Crisis en Zimbawe, crisis en África

En Zimbabwe, en Africa austral, 4.500 terratenientes blancos poseen once millones de hectáreas, de las mejores tierras de labranza del país. Un millón de campesinos negros poseen apenas dicesiséis millones de hectáreas; los trabajadores rurales sin tierras son innumerables.


Es difícil, sin embargo, decir que el vasto movimiento de ocupación de tierras por parte de ex combatientes de la guerra de la independencia, que ha comenzado a mediados de marzo y se ha extendido a todo el país (hay más de mil fincas ocupadas en el territorio de Zimbabwe), sea el inicio de una revolución. Se trata, por el contrario, de un movimiento regimentado e impulsado desde arriba por el régimen nacionalista negro de Robert Mugabe, que ha mantenido intacta la estructura social heredada del régimen racista blanco de Ian Smith, desde que nació la República de Zimbabwe 20 años atrás. Bajo el gobierno nacionalista, los blancos han continuado dominando la economía, no sólo en el campo, sino también en las finanzas y el comercio exterior. Mugabe ha cogobernado con los grandes capitalistas blancos. No en vano, los primeros ministros de agricultura y de finanzas del régimen nacionalista fueron blancos (como lo fue también su jefe de seguridad). En el curso de estos veinte años, algunos de los hombres de Mugabe se han convertido en los mayores terratenientes del país. En un pasado no muy lejano, Zimbabwe fue presentado por la propia prensa imperialista como un “modelo”del “respeto”de los gobiernos nacionalistas a los derechos de la minoría blanca.


Esta campaña de ocupación de tierras, orquestada burocráticamente desde el aparato del Estado, muestra la excepcional desesperación de un régimen que se hunde. Bajo el peso de la miseria creciente (el número de pobres creció del 40% al 60% de la población; los salarios han caído violentamente; la desocupación crece), el partido nacionalista ha ido perdiendo el respaldo en la mayoritaria población negra, primero en las ciudades y luego también en el campo, su bastión tradicional, donde “muchos trabajadores rurales han comenzado a responsabilizar al gobierno por el retraso de la reforma agraria”(The New York Times, 4/4). Mugabe ha sido recientemente derrotado en un referéndum para aprobar una reforma constitucional que le otorgaba poderes extraordinarios; después de la derrota, su propio partido ha comenzado a demostrar públicamente sus divisiones. El principal partido de oposición, el MCD (Movimiento por un Cambio Democrático), es un frente que une a los dirigentes de los principales sindicatos con los propietarios blancos; el MCD tiene un lenguaje abiertamente democratizante y hasta centroizquierdista.


La crisis en Zimbabwe empalma directamente con la de Africa Central: el ejército de Mugabe está empeñado en la guerra del Congo que tiene como trasfondo la lucha entre distintos monopolios (que apoyan a los bandos enfrentados) por el dominio de sus excepcionales yacimientos de diamantes. La guerra ha sido una catástrofe para Zimbabwe (el mantenimiento de tropas en el exterior insume un millón de dólares diarios, mientras las reservas de su banco central alcanzan apenas para unos días de importaciones esenciales), pero ha beneficiado enormemente a algunos de los ‘amigos’de Mugabe, que han obtenido importantes concesiones diamantíferas.


También empalma, directamente, con la situación sudafricana. No sólo porque una ‘desestabilización’en Zimbabwe llenaría de refugiados a la limítrofe Sudáfrica, sino también, por sobre todas las cosas, porque les ‘recuerda’a los sudafricanos su propia ‘cuestión de la tierra’: después de más de seis años de gobierno del Congreso Nacional Africano, el 87% de las tierras sudafricanas continúan en poder de los blancos.


Las catástrofes, guerras y masacres en Africa central (Congo, Ruanda, Zaire) y la crisis de Zimbabwe ponen de manifiesto, a la vez, la envergadura de la crisis mundial (el mercado mundial sobresaturado es incapaz de absorber las mercancías africanas), y el fracaso de los procesos ‘independentistas’encabezados por la burguesía y la pequeñoburguesía africana, que han sido incapaces de revolucionar las bases sociales de los regímenes heredados de los colonizadores imperialistas.