Colombia: la independencia de América Latina en juego

En Colombia, el levantamiento campesino y popular, y la guerrilla “está fuera de control” del gobierno y el ejército (La Nación, 21/9).


La coordinadora guerrillera “reali­zó una ofensiva sin precedentes en todos los departamentos de la geo­grafía colombiana… La guerrilla de­mostró tener una capacidad de or­ganización y de movilización de ma­sas inédita en una sociedad rural abandonada a la suerte por el Esta­do… Es inocultable, entonces, el apoyo popular que la guerrilla tiene en esas zonas, donde es reconocida por los campesinos como autoridad legítima. Desde mucho tiempo atrás ejerce allí el monopolio de la fuerza, de la justicia y del tributo, y ahora conformó una red de juntas de ac­ción comunal y de organizaciones campesinas por medio de las cuales controla a la población en forma absoluta” (La Nación, 24/9).


Según El Tiempo de Bogotá (23/9), el conflicto actual en el campo trascien­de “el conflicto entre el latifundio tradicional y el narcolatifundio frente al millón de familias sin tie­rras”, porque está afectando a la zona del “minifundio, que mantiene en el estancamiento total a (otras) familias”. Según un estudio oficial citado por El Tiempo, “la pre­sencia de estos grupos armados aumentó —su influencia sólo en estas áreas— de(l) 12 por ciento en 1985 a(l) 50 por ciento” (ídem).


Esta movilización revolucionaria se desenvuelve en un cuadro de derrumbe político del régimen de la ‘narcodemocracia’. La ‘clase política’ se encuentra dividida “en dos bandos” (Brecha,20/9). La última expresión de esta crisis ha sido el ‘hallazgo’ de casi 4 kilogra­mos de heroína en el avión que debía trasladar a Samper a la asamblea de las Naciones Unidas (ONU). Según “ver­siones”, habría sido colocada por “agentes encubiertos de los Estados Unidos” (La Nación, 23/9)


La situación insurreccional en vas­tas zonas del país, incluidos los subur­bios de Bogotá, es lo que explica enton­ces, la ‘aparente’ convergencia que es­tán buscando en las últimas jornadas los principales capitalistas del país y los yanquis. La Iglesia colombiana, a tra­vés del arzobispo de la capital llamó a “prepararse para afrontar una gue­rra contra el marxismo”. El corres­ponsal de La Nación informa que en “este cuadro dramático… los diez conglomerados económicos más importantes del país le ofrecieron a Samper (apoyo) ‘en todas las medi­das que adopte contra la guerri­lla’… ” (ídem, 21/9). En reemplazo de De la Calle, como vice-presidente, fue de­signado “por aclamación en el Con­greso” Carlos Lemos Simmonds, con respaldo liberal-conservador y con “agrado de Estados Unidos” (Bre­cha, 20/9). Lemos es “el enemigo his­tórico e irreconciliable de la iz­quierda … el arquetipo del político derechista de mano dura” (La Na­ción, 20/9). Clinton declaró en la asam­blea de la ONU que “autorizará la entrega de 112 millones de dólares en equipos militares a Colombia, México y otros países de América latina…” (La Nación, 26/9), horas des­pués que el embajador en Bogotá hubie­ra condicionado cualquier ‘apoyo mili­tar’ a la ‘apertura de los mercados’. Pero Lemos Simmons también podría ser “el estadista ideal para un reem­plazo poco traumático en caso de que el mandatario se vea obligado a renunciar” (La Nación, 21/9).


Frente a la insurgencia campesina y guerrillera, el gobierno movilizó a las FF. AA., con acuerdo de la ‘oposición’, -y-anunció un programa para llamar a los reservistas. La política de la Coor­dinadora Simón Bolívar, por su parte, que hasta agosto pasado había intenta­do una ‘negociación’ con el gobierno, buscaría “forzar (a Samper)… a adoptar cambios políticos y econó­micos … (y a cambiar) la política neoliberal…” (Newsweek, 18/9).


Es claro que en Colombia está en juego mucho más que la erradicación de los cultivos de coca o amapola, o el derecho a la extradición reclamada por los yankis para juzgar a los jefes ‘nar­cos’. En todo caso “durante el man­dato de Bill Clinton el consumo de droga se ha duplicado en los Esta­dos Unidos, a pesar de los 576 ex­traditados legales que su gobierno recibió del mundo entero. Hoy, los narcos, o por lo menos su inmensa mayoría, viven donde está su me­jor negocio: los Estados Unidos” (La Nación, 24/9).


En Colombia, seguramente, el impe­rialismo quiere saldar cuentas con un sector de las clases dominantes nativas, en nombre de la ‘cruzada contra el narcotráfico’. No es casual que el em­bajador yanqui en Colombia reclamara también la “apertura en el campo”. Pero además, busca un control económi­co y político directo del país, el someti­miento y la confiscación de los campesi­nos y la militarización del Estado.