de la ONU— correspondía a Caputo”.


Más aún. “Tampoco se ignoraba que la CIA operó siempre contra el regreso de Aristide, por considerarlo ‘un izquierdista peligroso’ y con perfil sicológico de persona ‘perturbada e inestable’” (ídem). Esto revela la gravedad de la crisis planteada, pues la CIA no se limita a cuestionar “el fondo” de la política clintoniana —el retorno de Aristide—, sino que conspira contra ella. El retiro de los “marines” equivale al hundimiento del acuerdo de agosto y, por supuesto, del retorno de Aristide. “El retroceso de los Estados Unidos, que sinceramente no esperábamos, nos ha dejado en muy mala posición … Con su retirada quedamos indefensos y perdimos una batalla política fundamental”, declaró uno de los diplomáticos de la ONU en Haití (La Nación, 14/10). El retiro de los “marines” es, por sobre todo, otra descarnada expresión del fracaso de la política exterior de Clinton.


Está planteada una gruesa crisis política. Clinton está “obligado” a intervenir militarmente en Haití. Si no lo hiciera, limitándose a restablecer las “sanciones comerciales multilaterales” en la perspectiva de alcanzar un nuevo “acuerdo de democratización” con los golpistas, su capitulación daría un golpe de gracia a toda su política, no sólo en el plano externo sino también “en casa”. Deberá mandar a Haití una flota de magnitud para ocuparla militarmente. Entonces, ya no podrá retirarse rápidamente: se verá obligado a establecer un “protectorado” y a permanecer en la isla durante largo tiempo. En este caso, sin haber logrado salir de la primera, Clinton se habrá comprado una “segunda Somalia”… , esta vez, a las puertas de Miami.