Colombia: la ilusión de la paz negociada

La burguesía colombiana y el propio imperialismo yanqui tienen una frondosa experiencia de cooptación de movimientos guerrilleros. En los últimos veinte años, varios grupos guerrilleros colombianos negociaron su ‘reinserción política’ o ‘democrática’ con las administraciones de turno, sólo para ver cómo eran asesinados los militantes que pasaban a la vida legal, cómo se corrompían varios de sus dirigentes y, por sobre todo, cómo nada cambiaba en el plano económico o social. Las propias Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las Farc, fueron presa de este espejismo político de la ‘paz democrática’ cuando autorizaron la legalización de un movimiento político que se llamó Polo Patriótico. Como en todos los casos, esta tentativa institucionalizadora culminó con derrotas y masacres.


Aunque mucho menos sanguinario, algo parecido ha ocurrido con el Fsln en Nicaragua, el Fmln en El Salvador y la Unrg en Guatemala. Asimilados al sistema político tradicional, los problemas sociales que llevaron a los alzamientos revolucionarios han quedado sin solución; incluso son incomparablemente más graves. Pero la pequeña burguesía guerrillera de estos países sí resolvió, por medio de su integración al aparato del Estado, su propia situación social. Es también lo que está ocurriendo con el zapatismo en México.


La ‘reconversión democrática’ de las guerrillas es la expresión inevitable de su empirismo original, es decir de su falta de estrategia política. Las guerrillas han sido respuestas coyunturales a gigantescas crisis y estallidos sociales y a situaciones sin salida para las fuerzas en presencia; cuando alcanzaban su límite quedaba al desnudo su tendencia histórica a la colaboración de clases y al nacionalismo más estrecho. Fueron experiencias extraordinarias para las masas, en especial en Nicaragua y El Salvador, pero se agotaron en sí mismas; no pudieron ser superadas porque no existía un partido revolucionario de carácter obrero y socialista.


Ilusiones muertas, nuevas ilusiones


A la luz de las masacres con que culminaron las negociaciones de paz en el pasado, las Farc colombianas no podían aceptar de forma alguna una ‘negociación de paz’ a la manera tradicional. Tampoco podían hacerlo debido a un condicionamiento histórico: la crisis agraria y social que ha dado lugar a los movimientos guerrilleros colombianos, no se encuentra en el ocaso sino en el apogeo. Varios millones de campesinos, que se asentaron en tierras de colonización en los últimos años, dependen de la protección armada de la guerrilla. Las masas urbanas recién han comenzado a levantarse.


En los planteamientos para las negociaciones de paz con el gobierno de Pastrana, las Farc introdujeron, por las razones apuntadas, una serie de novedades. No se trataba ya de garantizar una‘normalización democrática’ sino que proponen ejecutar modificaciones sociales de fondo y establecer un nuevo ordenamiento constitucional. Estos planteamientos fueron llevados a la discusión incluso con el gobierno de Clinton; cuando el presidente de la Bolsa de Wall Street viajó a discutir con las Farc en territorio guerrillero, se examinaron los términos de una asistencia financiera internacional para reconvertir a otros rubros los cultivos de coca en Colombia. Es decir que esta vez las negociaciones de paz se transformaban en un vasto asunto de reordenamiento social con la intervención del propio imperialismo mundial.


¿Pero no es ésta otra ilusión todavía más gigantesca que todas las anteriores?


La consistencia de una negociación de paz, en los términos señalados, supone que la guerrilla no debería desarmarse ni ceder dominio territorial hasta que se hubieran alcanzado aquellos vastos objetivos. Se mantendrían por varias décadas dos ejércitos distintos. ¿Puede la burguesía aceptar una cosa semejante? Los términos de la negociación superan incluso los marcos de un gobierno de coalición entre las autoridades oficiales y la guerrilla. Pero el gobierno colombiano no es siquiera capaz de controlar a su propio Estado y a su propio ejército, como lo demuestra la proliferación de las bandas paramilitares.


¿Doble poder territorial?


Para escaparles a las contradicciones apuntadas, las Farc habrían propuesto mantener bajo su control el 30% del territorio que ya ocupan, donde podrían aceptar autoridades estatales, como gobernadores y alcaldes, que fueran elegidos de acuerdo con la constitución vigente. Es lo que ocurre en la actualidad, pues la guerrilla ha reconocido en la mayor parte de los casos a las autoridades formales, e incluso estas autoridades han manifestado su acuerdo con la política de las Farc.


En una perspectiva ‘ideal’, el resultado de este ‘doble poder’ sería, al cabo del tiempo, la asimilación indolora de la guerrilla al régimen burgués, probablemente en un marco constitucional‘descentralizado’. Pero la perspectiva del momento, tanto internacional como interna, es la contraria de la ‘ideal’; es simplemente catastrófica.


Colombia se encuentra económicamente en ruinas. Durante años gozó de las mejores calificaciones de los bancos internacionales, que hacían caso omiso de que la solvencia de pagos del país obedecía al ingreso fabuloso de narcodólares. Pero este negocio hoy está en crisis; mejor dicho, se ha desplazado a México. Colombia ha tenido que devaluar varias veces la moneda, tiene fuga de capitales y una desocupación del 30%, y está buscando un acuerdo con el FMI que significará un agravamiento de la miseria popular. Lejos de la posibilidad de ‘pacificar’ a la guerrilla, Pastrana enfrenta la posibilidad de una rebelión popular urbana. El martes 31 se estaba desarrollando una inmensa huelga general.


Esta crisis, sin embargo, obliga a Pastrana, más que nunca, a negociar. Incluso la viabilidad de un acuerdo con el FMI depende de que el presupuesto nacional no se vea cargado con mayores gastos militares y el consiguiente derroche de fondos adicional que siempre los acompaña. Por eso Pastrana se mantiene en sus trece de negociar con las Farc, por lo menos, hasta que logre controlar la crisis. Su política fue siempre ganar tiempo mediante negociaciones. En lo inmediato, un violentamiento de las negociaciones de paz sólo podría tener lugar mediante un golpe de Estado.


Quién dispara primero


Cuando se escucha a los voceros de Clinton decir que se precisa fortalecer la lucha militar con la ‘narco-guerrilla’, es necesario no olvidar que el autor intelectual de las negociaciones de paz con las Farc fue el gobierno norteamericano y, específicamente, el Pentágono. Estos conocen mejor que nadie las limitaciones insalvables de los militares colombianos para enfrentar a la guerrilla. No es casual que el viernes pasado, en medio de la histeria intervencionista de la gran prensa latinoamericana, Pastrana ratificara la política de negociaciones con las Farc. Un emisario de Pastrana les reclamó a Duhalde y a De la Rúa que respaldaran esta posición (Clarín, 28/8).


Los llamamientos belicistas son, en realidad, un gigantesco medio de presión para que las Farc acepten una comisión verificadora internacional de los acuerdos a los que se llegue. Esta comisión es el gran reclamo norteamericano, pues le permitiría al imperialismo monitorear el proceso político y organizar un frente internacional para aislar a las Farc. Les sirven, además, para distraer la atención de la opinión pública internacional acerca de la incapacidad de Pastrana de desarmar a los paramilitares, lo que sí es una amenaza a las negociaciones de paz. Los jefes guerrilleros rechazaron reiteradamente esta comisión por considerarla una injerencia en los asuntos internos de Colombia.


Según informa Clarín (29/8), Menem le planteó al ‘zar’ anti-drogas de Estados Unidos que Pastrana debía romper las negociaciones de paz y “lanzar una ofensiva militar para recuperar el territorio perdido”. Pero si se le hace caso, el resultado más probable sería un desastre militar del gobierno y una fuerte aproximación de la guerrilla a Bogotá. Lo que busca el Pentágono con la propaganda militarista es obtener bases militares en Ecuador, Perú, y en territorio colombiano; establecer hipotéticos acuerdos de intervención con los militares brasileños; y movilizar una intervención diplomática de los gobiernos latinoamericanos para el caso de que Pastrana sea empujado a una situación límite.


Una política alternativa


En una palabra, la línea fundamental del imperialismo sigue siendo estrangular la revolución colombiana por la vía de las negociaciones de paz. El repudio a una intervención imperialista a partir de la defensa política de esas negociaciones constituye un disfraz que oculta la acción política de estrangulamiento que comanda el imperialismo.


¿Es entonces la guerrilla la que debería tomar la iniciativa de una acción militar?


No es así que se plantea la situación. Es necesario sí romper la ilusión y el espejismo de la negociación de paz, pero esto para darle una perspectiva de poder a la lucha que las masas libran contra el FMI y el gobierno en toda Colombia. La iniciativa revolucionaria no pasa tanto por una acción armada específica, ni mucho menos por provocaciones militares, sino por el impulso sistemático de una huelga general indefinida y por el armamento, a través de la lucha, de las masas colombianas. Las crisis en Ecuador, Venezuela, Brasil y Argentina, demuestran que el contexto para esta política es altamente favorable.


La presente década debutó en Miami con un planteo norteamericano de unir a todo el continente en un único mercado libre. Termina con el desmoronamiento de los regímenes de la región y aún con la incapacidad del propio imperialismo para encarar en forma consecuente su propio proyecto. Es una señal inconfundible de que la iniciativa política tiende a pasar a manos de las masas. En este marco, se plantea la profundización de la revolución en Colombia.