Consecuencias de la invasión yanqui a Somalia

Con un despliegue, previsto para las próximas semanas, de 28 mil hombres de las FFAA estadounidenses, la invasión a Somalia es uno de los mayores asaltos militares emprendidos contra un país africano. La pretendida impronta “humanitaria” es una pantalla del objetivo yanki de mantener su presencia permanente en la zona del “Cuerno de Africa”, un punto clave de control del Mar Rojo (a través del cual circulan toneladas de petróleo y materias primas), que se proyecta sobre todo el área del Medio Oriente y del Océano Indico.


El desembarco somalí de los marines —puntualizó Edwards Perkins, embajador norteamericano en las Naciones Unidas— es “un importante paso en el desarrollo de la estrategia para lidiar con el potencial desorden y los conflictos del mundo de la posguerra fría” (The Militant, 25/12/92). Por eso Clinton, que según los medios de prensa es muy “ambiguo” en sus definiciones de política exterior, ya declaró que “es imposible colocar un plazo fijo  para finalizar esta misión”. Se trata de un objetivo a largo plazo. El órgano del capital financiero (Wall Street Journal) planteó, a principios de diciembre pasado, la necesidad de formalizar una política de “protectorado” en la región, por supuesto, “en defensa de los intereses vitales de Occidente y la paz mundial”.


La hambruna del pueblo somalí no fue sólo la  “excusa” para la invasión. Es el resultado de la propia política imperialista y aun de la misma intervención militar yanki. Desde fines del 70 el dictador Siad Barré, un títere de Carter y Reagan, impuso un régimen de terror y convirtió al país en un centro de hostigamiento al entonces gobierno prosoviético de la vecina Etiopía. La economía agraria fue diezmada y los alimentos ingresados al país por los norteamericanos “en un 75% nunca llegaban a las víctimas del hambre: los ladrones que los robaban eran…soldados del propio gobierno; (esto) como forma de pago y con pleno conocimiento del gobierno de los EEUU y otros donantes(SIC)”. La declaración corresponde a un funcionario yanki que entonces se desempeñaba como supervisor de la “Agencia Norteamericana para el Desarrollo Internacional” (Clarín, 29/12). La perfidia de esta “ayuda”  no ntiene límites: las agencia privadas y los Servicios de Ayuda Católicos utilizaban los alimentos como pago en sus programas en áreas … “donde no había escasez de alimentos(sic)”(ídem). Esto por la simple razón de que se beneficiaba el gran capital agrario-comercial saturado por la sobreoferta mundial de granos y materias primas alimenticias. La conclusión es lapidaria:“más de treinta años de ayuda en alimentos hicieron que el continente africano fuera más vulnerable que nunca al hambre”.


La intervención militar yanki se produjo después de que “la hambruna había sido confinada a un área relativamente pequeña al sur”; ahora, la instalación de “enclaves de distribución protegida, en los cuales se amontona la gente como ganado estimulará el desarrollo de epidemias con consecuencias eventualmente peores que la propia hambruna” (WSJ,24/12/92). La opresión nacional no es una entelequia. La intervención del imperialismo es y será como siempre la fuente de la más bárbara agresión a la condición humana. Fuera los yankis de Somalia.